Lo chocante del evangelio de hoy es cómo estos dos discípulos se habían encerrado en el desaliento. Tenían todas las pruebas disponibles sobre la Resurrección de Cristo -y pueden explicarle los hechos sin darse cuenta de quién es-, pero su conclusión es darse por vencidos y marcharse.
Verdaderamente “sus ojos no eran capaces de reconocerlo” o más bien su falta de esperanza se lo impedía. Del mismo modo que es posible la incredulidad ante todos los hechos, también puede haber una resistencia obstinada a la esperanza. Eran hombres buenos, pero fue necesaria una manifestación extraordinaria de Jesús para sacudirles de su desesperación.
Explican cómo Jesús había sido rechazado por los jefes de los sacerdotes y los gobernantes, que lo habían condenado a muerte y crucificado. Expresan lo que había sido su esperanza, convertida ahora en desilusión: “Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel”. A continuación, hacen un excelente resumen de los acontecimientos de la Resurrección: “Ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron”.
La clave no son los hechos, sino cómo los leemos. Y muy a menudo leemos los acontecimientos de la vida con una hermenéutica de desesperación, no de esperanza. Pero, ¿cómo deshace Jesús su desánimo? Hay muchas lecciones para nosotros.
En primer lugar, caminando con ellos, acompañándoles, aunque vayan en dirección equivocada y digan tonterías. El simple hecho de escuchar puede ser un acto salvífico. “Se acercó y se puso a caminar con ellos”. Unas cuantas preguntas adecuadas ayudan a sacar todo el “pus” de su abatimiento. No nos precipitemos a hablar; dejemos más bien que la gente diga lo que tiene que decir, por muy equivocado que esté.
A continuación, Jesús les reprocha su lentitud para creer en la revelación. Muy de vez en cuando hay que hablar con fuerza para hacer entrar en razón a la gente. Nuestro Señor les señala la Escritura y el papel necesario del sufrimiento en nuestra salvación. Podemos animar a la gente a meditar sobre pasajes bíblicos que les ayuden a dar sentido a su situación, recordándoles que la disposición a sufrir es una parte clave del mensaje cristiano.
Jesús se muestra entonces dispuesto a cambiar sus planes y pasar más tiempo con ellos, compartiendo una comida. El tiempo y la comida hacen mucho por sacar a la gente del letargo. Pero la comida se convierte en Eucaristía, y reconocen a Jesús, volviendo a Jerusalén con alegría.
El tiempo, la paciencia, la escucha, la referencia a las Escrituras, la enseñanza del valor del sufrimiento, la ayuda a los demás para que encuentren a Cristo Eucaristía. Estos son los elementos básicos para recuperar la esperanza perdida.
La homilía sobre las lecturas del domingo III de Pascua (A)
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.