Por sorprendente que pueda parecer, la Solemnidad de Cristo Rey es una fiesta bastante reciente. Fue instituida en 1925 por el Papa Pío XI ante la creciente secularización del mundo. Con ella, la Iglesia quiso poner de relieve la soberanía de Cristo sobre toda la creación, incluida la humanidad y su historia.
Esto no significa, por supuesto, que en 1925 la Iglesia “inventara” la idea de que Jesús es rey. La Iglesia ha sabido desde los apóstoles que Cristo es rey, pero ha querido subrayar esta realidad ahora que su dominio sobre el mundo se cuestiona cada vez más… El reto inicial, también para Jesús, era limpiar la noción de su realeza de connotaciones mundanas.
En varias ocasiones vemos que los judíos lo proclamaban rey, queriendo que fuera un líder político-militar mundano que los liberara del dominio romano. Pero en todas las ocasiones Jesús se escabulló, evitando cualquier tipo de realeza. También dejó claro al cínico Pilato, preocupado por las amenazas a la hegemonía de Roma en la región, que su reino “no es de este mundo” (Jn 18, 36). A lo largo del ciclo trienal de lecturas dominicales, la Iglesia nos presenta distintos aspectos de la realeza de Cristo que, como siempre, supera con creces la concepción mundana del poder y la autoridad.
En las lecturas de hoy, con las que terminamos el año litúrgico, se nos muestra a Jesús viniendo al final de los tiempos para “juzgar a vivos y muertos”, como decimos en el Credo.
La segunda lectura nos dice que “todo será puesto bajo sus pies”. Pero, como siempre, la primera lectura nos ayuda a comprender el Evangelio, y describe la realeza como el pastoreo del pueblo. Un buen rey era como un buen pastor, que cuidaba de todo el rebaño, que tenía a todos a la vista, que rescataba a los descarriados. La verdadera realeza no consiste en enseñorearse del pueblo, sino en servirlo. Esta fue la realeza de Jesús, y es la forma de realeza que no solo nos ofrece, sino que espera de nosotros. Nuestro propio juicio se basará en si vivimos o no una forma de realeza de servicio.
Así pues, el Evangelio es la famosa parábola de las ovejas y las cabras, que describe el juicio universal de toda la humanidad que tendrá lugar al final de los tiempos. Las ovejas, a la derecha del Señor, que se reunirán con él en el cielo, son las que se ocuparon de los necesitados. Estas ovejas eran pastores solícitos, que utilizaban toda la autoridad de que gozaban, fuera mucha o poca, para ayudar a los demás. Vivían un reinado de servicio. Las cabras, a la izquierda de Cristo, que son enviadas al infierno, son aquellas que descuidaron a sus hermanos que sufrían. Usaron los privilegios que disfrutaban egoístamente y su poder para el placer. Su realeza/reinado implicaba enseñorearse de los demás. La elección es dura: ¿qué forma de realeza elegiremos? Una lleva al cielo, la otra al infierno.
La homilía sobre las lecturas de la Solemnidad de Cristo Rey
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.