Evangelio

Arrepentimiento y voluntad. Miércoles de ceniza

Joseph Evans comenta las lecturas del Miércoles de Ceniza.

Joseph Evans·12 de febrero de 2024·Tiempo de lectura: 2 minutos

La Iglesia hoy nos llama al arrepentimiento, y el arrepentimiento implica dos pasos clave. En primer lugar, el reconocimiento de la culpa: “Es culpa mía. Yo estoy herido, yo debo cambiar mi comportamiento, no otro”. Ese defecto puede ser objetivo pero, como mínimo, hay en mí una falta de paciencia o de virtud para tratar ese defecto. Una forma especialmente buena de arrepentirse es a través del sacramento de la Confesión, cuando, precisamente, nos culpamos a nosotros mismos -abierta, públicamente- y no a los demás.

El segundo aspecto es la voluntad de hacer algo al respecto. Algunas personas reconocen su culpa pero no están dispuestas a cambiar, ya sea por dureza de corazón o por desesperación. Por eso, el arrepentimiento implica la esperanza de que es posible. Si Dios pone el deseo en mi alma, me dará la gracia para llevarlo a cabo.

El arrepentimiento probablemente no es muy dramático para la mayoría de nosotros, es subir el siguiente escalón hacia la santidad, el siguiente nivel. Los cambios que Dios nos pide en la vida pueden ser cada vez más pequeños, aunque a veces sean cada vez más difíciles. Lo que importa es luchar, aunque fracasemos, y seguir empezando una y otra vez.

En el Evangelio, Jesús recomienda los tres medios tradicionales para la conversión: la oración, el ayuno y la limosna. Con la oración damos más y mejor tiempo a Dios. La oración es la actividad de la esperanza. Esa conversión que deseamos pero que nos cuesta realizar comienza en la oración, donde nos ponemos ante Dios con nuestra debilidad para que nos cure y nos fortalezca. Luego viene el ayuno, decir no a nuestro cuerpo, también como oración por los que sufren. Esto debe tener un aspecto de solidaridad y, por tanto, sigue la limosna. Imploramos la misericordia de Dios esforzándonos por mostrar misericordia hacia los demás, con nuestro tiempo y nuestro dinero. 

La Cuaresma tiene que doler, al menos un poco. Debemos estar dispuestos a perder para ganar: “perder” algo de tiempo para rezar o para ayudar a los demás, y perder algo de placer corporal. Como dijo una vez el Papa Francisco “No olvidemos que la verdadera pobreza duele; ninguna abnegación es real sin esta dimensión de penitencia. Desconfío de una caridad que no cuesta nada y no duele”.

Podemos pedir a la Virgen que nos gane el valor que necesitamos para vivir bien la Cuaresma este año, sin miedo a tener propósitos que duelan y luchando por cumplirlos. Y si fracasamos, porque son ambiciosos y desafiantes, podemos invocar la misericordia y la ayuda de Dios y volver a empezar sin desanimarnos.

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