En el Evangelio de hoy vemos a Jesús hacer toda clase de milagros: curar de fiebre a la suegra de Simón, expulsar demonios y curar enfermedades. Pero esto es sólo una señal de que el Espíritu Santo está sobre Él. Jesús hace estas acciones porque está lleno del Espíritu y la liberación es una señal de la acción del Espíritu: “El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Cor 3, 17). El Espíritu es como el viento, que no puede ser constreñido. Así describió Nuestro Señor la actividad del Espíritu a Nicodemo cuando fue a visitarle (cfr. Jn 3, 1-8).
Puede haber momentos en la vida en los que nos sintamos muy constreñidos, faltos de libertad, como Job en la primera lectura: “¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como los de un jornalero?; como el esclavo, suspira por la sombra; como el jornalero, aguarda su salario. Mi herencia han sido meses baldíos, me han asignado noches de fatiga. Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba”.
Este sentimiento puede ser objetivo o exagerado. En cualquier caso, debemos recordar que la libertad es ante todo interior. Lo que realmente quita la libertad son las limitaciones interiores: las adicciones, las debilidades de carácter. Alguien -los mártires cristianos, por ejemplo- puede estar encerrado en una cárcel y ser interiormente totalmente libre.
Necesitamos que el Espíritu Santo nos dé la gracia para encontrar la libertad. Pronto empezará la Cuaresma y es una buena oportunidad para preguntarnos qué necesitamos cambiar para crecer en libertad: ¿qué hay que cortar en nosotros (un vicio que eliminar) o mejorar (una virtud en la que crecer)? ¿Qué defecto, mal hábito o adicción me está quitando la libertad? Puede ser la pereza, el apego al teléfono o a internet, a la comida o a la bebida, a los gastos, o cualquier otra cosa. La Cuaresma es un tiempo de gracia para luchar más contra estas adicciones y encontrar mayor libertad en Dios. El sacramento de la Confesión es el sacramento de la libertad, ya que nos libera de nuestros pecados.
Si estamos llenos del Espíritu Santo, estaremos llenos de libertad. En efecto, como explica san Pablo en la segunda lectura, esta libertad nos lleva a hacernos voluntariamente esclavos de los demás: “Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles”. Como hizo Jesús. La libertad encuentra su expresión más plena en la entrega amorosa.
La homilía sobre las lecturas del domingo V del Tiempo Ordinario (B)
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.