La Cruz sale a nuestro encuentro de muchas formas. Cuando tenemos demasiado que hacer, o demasiado poco. Cuando demasiadas personas buscan nuestro tiempo y atención y nos sentimos abrumados por la exigencia, o cuando ya nadie nos busca y nos encantaría que alguien, una sola persona, confiara en nosotros. La Cruz se presenta cuando tenemos toda la energía que necesitamos; el problema es la falta de tiempo en el día. Y cuando tenemos tiempo más que suficiente, pero el problema es la falta de energía.
Nuestro Señor en la Cruz es la unión perfecta de justicia y misericordia. Su muerte es la justicia de Dios. La justicia implica reconocer, afrontar la realidad del mal. En la Cruz, el pecado de los hombres es reconocido y admitido tal cual es. No podemos comprender realmente cómo la muerte de Cristo en la Cruz satisfizo la justicia divina. El simple hecho de que un hombre fuera crucificado no paga el precio de nuestros pecados. Y la expresión “pagar el precio” tampoco explica realmente lo que sucedió en el Calvario, como si Dios exigiera algún desquite, alguna venganza, y como si se tratara de una determinada cantidad o precio que pudiera pagarse. Todo lo que podemos intentar imaginar es cuánto sufrió Jesús, cómo cayó sobre él toda la maldad humana, cómo lo sintió como Dios y como hombre. Un ejemplo puede ayudarnos. La basura que tiramos tiene que ser eliminada, bien por la naturaleza, que la descompone si es biodegradable, bien por alguien que la recoge y la lleva a los vertederos, donde es tratada. Es necesario que se reconozca lo que es, lo repugnante, lo feo, lo asqueroso; no se puede dejar e ignorar. Y luego hay que tratarla, triturarla, reciclarla o quemarla: hay que vencerla, conquistarla.
Esto nos ayuda a entender la Pasión y muerte de Nuestro Señor: su aspecto de justicia. Ese mal tenía que ir a alguna parte, tenía que ser «arrojado» en algún lugar. Y el hecho es que ningún ser humano era capaz de hacer frente a todo ese mal: en parte porque hemos perdido antes de empezar. No podemos vencer al mal porque siempre, o tan a menudo, nos vence a nosotros. Está en nosotros. Y simplemente era demasiado. Así que se «descargó» sobre Cristo, que aceptó ser el vertedero de toda la maldad humana. Y fue capaz de aceptarlo todo, soportarlo todo y vencerlo, por amor, por su infinito amor de Dios. Su misericordia en la Cruz venció todo el mal, triunfó sobre él, y por eso celebramos la fiesta de hoy: el triunfo de la Cruz, que es un triunfo del amor y de la misericordia. Pero Dios quiere que este triunfo se viva también en nosotros, y nos da la gracia para lograrlo: el triunfo de la misericordia. Pero la misericordia se vive más plenamente en la Cruz: cuando sufrimos, cuando tenemos que perdonar a los que nos hieren o molestan, o nos defraudan, aunque sea en lo más pequeño. En cierto sentido, el triunfo del amor de Cristo en la Cruz solo se completa cuando el amor triunfa también en nosotros.