Así como María había ido “de prisa” a ver a su prima Isabel (Lc 1,39), los pastores van “corriendo” a Belén para descubrir a “María y a José, y al niño acostado en el pesebre”. Los acontecimientos de la concepción y el nacimiento de Cristo parecen ir acompañados de una santa prisa, de la que María es plenamente partícipe, como si, tras siglos de lenta y pecaminosa torpeza, la acción salvadora de Dios acelerara la vida.
María muestra también una actitud tranquila, contemplativa, como ya hemos considerado (véase mi meditación del año A), pero la contemplación no es letargo. Hay una alegría, una vivacidad, incluso una rapidez, que viene con la intervención de Dios en nuestras vidas. Los enamorados lo saben muy bien: las cosas se aceleran cuando uno está enamorado, incluso el corazón parece latir más deprisa. No podía ser menos con el amor divino. Así lo expresa y celebra ese gran canto de amor divino y humano del Antiguo Testamento, el Cantar de los Cantares: “Un rumor…! ¡Mi amado! Vedlo, aquí llega, saltando por los montes, brincando por las colinas. ” (Cant 2,8).
La Iglesia nos regala esta fiesta para comenzar cada año, para que nos pongamos en manos de la Virgen y también para que aprendamos de ella a afrontar el año que tenemos por delante. Ciertamente con su actitud orante y contemplativa: “María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Pero también con la rapidez de su amor y generosidad, corriendo con Ella para ayudar a los necesitados, y corriendo hacia Ella, porque donde está Ella encontramos siempre a Cristo, su Hijo.
Y en presencia de María, como los pastores, tenemos valor y confianza para proclamar todo lo que hemos visto y aprendido sobre Cristo: “contaron lo que se les había dicho de aquel niño”. Con el suave aliento de María, y el de José, todos se sienten confiados para desempeñar su papel y aportar su contribución: hombres, mujeres, ricos, pobres, trabajadores, estudiosos… Y después de este encuentro con la Sagrada Familia, los pastores pueden volver al trabajo “dando gloria y alabanza a Dios”. El encuentro con María se convierte en encuentro con Cristo y nos lleva a afrontar la vida -y el nuevo año que comienza- con una profunda alegría en Dios.
Pero el sufrimiento no tarda en hacerse presente. María y José tendrán que presenciar el comienzo del sufrimiento de Cristo en su circuncisión, por la que Jesús entra y se identifica con el pueblo de Israel. Y María se identifica con el sufrimiento de Jesús, como lo hará más tarde en la Cruz. Así pues, ella nos enseña la santa prisa, el espíritu contemplativo y la voluntad de sufrir en unión con Cristo.
La homilía sobre las lecturas de María Madre de Dios (C)
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.