Una de las cosas más sorprendentes de las lecturas de hoy es su carácter físico. Con el Domingo de Ramos entramos en la Semana Santa en la que Cristo, a través de su propia santidad, convertirá la falta de santidad de sus asesinos en el medio por el que nos salva de nuestros pecados. Y la Semana Santa nos presenta tanto el sufrimiento corporal como la resurrección corporal de Cristo. El cuerpo importa y creemos en la resurrección de nuestro propio cuerpo al final de los tiempos.
El breve evangelio que presenta la entrada de Nuestro Señor en Jerusalén nos cuenta un hecho curioso: el pollino que le servirá de trono al entrar en la ciudad es uno “que nadie ha montado nunca”. Estaba destinado a Jesús y sólo a él, casi “virginal” en este aspecto, como el vientre de María (Lc 1, 27). Habrá que desatarlo, se extenderán ante él mantos y ramas de palma en el camino… todo detalles físicos. En el texto de Isaías que predice la Pasión de Cristo, se nos dice: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos”. Y el largo relato evangélico del sufrimiento y la muerte de Cristo, este año de san Lucas, nos ofrece todo tipo de detalles físicos: el corte y posterior curación de la oreja del siervo del sumo sacerdote; el hecho de que los que arrestan a Jesús lleven “espadas y palos”; la burla de vestir a Cristo con ropas espléndidas; la división de sus ropas por los soldados; por supuesto, la crucifixión; la envoltura del cuerpo de Jesús en un sudario de lino; la colocación de su cuerpo en una tumba “donde nadie había sido puesto todavía” (también “virginal” en cierto sentido); la preparación de especias y ungüentos…
El Evangelio subraya la total disponibilidad de Cristo para nosotros. De niño lo acostaron en un pesebre (Lc 2, 7); Jesús es sentado en el asno, y luego depositado en un sepulcro… Jesús se pone a nuestra disposición en toda su fisicalidad, verdaderamente alma y cuerpo. Nacido de un vientre virgen, sentado a lomos de un asno “virginal”, depositado en un sepulcro “virginal”… El todo puro, sin pecado, entra en la inmundicia, en la pocilga de nuestra pecaminosidad (Lc 15, 15-16), incluso corporalmente. En la Semana Santa vemos a Jesús vivir realmente estas palabras de san Pablo: “Al que no conocía el pecado, [Dios] lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él (2 Co 5, 21).