La parábola de las vírgenes prudentes y necias es una de las más dramáticas de Nuestro Señor y nos habla de uno de los temas más importantes: nuestra entrada o exclusión del cielo.
La Iglesia nos ofrece hoy esta parábola, contextualizándola mediante la primera lectura, del libro de la Sabiduría y que ensalza la grandeza de la sabiduría, y la segunda lectura, en la que san Pablo habla de la segunda venida de Cristo y de los que resucitarán a una nueva vida con Él.
La sabiduría no es muy apreciada en la sociedad contemporánea -nos preocupa más nuestra apariencia, o nuestra influencia, o nuestra posición social-, pero era muy valorada en la antigüedad y hay varios libros del Antiguo Testamento sobre ella. Al vincular una lectura sobre la sabiduría con la parábola de las vírgenes prudentes y necias, la Iglesia nos enseña que la verdadera sabiduría es la que nos lleva al cielo.
Las decisiones sabias son las que nos conducirán a la vida eterna con Dios. Por eso, siempre que tengamos que tomar una decisión, es bueno que nos preguntemos: ¿me llevará al Cielo esta forma de actuar? Si la respuesta es “sí”, debemos hacerlo. Si la respuesta es “no”, no debemos hacerlo.
La parábola es muy rica y hunde sus raíces en las costumbres nupciales de la época de Jesús, cuando las jóvenes solteras salían al encuentro del novio al anochecer para acompañarle con lámparas encendidas hasta la casa de la novia. Iban así como representantes de la novia y eran “vírgenes” y, por lo tanto, se suponía que eran castas.
Es aterrador pensar que los miembros castos de la Iglesia, que es la esposa de Cristo, también podrían quedar excluidos del cielo. Uno puede vivir una forma de castidad pero dejar que el aceite de su alma se acabe. ¿Qué es este aceite extra? Numerosos padres de la Iglesia y escritores espirituales han dado su interpretación. Puede ser la caridad, la humildad o la gracia de Dios. Probablemente sea todo eso.
Nos habla de esa reserva espiritual de nuestra alma que nos permite perseverar cuando Dios parece desaparecer de nuestra vida, cuando caemos en la oscuridad del sueño (lo que, según enseña Jesús en esta parábola, nos sucede a todos).
Siempre hay una cierta oscuridad en la vida cristiana y podemos sentir la aparente ausencia de Dios con mayor o menor intensidad en distintos momentos de nuestra vida.
Puede haber momentos de oscuridad, en los que parece que dormimos, en un matrimonio o en una vocación célibe, pero entonces el aceite son los buenos hábitos de oración, lucha y compromiso que hemos construido y seguimos viviendo.
Las vírgenes necias eran necias porque solo vivían para la emoción de la procesión, para la diversión del momento. La sabiduría surge de un corazón que ama y se da cuenta de que el amor es algo más que emoción.
El amor es una búsqueda perseverante que permanece fiel e incluso crece en los momentos de oscuridad, aparentemente apagado, como el aceite, pero con la llama encendida.
La homilía sobre las lecturas del domingo XXXII del Tiempo Ordinario (A)
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.