Jesús invita a Simón Pedro y a Andrés a ser pescadores de hombres. Y Jonás advierte a los habitantes de Nínive que se conviertan para no ser destruidos; lo hacen y se salvan. Las lecturas de hoy, en este tercer domingo del tiempo ordinario, que el Papa Francisco ha convertido en Domingo de la Palabra de Dios, pueden ayudarnos a considerar el poder de esta palabra para salvar. Todos nosotros, y no solo los sacerdotes, somos predicadores de esta Palabra, porque hay una predicación cotidiana que es el ejemplo de nuestras vidas y nuestras conversaciones personales con los que están cerca de nosotros. Y todos nosotros tenemos que pescar almas para salvarlas.
Con los peces normales, sacarlos del agua es su muerte. Pero en la pesca de almas debemos precisamente sacarlas de las aguas oscuras del pecado y de todos los depredadores que podrían devorarlas -el diablo y sus hordas- para salvarlas y ponerlas después a los pies de Cristo. Jonás, que después de tres días y tres noches en el vientre de una ballena sabía lo que era ser tragado por un depredador, lo habría entendido bien.
Nuestras conversaciones con nuestros amigos serán generalmente positivas y alentadoras, como lo es la palabra de Dios. Como escribe San Pablo: “Pues el Hijo de Dios, Jesucristo, que fue anunciado entre vosotros […], no fue sí y no, sino que en él solo hubo sí” (2 Cor 1, 19). Pero habrá ocasiones en las que tengamos que advertir claramente a los demás de que tal o cual comportamiento solo les llevará a la destrucción. Los estamos pescando en las aguas de la muerte. “Desde el cielo alargó la mano y me agarró, me sacó de las aguas caudalosas, me libró de un enemigo poderoso, de adversarios más fuertes que yo” (Sal 18, 17-18). Como muestra el evangelio de hoy, Jesús comienza su ministerio llamando a la gente a arrepentirse. La llamada al arrepentimiento sigue siendo un aspecto esencial del mensaje cristiano. No podemos limitarnos a confirmar a la gente en su pecado.
Pero, ¿cómo evitar la negatividad y la amargura en nuestro testimonio? Esforzándonos por ser los primeros en arrepentirnos, viviendo nosotros mismos en un estado constante de conversión. Es hermoso ver cómo, después de Pedro y Andrés, Jesús llama a Santiago y a Juan mientras estaban remendando sus redes. El cristiano debe estar siempre atento a remendar las redes de su propia alma, que tiene muchos desgarros e hilos rotos. Y, como los apóstoles, todos tenemos que dejar cosas -posesiones, seguridad, quizá incluso empleo y familia- para seguir a Cristo.
La homilía sobre las lecturas del domingo III del Tiempo Ordinario (B)
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.