Nada ocurre por casualidad en la Biblia. Así que el hecho de que el milagro del evangelio de hoy tenga lugar en Jericó no es una casualidad.
Jericó tenía poderosas resonancias del Antiguo Testamento. Fue allí donde Josué y el pueblo de Israel comenzaron su conquista de la Tierra Prometida dando siete vueltas alrededor de esta ciudad, aparentemente inexpugnable, con el Arca de la Alianza, y luego siete veces al séptimo día, con toques de trompeta. Son las trompetas y la perseverancia de la oración. Las murallas de la ciudad cayeron por sí solas e Israel tomó la ciudad (Jos 6).
Jesús está a punto de entrar en Jerusalén para sufrir su pasión y muerte. Este milagro en Jericó muestra que está comenzando su conquista. Satanás era el hombre fuerte que pensaba que su ciudad amurallada era inexpugnable (ver Lc 4,5-6; 11,21-22). Pero todos los muros del pecado caen ante el poder de Cristo (ver Ef 2,14).
Jesús realiza otro milagro en Jericó, curando a Zaqueo de su avaricia (Lc 19,1-10), igual que aquella mujer antes pecadora, Rahab, fue curada de su prostitución y ayudó a los israelitas en la conquista de la ciudad (Jos 2). Zaqueo había sido un poco como una prostituta, vendiendo su honor y a su pueblo para lucrarse.
Un ciego se sienta al borde del camino. Pero se nos dice su nombre y su linaje: Bartimeo, hijo de Timeo. Para Dios tiene un nombre y una dignidad, como todos los mendigos que vemos por la calle. Está sentado al borde del camino de la vida, impedido por su ceguera para participar plenamente en la sociedad, pero es sensible al paso de Cristo y, en su humildad, clama por su misericordia. Para nosotros, puede ocurrir lo contrario: nuestra propia inmersión en la sociedad y en la actividad puede llevarnos a ser ciegos a la presencia de Cristo. Estamos espiritualmente ciegos, tan ciegos que ni siquiera reconocemos nuestra necesidad.
Bartimeo es grande por su insistencia. Llama a Cristo y sólo grita más fuerte cuando algunos intentan silenciarle. Tantos factores y fuerzas intentan hoy silenciarnos: “no hables de Cristo”, “no expreses tu necesidad de él”. Bartimeo no será silenciado. Nosotros tampoco.
Pero hay gente buena que le anima. Cómo nos gustaría estar entre ellos (y debemos preguntarnos cuál es nuestra posición en el evangelio de hoy: ¿somos Bartimeo, los que intentan silenciarle, los que le animan, o uno de los que ni siquiera estaban allí, porque tenían “cosas más importantes que hacer”?) Qué bendición es estar entre los que animan a la gente a ir a Cristo: “Y llamaron al ciego, diciéndole: ‘Ánimo., levántate, que te llama’”.
La homilía sobre las lecturas del domingo XXX del Tiempo Ordinario (B)
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.