Un ángel en el interior del sepulcro dice a las santas mujeres: “No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí” (Mc 16, 6). Por miedo a un ángel, tal vez este mismo, los soldados que custodiaban el sepulcro “temblaron de miedo y quedaron como muertos” (Mt 28, 4). Pero esa es la diferencia: los soldados impedían el acceso a Jesús, las mujeres intentaban llegar hasta él. Y por eso dice el ángel: “No tengáis miedo. Buscáis a Jesús”. No tengáis miedo porque buscáis a Jesús. Si buscamos a Jesús, no debemos tener miedo de nada ni de nadie.
Que tengan miedo los poderosos del mundo, que tengan miedo los ejércitos y los soldados, pero no nosotros, creyentes pobres y débiles, pero creyentes al fin y al cabo. Dios conoce nuestro corazón, e incluso, hasta cierto punto, lo conocen los ángeles del cielo: “Buscáis a Jesús”. Ellos lo saben. Así que hoy, y siempre, no tenemos nada que temer y todo que celebrar. No tenemos que tener miedo de los poderes mundiales, ni de los problemas de la sociedad o de nuestras propias vidas y familias, ni siquiera tenemos que tener miedo de nuestros pecados y debilidades, siempre que busquemos a Jesús. Él vendrá a nosotros y nuestro miedo se convertirá en alegría.
Precisamente porque estas mujeres buscaban a Jesús, él vino a ellas. “De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ‘Alegraos’” (Mt 28, 9). Cuando buscamos a Jesús, él nos busca a nosotros, aunque en cierto sentido es al revés. Jesús siempre toma la iniciativa: nos busca más que nosotros a él.
El ángel había dicho: “Mirad el sitio donde lo pusieron”. Ahora está vacío, no hay nadie. El poder de las tinieblas tuvo su momento, pero su poder ha desaparecido. El mal se ha desvanecido en la nada, pero las mujeres pueden asirse a los pies reales de Jesús. “Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él” (Mt 28, 9). Lo que tiene sustancia, verdadera realidad, es la persona real -y resucitada- de Jesucristo, Dios hecho hombre para nuestra salvación.
Las mujeres hacen lo poco que pueden, pero con gran amor. Luego se nos dice que huyeron por miedo (Mc 16, 8). Pero al menos una de ellas, María Magdalena, corrió a contárselo a los apóstoles (Jn 20, 1 ss). La secuencia de los hechos es un poco imprecisa y hay una confusión comprensible: se trataba, literalmente, del acontecimiento más sorprendente ocurrido en la historia. Pero las pobres y frágiles mujeres preparan el camino de la Resurrección, igual que 33 años antes la humilde sierva había abierto la puerta a la Encarnación. Cuando las mujeres están dispuestas a hacer lo poco que pueden con amor, Dios actúa en la historia.
La homilía sobre las lecturas del domingo de Pascua
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.