Evangelio

La verdadera fuerza de la Iglesia. Santos Pedro y Pablo (B)

Joseph Evans comenta las lecturas propias de la Solemnidad de los santos Pedro y Pablo

Joseph Evans·26 de junio de 2024·Tiempo de lectura: 2 minutos

Los santos Pedro y Pablo están especialmente unidos por su martirio en Roma. Ambos dieron su vida por Cristo en esta ciudad y la Iglesia de Roma se considera fundada sobre su sangre. “O Roma felix, quae tantorum principum es purpurata pretioso sanguine”, canta un himno litúrgico: “Oh Roma feliz, enrojecida por la sangre preciosa de tan grandes jefes”.

La Iglesia celebra hoy la muerte de estos grandes apóstoles; en términos humanos, su fracaso. De hecho, las dos primeras lecturas de nuestra Misa de hoy se centran en la debilidad de los apóstoles más que en su fuerza. 

La primera lectura muestra a Pedro encarcelado, retenido por el rey Herodes con la intención de decapitarlo. Pero en su prisión y sus cadenas, expresiones de su debilidad, Dios actúa para salvarlo, enviando a un ángel que lo guía fuera del cautiverio pasando, según se nos dice, “dos puestos de guardia uno tras otro”

Luego lo lleva de vuelta a la ciudad, dejándole que encuentre su propio camino hasta una comunidad cristiana, la casa de María, madre de san Marcos, donde todos habían estado rezando por él. 

Sin embargo, unas décadas más tarde, Nerón haría lo que Herodes no pudo conseguir: no sólo decapitaría al apóstol, sino que lo crucificaría.

Lo que llama la atención es el empeño con que los Evangelios parecen mostrar la debilidad de san Pedro. ¿Cómo podrían ser falsificaciones cuando muestran deliberadamente al primer Papa bajo una luz tan pobre? Un hombre que a menudo se equivoca, que tiene una gran perspicacia sobre Cristo, pero que luego es llamado “Satanás” por él, y que niega al Señor tres veces en el momento en que Cristo lo necesita. Este es el Papa. E incluso después de la Resurrección seguirá necesitando una corrección pública por parte de san Pablo (vid. Gal 2, 11-14).

La segunda lectura muestra a San Pablo en su debilidad: “Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente”. Ya no se trata del apóstol dinámico y enérgico, sino de un anciano encadenado que espera la muerte. Tanto en Pedro como en Pablo vemos la debilidad convertida en fuerza. 

San Pablo tenía razón cuando escribía: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12, 10). 

La “fuerza” de la Iglesia no se basa en el poder humano. Más bien, es fuerte cuando sus miembros se dan cuenta de su debilidad y dejan que Dios actúe a través de ellos. Como nos enseña el Evangelio de hoy, Pedro acertó sobre la condición divina de Cristo no por “carne y sangre”, es decir, no por su propia capacidad de observación, sino porque el Padre celestial se lo reveló. 

La fiesta de los santos Pedro y Pablo nos enseña dónde encontrar la fuerza: no en nosotros mismos ni en las estructuras visibles, sino en Dios, que actúa a través de los débiles cuando son humildes.

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