Evangelio

Testigos de la resurrección. Domingo III de Pascua (B)

Joseph Evans comenta las lecturas del domingo III de Pascua y Luis Herrera ofrece una breve homilía en vídeo.

Joseph Evans·11 de abril de 2024·Tiempo de lectura: 2 minutos

Los dos discípulos están contando a los apóstoles lo que les sucedió en Emaús y, de repente, Jesús se aparece entre ellos. Todos se asustan y piensan que es un fantasma. Cristo tiene que mostrarles sus heridas. Ha resucitado con el mismo cuerpo con el que murió, aunque ahora es glorioso. La Resurrección física de Cristo está en el corazón de nuestra fe: no es una metáfora.

Como decía san Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también es vuestra fe”. Está de moda negar la Resurrección real de Cristo, alegando que no resucitó literalmente de entre los muertos. Pero nosotros creemos que la Resurrección de Cristo es real y corporal: Jesús puede comer y ser tocado, aunque, eso sí, su cuerpo glorioso también tiene poderes espirituales, entre ellos la capacidad de estar donde quiere cuando quiere, atravesar puertas, aparecer y desaparecer de repente, y ocultarse o revelarse a su antojo.

Jesús come en presencia de los apóstoles y su miedo y sus dudas se convierten en alegría. Una vez más les remite a las Escrituras: “Y les dijo: ‘Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí’. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Podríamos preguntarnos: ¿necesito que me abran la mente? A todos nos gusta pensar que tenemos la mente abierta. Y, sin embargo, cuando se trata de la Palabra de Dios, a menudo nos cerramos en banda.

Pasamos del contacto con Cristo en su palabra en la Escritura al contacto con Cristo en su cuerpo en la Eucaristía. Ambas nos ayudan a tener un contacto real con Jesús resucitado, a verlo más que como un fantasma. No es solo un recuerdo, es real, está vivo, triunfante hoy.

Vosotros sois testigos de esto”. Somos nosotros los que debemos llevar a nuestros coetáneos la buena noticia de la muerte salvadora de Cristo y de su gloriosa Resurrección. Como María ardía llevando el Verbo de Dios encarnado a Isabel y lo proclamaba con tanto entusiasmo “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”, podríamos pedirle que nos ayude a contagiarnos algo de su fuego. Y más aún cuando ahora tocamos y llevamos el cuerpo glorioso de Jesús que recibimos en la Eucaristía.

La homilía sobre las lecturas del domingo III de Pascua (B)

El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.

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