La sabiduría consiste en saber lo que importa en la vida, cuáles son los verdaderos tesoros de la vida. Y estos tesoros no son materiales: son los tesoros de la virtud, del amor, sobre todo de la unión con Dios, porque sólo éstos perduran más allá de la muerte. Comparado con la sabiduría, “todo el oro ante ella es un poco de arena”, y la plata es “como el barro”, se nos dice en la primera lectura de hoy.
Asimismo, el salmo nos anima a apreciar la brevedad de la vida para “adquirir un corazón sabio”.
Pero el evangelio nos presenta el triste episodio del joven rico que no fue capaz de aprender esta sabiduría. Aunque llevaba una vida limpia y decente -vivía los Mandamientos-, no fue capaz de responder a la llamada de Cristo. Cuando Jesús le invitó a que vendiera todo lo que tenía, diera el dinero a los pobres y le siguiera, se nos dice: “A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico”. Este joven estaba tan acostumbrado a vivir en su zona de confort y a depender de sus riquezas que no podía aceptar el reto de prescindir de ellas para seguir a Cristo.
Es aterrador pensar que uno puede vivir una vida básicamente buena y aun así rechazar la llamada de Dios.
Jesús dice a sus discípulos: “¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!”. Los discípulos se asombran, sin duda porque aún compartían la mentalidad de la Antigua Ley según la cual la riqueza era signo de la bendición de Dios. Como Israel no tenía todavía un concepto claro de la vida después de la muerte -sólo las obras posteriores del Antiguo Testamento se refieren de algún modo a la recompensa celestial o al castigo del infierno, por ejemplo, Sab 3-, sólo podía concebir el favor divino expresado en términos materiales. Y así Job es recompensado con bienes terrenales por su fidelidad a Dios en sus pruebas (ver Job 42:12-17).
Pedro, una vez más portavoz de los discípulos, dice: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Los apóstoles, excepto Judas, tenían la sabiduría que le faltaba al joven. Y Jesús les anuncia las bendiciones que se derivan de dejar atrás casa, familia y posesiones: “cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna”.
Nótese la palabra “persecuciones”. Sí, la disposición a sufrir por Cristo también forma parte de la verdadera sabiduría. La segunda lectura señala una fuente que nos ayudará a formarnos un juicio y a tomar las decisiones correctas: la palabra de Dios, “más cortante que cualquier espada de doble filo”.
La homilía sobre las lecturas del domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (B)
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.