Evangelio

Conversión del corazón. Domingo VIII del Tiempo Ordinario (C)

Joseph Evans comenta las lecturas del VII domingo del Tiempo Ordinario (C) correspondiente al día 23 de febrero de 2025.

Joseph Evans·27 de febrero de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

El miércoles comienza la Cuaresma y las lecturas de hoy nos ayudan a prepararla centrándose en dos necesidades fundamentales de nuestra alma: la conversión y el examen de conciencia que conduce a ella. O, como dice Nuestro Señor, producir frutos buenos y no malos. Este es el sentido de la Cuaresma: desechar los frutos malos y tratar de producir frutos buenos. Y para ello necesitamos examinarnos. 

La primera lectura ofrece algunas metáforas útiles para el examen personal. Se agita un tamiz para separar lo bueno de lo malo. El tamiz deja pasar el trigo bueno al saco, pero retiene la paja inútil. Podríamos preguntarnos: ¿qué hay en mí de buen trigo? ¿Y qué es paja inútil, es decir, sólo apariencia pero sin sustancia? El horno pone a prueba la obra del alfarero: su fuego muestra lo que es de buena calidad y lo que es malo. O los árboles frutales: así como el fruto revela la calidad del árbol, nuestros pensamientos revelan la calidad moral de nuestra mente.

Puede que no estemos acostumbrados a examinar nuestra conciencia para ver el estado de nuestra alma. Mucha gente cree que está bien, igual que un hombre con visión defectuosa puede pensar que su ropa está limpia porque no ve bien ni mira con atención, cuando en realidad tiene muchas manchas.

Jesús pone ejemplos divertidos de lo poco que podemos conocernos a nosotros mismos, empezando por dos ciegos que intentan guiarse el uno al otro. Como él dice, “¿no caerán los dos en el hoyo?”. Claro que caerán. A veces hacemos lo mismo. Buscamos guías ciegos, personas que nos digan lo que queremos oír, que nos confirmen en nuestras malas vidas. 

El segundo ejemplo es el de la persona que ve una astilla en el ojo ajeno y no se da cuenta de la viga en el propio. Con una gran viga en el ojo propio, ¡sería difícil incluso caminar! Y, sin embargo, en lugar de intentar resolverlo, algunas personas se fijan (y exageran) en los pequeños defectos, las “motas”, de los ojos de los demás.

Así pues, hay dos maneras de eludir la conversión: la primera es buscar malos guías que no hacen más que confirmarnos en nuestros pecados; la segunda es concentrarse en los defectos (a menudo pequeños) de los demás como forma de evitar enfrentarnos a los nuestros. La conversión requiere, por tanto, buscar buenos guías (como el acompañamiento espiritual o la lectura de buenos libros espirituales), buenas compañías, que nos guíen por el buen camino, y darnos cuenta de que soy yo quien tiene que convertirse, no los demás. 

Entonces seremos buenos árboles que dan buenos frutos, como habla Jesús en el Evangelio. De la reserva de bondad de nuestro corazón brotarán buenas acciones, y no malas.

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