El dramático acto de Jesús de expulsar a los mercaderes del Templo -tema del Evangelio de este domingo- le valió el odio de las autoridades, que se beneficiaban económicamente de este comercio, pero la admiración de la gente. Así leemos: “Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía”. Pero lo sorprendente es lo que nos dice a continuación el evangelista: “Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre”. Jesús los conocía a todos… sabía lo que había en el hombre. Jesús, como Dios, nos conoce por dentro. Él nos hizo.
Conoce nuestros pensamientos secretos. Él sabe, por ejemplo, cuándo nos estamos convirtiendo en una cueva de ladrones en lugar de una casa de oración. Se nos dice: “Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: ‘Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre’”. Él conoce el ganado y las ovejas que hay que expulsar de nosotros: esos deseos animales, porque a menudo nos comportamos como bestias mudas. Puede que tenga que volcar nuestras monedas de los cambistas, igual que Dios permite a veces la ruina financiera porque es bueno para nosotros. Creemos que estaremos seguros acumulando riquezas y eso sólo nos aleja de Dios.
Dios sabe lo que hay en nuestro corazón. La primera lectura trata de los Diez Mandamientos, que son como el mapa para llegar a Dios. ¿Los tenemos en el corazón? ¿Conocemos los Diez Mandamientos? ¿Los encontraría Dios en nuestro corazón? Un deseo sincero de vivirlos y no un corazón que en realidad es un “mercado” porque siempre estamos pensando en lo que nos gustaría comprar y poseer, o en lo que queremos vender para enriquecernos. Nuestros corazones deben esforzarse por ser templos de Dios, casas, corazones de oración, donde los mandamientos ocupan un lugar privilegiado.
¿Hasta qué punto es nuestra prioridad ser una buena persona? Amar a Dios por encima de todo, honrar su nombre, santificar el domingo, honrar a nuestros padres, respetar la vida y resistir a la violencia, vivir castamente la sexualidad como Dios quiere que la vivamos, ser honestos en lo que decimos, desprendernos de los bienes materiales… Los Mandamientos nos conducen a la santidad y a la felicidad, perfeccionadas por las enseñanzas de Jesús en los Evangelios. Entonces verá que nuestros corazones son verdaderos templos que dan gloria a Dios, donde se complace en habitar.
La homilía sobre las lecturas del tercer domingo de Cuaresma
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.