No es sorprendente que las familias puedan tener problemas y malentendidos. Incluso la mejor familia de todas, la Sagrada Familia, tuvo un malentendido, como leemos en el evangelio de hoy (Lc 2, 41-52). Parece que hubo un malentendido: Jesús se quedó en el Templo y no avisó a sus padres. Cuando al final lo encuentran, preocupado y enfermo después de tres días buscándolo, no muestra mucha compasión y se extraña de que no pensaran que estaría en el Templo, la casa de su Padre.
Jesús es el hombre perfecto y antepone Dios a todo lo demás, aunque, como hombre real y por tanto limitado (lo que forma parte de su naturaleza humana), de una manera un tanto adolescente no considera la preocupación que causaría a sus padres al hacerlo. Se nos dice que sus padres “no entendían” lo que decía.
Jesús nos muestra la actitud que los hijos deben tener hacia sus padres. Primero a Dios, pero luego obedece a sus padres. “Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos”. Pero la Virgen nos muestra la actitud que deben tener los padres: rezar. “Su madre conservaba todo esto en su corazón”. Más rezar que hablar. También vemos la perfecta relación entre José y María, que es un gran ejemplo para los esposos. Normalmente José lleva la iniciativa, como cuando llevó a María y a Jesús a Egipto y volvió.
Pero en esta ocasión, se contiene y deja hablar a María, ya que el cuestionamiento de las acciones de Jesús vendría más apropiadamente de ella que de él. José y María nos muestran un perfecto equipo de esposos. Cada uno respeta la competencia y la autoridad del otro.
La primera lectura nos enseña una hermosa lección. Ana había concebido milagrosamente a Samuel cuando creía que nunca concebiría. Pero ahora se lo devuelve a Dios. Está dispuesta a dedicar su hijo al Señor y va al templo para hacerlo. Los padres tienen que recibir a sus hijos como un don de Dios y estar dispuestos a devolvérselos. Y puede que tengamos que estar preparados para que nuestros hijos nos sorprendan. Incluso María y José tuvieron que ser sorprendidos. A veces Dios tiene que darnos una lección, sorprendernos a través de nuestros hijos y de las inesperadas decisiones libres que toman. Se pertenecen a sí mismos, no a nosotros; y más aún, pertenecen a Dios.
La homilía sobre las lecturas de la Sagrada Familia (C)
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas del domingo.