El Evangelio de hoy tiene un final feliz: Jesús “así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”. En una fiesta de bodas, en la que se celebraba la unión de un hombre y una mujer en matrimonio, Jesús realizó el primero de sus milagros y dejó entrever por primera vez su gloria divina, que llevó a sus discípulos a tener más fe en él. Todo parece tan hermoso y tan sencillo.
Pero entonces volvemos al principio del evangelio y consideramos cómo todo pudo salir tan terriblemente mal. “Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: ´No tienen vino’”. El evangelista narra esto con mucha sobriedad, pero cuanto más se piensa en ello, más desagradable parece toda la escena. El vino se estaba acabando. “No tienen vino”. No se trataba sólo de un problema práctico, sino también espiritual. Varios textos del Antiguo Testamento asocian el vino que fluye tanto con la venida del Mesías (por ejemplo, Joel 3, 18) – cuando el Mesías viniera, el vino fluiría – como con la enorme generosidad de Dios. Un salmo describe a Dios como el dador de todos los dones, incluido el “vino que le alegra el corazón” (Salmos 104, 15). Parecía que Dios no daba sus dones a esta pareja, como si los estuviera maldiciendo. Al menos así es como algunas personas podrían haber visto el fracaso del vino en la fiesta. La pareja probablemente habría tenido que vivir en Caná el resto de su vida, sujeta a continuas habladurías sobre el día de su boda.
Pero lo esencial de este episodio es que María estaba presente en la boda, y con ella Jesús y sus discípulos, los doce apóstoles, las piedras fundamentales de la Iglesia: Podríamos decir, Jesús y su Iglesia. Porque Jesús estaba allí, con su Madre, con su Iglesia. Lo que parecía acabar como un desastre catastrófico terminó siendo una gozosa manifestación de la gloria de Cristo, que condujo a una fe más profunda en Él. Las personas que llevan mucho tiempo casadas podrían decirnos que esto sucede a menudo. Una y otra vez surgen situaciones que parecen desastrosas, sin una solución humana aparente. Parece que Dios se ha vuelto contra ti. El vino se ha acabado. Pero mientras Jesús esté ahí, mientras María vea el problema y tenga el poder de convencer a su Hijo (y siempre lo tiene), mientras permanezcamos dentro de la vida de la Iglesia, cada problema será una ocasión para que la gracia y el poder de Cristo se manifiesten y para que creamos más en Él.