Hoy celebramos a todos los santos, en particular a los que no están canonizados ni beatificados, y ni siquiera en proceso de beatificación. Los santos escondidos. Que tal vez se sentían un desastre: les costaba rezar, y les parecía que tenían muchos defectos. Se sentían pecadores como el publicano y rezaban así: “¡Oh, Dios, ten compasión de este pecador”, se sentían frágiles como el padre del niño y rezaban como él: “¡Ayuda mi falta de fe!”. Se dejaron guiar por el Espíritu Santo para ayudar a otros que estaban en el último lugar, hicieron el bien de manera oculta y quizás nadie se dio cuenta. No conseguían poner en práctica lo que oían en bonitas homilías o los consejos de los santos confesores. Leían las vidas de los santos y se sentían infinitamente distantes.
El día en que fue canonizado san Josemaría Escrivá, el cardenal Ratzinger publicó un comentario en L’Osservatore Romano en el que escribía: “Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud «heroica» podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: «Esto no es para mí». «Yo no me siento capaz de realizar virtudes heroicas». «Es un ideal demasiado alto para mí». En ese caso la santidad estaría reservada para algunos «grandes» de quienes vemos sus imágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, pecadores normales. Tendríamos una idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea que ya fue corregida -y esto me parece un punto central- por el propio Josemaría Escrivá.
Virtud heroica no quiere decir que el santo sea una especie de «gimnasta» de la santidad, que realiza unos ejercicios inasequibles para llevarlos a cabo las personas normales. Quiere decir, por el contrario, que en la vida de un hombre se revela la presencia de Dios, y queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí mismo. Quizá, en el fondo, se trate de una cuestión terminológica, porque el adjetivo «heroico» ha sido con frecuencia mal interpretado. Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad.
Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz. Cuando Josemaría Escrivá habla de que todos los hombres estamos llamados a ser santos, me parece que en el fondo está refiriéndose a su personal experiencia, porque nunca hizo por sí mismo cosas increíbles, sino que se limitó a dejar obrar a Dios. Y por eso ha nacido una gran renovación, una fuerza de bien en el mundo, aunque permanezcan presentes todas las debilidades humanas”. Y continuaba: “Verdaderamente todos somos capaces, todos estamos llamados a abrirnos a esa amistad con Dios, a no soltarnos de sus manos, a no cansarnos de volver y retornar al Señor hablando con Él como se habla con un amigo. […] Quien tiene esta vinculación con Dios […] no tiene miedo; porque quien está en las manos de Dios, cae siempre en las manos de Dios. Es así como desaparece el miedo y nace el coraje de responder a los retos del mundo de hoy”.