Al final del libro de Isaías hay un fuerte mensaje de universalismo de la salvación. Dios reúne a “las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria”. Tras el regreso del exilio, el pueblo se ve abrumado por muchas dificultades y el profeta lo apoya con visiones de un futuro lleno de esperanza: la salvación de Dios llegará, a través de Israel, a muchos otros pueblos. “Les daré una señal, y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco), Túbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las naciones”. Tal vez Tarsis designe a España, y Tubal a Cilicia. Pero significan a todos los pueblos que irán hacia Jerusalén, junto con los hijos de Israel.
Jesús mismo se dirige a Jerusalén. Un hombre le hizo una pregunta habitual en los debates entre los rabinos: ¿cuántos se salvarán? Algunos pensaban: todos los judíos; otros decían: sólo algunos. Jesús no entra en la cuestión numérica, pero eleva el tono hacia la calidad del compromiso. Lo hace con dos imágenes de la puerta: la puerta estrecha y la puerta que el amo ha cerrado, en una parábola que tiene como trasfondo la invitación al banquete: “Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos” (Is 25, 6). El verbo griego utilizado por Jesús es deportivo: “competir” para entrar por la puerta estrecha. Las ciudades fortificadas tenían una puerta ancha por la que podían entrar “en caballos, en carros, en sillas de montar, en mulas, en dromedarios”, y una puerta estrecha por la que sólo podía entrar una persona a la vez, que se utilizaba cuando la puerta ancha ya estaba cerrada. Para entrar por la estrecha puerta había que estar libre de equipaje voluminoso. Podría significar que la salvación llega a cada uno personalmente.
Una vez en la ciudad y llegando a la casa del dueño que invitó al banquete, la puerta de su casa podría estar ya cerrada. Entonces los que se han quedado fuera intentarán que se les abra, pero el amo de la casa dirá que no los conoce. Apuntan a una familiaridad que no existía: no os conozco, les dice, así que no abro mi casa, mi intimidad, mi fiesta, a los extraños. Jesús se refiere a sus contemporáneos que honran a Dios con los labios, pero su corazón está lejos de él. Vendrán de todo el mundo a sentarse a la mesa del reino de Dios, junto con los patriarcas y profetas de Israel, pero ellos se quedarán fuera. Estas palabras nos guían para que no demos por sentado que agradamos a Dios por estar en el número de los que son cristianos: los pensamientos, las palabras y las obras deben ser acordes con el corazón de Cristo.
La homilía sobre las lecturas del domingo XXI
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.