Pedro, por una gracia especial de Dios “entendió” la condición mesiánica y divina de Jesús: “Porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Basándose en esto, Jesús convierte a Pedro -y a sus sucesores los Papas- en la roca de la Iglesia, dándoles el poder de atar y desatar y prometiéndoles que sus decisiones serán confirmadas en el cielo. Es como si Nuestro Señor dijera: “La especial sensibilidad que mostraste al reconocerme como Mesías e Hijo de Dios te es concedida como parte de tu misión, de tu función, como Papa”.
Discernimiento y vinculación van juntos en el Papa. Por la gracia especial que recibe de Dios para discernir, puede luego vincular. Porque ve tan claramente, con la luz del cielo, es más capaz de atar o desatar. Pienso en un artesano que necesita una buena vista para atar los hilos de un objeto que está fabricando. Necesita ver bien para poder hacerlo. Como Pedro ve bien con la luz del cielo, el cielo confirma sus decisiones.
Esto es lo que celebramos en la hermosa fiesta de hoy: la asistencia especial que Dios en Cristo prometió a Pedro, una asistencia que perdurará a lo largo de la historia.
La Iglesia es un proyecto demasiado divino para que Dios permita que el error humano lo estropee. Ciertamente, los Papas pueden ser falibles en su vida o incluso cometer errores de juicio. Inmediatamente después de este episodio, Pedro intenta impedir que Jesús pase por su Pasión y más tarde niega cobardemente a su Señor tres veces. Pedro, como hombre, puede ser más un “skandalon”, una piedra de tropiezo, que una roca. Pero el papado es siempre una roca, y las puertas del infierno no prevalecerán contra él.
Los Papas necesitan nuestra oración, como vemos en la primera lectura de hoy. Toda la Iglesia reza por la liberación de Pedro, después de que Herodes lo hiciera arrestar para ejecutarlo. Pedro, que ata y desata, estaba atado, pero fue desatado por la oración unida de la Iglesia. De manera misteriosa, apoyamos al Papa en su oficio, le ayudamos a atar y desatar. Pero no olvidemos a San Pablo. Existe una fuerte tradición de unidad entre estos dos grandes apóstoles. Aunque en una ocasión Pablo corrigió con razón a Pedro (véase Gál 2, 11-14), éste se lo tomó bien y más tarde se refiere a Pablo como “nuestro querido hermano” (2 Pe 3, 15). El arte cristiano ha representado a menudo el “abrazo” entre ambos, y esta fiesta conjunta es un signo más de su unidad. La segunda lectura de hoy también muestra a Pablo “atado”: encarcelado y encadenado, prevé su muerte inminente. Pero es consciente de la protección de Dios: “Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje… El Señor me librará de toda obra mala”. Los apóstoles de la Iglesia pueden estar atados físicamente, pero no espiritualmente, pues como dice Pablo antes en esa misma carta “la palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2, 9).