Evangelio

La profecía cumplida. Solemnidad de la Anunciación

Joseph Evans comenta las lecturas de la Solemnidad de la Anunciación correspondiente al día 25 de marzo de 2025.

Joseph Evans·22 de marzo de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

Cuando el rey Acaz, un rey muy deficiente de Judá en el siglo VIII a.C., fue invitado por Isaías a pedir a Dios una señal, el profeta le dijo: “Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo”. En otras palabras, puedes pedir lo que quieras, por muy extraordinario y aparentemente imposible que le parezca. Acaz responde, en un alarde de falsa piedad: “No lo pido, no quiero tentar al Señor”. Cuando en realidad estaba constantemente poniendo a prueba, provocando, a Dios con su impiedad. Isaías lo señala: pones a prueba la paciencia no sólo de los hombres, sino de Dios mismo. Y añade: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel”.

La señal absolutamente imposible, inimaginable, será una virgen dando a luz “porque con nosotros está Dios”. Esa profecía pudo tener un sentido inmediato en su época: una joven princesa, hasta entonces virgen, daría a luz un niño cuyo nacimiento, asegurando la continuación de la dinastía davídica, mostraría que Dios seguía estando cerca de su pueblo. Pero el significado real y pleno de esa profecía se hizo realidad a través del acontecimiento que la fiesta de hoy celebra: la Encarnación del Hijo de Dios. Hoy, en el sentido más literal -y más milagroso-, una virgen dio a luz al que realmente es Dios con nosotros, porque es Dios hecho hombre.

Podríamos decir muchas cosas sobre la fiesta de hoy de la Anunciación. Esta “señal” se cumplió en el nacimiento de Cristo: “Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lucas 2,12), dijeron a los pastores. Dios puede hacer lo que para los humanos es imposible: nos ofrece una salvación, una cercanía, que no sólo no nos atrevíamos a desear, sino que ni siquiera se nos había ocurrido. La misericordia de Dios supera incluso nuestra imaginación. Pero ha sucedido realmente: lo inconcebible se ha hecho carne. Mientras intentamos decir no a nuestra carne en este tiempo de Cuaresma, nos anima el hecho de que Dios se haya hecho carne y, por tanto, esté dispuesto a sufrir con nosotros el frío, el hambre y, finalmente, la muerte. Independientemente de lo que intentemos hacer con nuestra propia abnegación y entrega, Dios se ha adelantado en su kenosis, su vaciamiento de sí mismo (Cfr. Filipenses 2,7). 

Pero la fiesta de hoy señala también la capacidad humana de responder a Dios, que se manifiesta sobre todo en el , el fiat de la Virgen María al ángel. Dios puede acercarse a la humanidad a través de quienes tienen la fe y la valentía de creer en su iniciativa y aceptarla (como no hizo Acaz). María no necesitó tiempo para pensarlo. Ella sí inmediatamente y totalmente con la plenitud de su ser.

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