Hay un hermoso tema de consolación en las lecturas de hoy, centrado inicialmente en Israel, pero que también se aplica espiritualmente a nosotros. Tanto la primera lectura como el evangelio apuntan al “paisajismo” que acompaña el regreso de Israel a Dios. No se trata de un simple regreso con la cabeza gacha y el rostro contrito, sino que exige una reordenación masiva del terreno, incluso podría decirse que una recreación del mismo: hay que preparar un camino a través del desierto, rellenar los valles, rebajar los montes y colinas, enderezar los senderos torcidos y sinuosos, hacer más transitables los caminos escabrosos.
Por eso Dios envió a Juan el Bautista antes de Cristo para que le preparara el camino. Había que arreglar todo tipo de cosas. Predicó un bautismo para el perdón de los pecados. La gente acudía a él para ser bautizada en el Jordán como expresión simbólica de su conciencia de su suciedad espiritual y de su necesidad de perdón. Juan los llamaba a la conversión de muchas maneras prácticas.
También nosotros estamos llamados a escuchar la llamada de Juan a la conversión, lo que puede implicar trabajar en esos caminos torcidos, valles vacíos, altas montañas, senderos sinuosos y caminos ásperos que encontramos en nosotros mismos.
Todos tenemos caminos torcidos. A menudo no somos rectos. No decimos las cosas como son. Intentamos ser astutos y taimados. Nos escondemos en nuestra vergüenza en lugar de afrontar y confesar nuestra culpa. El esfuerzo por ser más honestos, sinceros y directos podría ser un área de conversión.
Estamos llenos de valles vacíos: los talentos y el tiempo que hemos desperdiciado. Donde debería haber crecimiento y fertilidad hay esterilidad y despilfarro. ¿Podríamos encontrar formas de utilizar mejor nuestro tiempo y nuestros talentos?
Todos tenemos muchas montañas y colinas altas que necesitan ser abatidas. Somos tan orgullosos. Nos creemos muy grandes. Deberíamos rezar por la humildad.
Además están los caminos tortuosos. Son nuestra tendencia a perder el tiempo, a retrasarnos. Necesitamos más valor y fuerza para ponernos manos a la obra, sobre todo en las cosas difíciles, para no aplazarlas, para coger los toros por los cuernos.
Por último, están los caminos difíciles. Todos tenemos aristas en nuestro carácter. Podemos ser cortantes y bruscos, impacientes y demasiado exigentes con los demás. Trabajar estas “asperezas” puede ser un buen objetivo para el Adviento. Puede que no seamos capaces de trabajar en todos ellos, pero quizá podríamos centrarnos en una o dos áreas en las que podríamos intentar mejorar.
La homilía sobre las lecturas del segundo domingo de Adviento
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.