La fe es el tema que une las lecturas de este domingo. El profeta Habacuc dialoga con Dios para intentar comprender el sentido de los acontecimientos de la historia, especialmente los dramáticos, la violencia, la iniquidad, la opresión, las riñas, los robos, las disputas. Y parece que Dios no interviene y no salva. Pero la fe en él, para el justo, se convierte en una fuente de vida: le permite confiar en una respuesta y una solución que seguramente llegarán, en el momento establecido.
Pablo reitera este concepto en la carta a los Romanos y en la carta a los Gálatas: “El justo vivirá por la fe”. La fe, por tanto, como recurso para leer las dificultades de la historia en diálogo con Dios, que lleva a captar su mirada sobre la historia, como hace Habacuc. El contexto próximo de las palabras de Pablo en su segunda carta a Timoteo es el recuerdo “de tu fe sincera, la que arraigó primero en tu abuela Lidia y en tu madre Eunice, y estoy seguro que también en ti”. Fe que Pablo recomienda a Timoteo que guarde y que dé testimonio de ella, sin avergonzarse de las consecuencias difíciles que conlleva, como el encarcelamiento del propio Pablo.
Jesús ha hablado a los suyos de los escándalos que hay que evitar y de los pecadores que hay que perdonar también hasta siete veces al día, y los apóstoles se dan cuenta de que la tarea que tienen por delante es muy difícil. Sienten que su fe es insuficiente, por lo que piden a Jesús que la aumente: han entendido que es un don de Dios. Jesús en su respuesta les deja claro que no es una cuestión de cantidad, basta una fe tan pequeña como un grano de mostaza. Es la imagen que Jesús ya ha utilizado con ellos para hablar del Reino que luego se desarrolla como un árbol frondoso. Pero incluso cuando la fe es tan pequeña como esa semilla, es suficiente para arrancar una morera, con raíces profundas y por tanto difíciles de arrancar, y hacer algo impensable como plantarla en el mar. En la historia de la Iglesia han ocurrido muchas cosas impensables. Los apóstoles no deben preocuparse: también una fe inicial produce maravillas de la gracia y les hace participar en el dominio de Dios sobre las realidades creadas, poniéndolas al servicio del Reino. Esa misma fe pequeña les ayuda a servir a Dios sin pretender alguna de recompensas terrenales. Les ayuda a considerarse “siervos inútiles” y a no pretender que sea el amo quien les sirva en el momento de cansancio. Pero también han escuchado de Jesús una parábola en la que dice justo lo contrario: los siervos fieles y despiertos a la vuelta del amo son invitados por él a sentarse a la mesa, y él mismo pasa a servirles. Por eso entienden que Jesús se refiere a una actitud interior de fe y humildad, que los hace fieles y despiertos. Entonces el Señor, a pesar de lo que ha dicho, pasará a servirles y serán bendecidos.
La homilía sobre las lecturas del domingo XXV
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.