Con la mente en Valencia y el corazón con los valencianos, especialmente con las víctimas, y rezando por el eterno descanso de los fallecidos y por sus familiares, sacamos fuerzas de flaqueza para seguir adelante con nuestro plan. Hoy trataremos de la virtud de la laboriosidad, que estamos viendo tan bien reflejada en tantos voluntarios, junto con muchas otras virtudes. Este artículo ya estaba escrito antes de la terrible tragedia ocurrida en nuestra querida tierra valenciana.
En la iglesia de Ntra. Sra. de la Esperanza, en Alcobendas, al finalizar la Misa de los miércoles un equipo de mujeres, pertrechadas con los diferentes útiles de limpieza, se distribuyen por el templo y, con gran pericia y esfuerzo, lo dejan todo en perfecto “estado de revista”.
En Tenerife, en marzo de 1999, estando el equipo CD Tenerife en la máxima categoría, colocaron la “primera piedra” para el campo de fútbol de su Ciudad Deportiva (en la zona de Geneto-Los Baldíos), con la presencia de las autoridades, la animación de la charanga y un gran aparato publicitario. Desafortunadamente, tres meses después, el equipo bajó a Segunda y, transcurrido más de un año, todavía no se había avanzado nada en esas obras.
En septiembre del 2000 se retomó la actividad para preparar los primeros movimientos de tierra, y descubrieron que había desaparecido la “primera piedra”: un cofre de madera enterrado en un lugar destacado, junto a la placa conmemorativa de que allí había sido colocada la “primera piedra” año y medio antes. Al parecer, unos desaprensivos desenterraron el cofre y se apropiaron de los “tesoros” que contenía: algunas monedas de curso legal, las medallas del 75 aniversario del club, un banderín, una camiseta oficial del Tenerife… Sólo dejaron los ejemplares de los tres periódicos que se editaron en Tenerife el día del célebre evento -‘El Día’, ‘Diario de Avisos’ y ‘La Gaceta de Canarias’-. Narración de D. Luis Padilla el 11 – IX – 2018 en Atlántico Hoy.
En el caso del equipo de mujeres que limpian voluntariamente el templo de Ntra. Sra. de la Esperanza, no hay trompetas ni tambores que cacareen ni amenicen su labor, pero con su perseverancia y su trabajo callado y eficiente, un miércoles, otro miércoles, y todos los miércoles, mantienen siempre la iglesia limpia, ordenada y acogedora para todos los feligreses. Constituye un buen ejemplo de laboriosidad.
En el caso de la “primera piedra” hubo mucho espectáculo y algarabía, pero luego nadie movió un dedo para realizar los trabajos según lo previsto. Esto no es un ejemplo de laboriosidad, sino más bien, todo lo contrario: un contraejemplo de negligencia y abandono.
La virtud de la laboriosidad
La palabra «laboriosidad» deriva del verbo latino «labor», que significa esfuerzo para realizar algo; se identifica, por tanto, con diligencia y se opone a ociosidad o pereza. Por esta virtud nos sentimos inclinados al trabajo, a cumplir con nuestros deberes y a prestar los servicios -pequeños o grandes- en que se manifiesta el amor.
En tiempos donde la inmediatez y la búsqueda de gratificación instantánea parecen dominar gran parte de nuestras rutinas, desarrollar la virtud de la laboriosidad nos ayuda a organizarnos bien para llevar a cabo las tareas que se nos asignan, o que nos imponemos a nosotros mismos, dedicando el tiempo y el esfuerzo necesarios para realizarlas eficientemente. Pero, contra lo que pudiera parecer a primera vista, no es laborioso quien se entrega ansiosamente a la búsqueda de resultados en el trabajo, convirtiéndolo en una actividad que ya no es un servicio, sino una esclavitud.
Tiene interés mencionar aquí una nueva actitud ante el trabajo que se conoce con término anglosajón «workaholic» -adicción al trabajo-, y que se caracteriza por una excesiva e incontrolable necesidad de trabajar constantemente y puede interferir negativamente en nuestra salud física y emocional, así como en nuestras relaciones sociales. Es evidente que esta actitud ante el trabajo no es compatible con el trabajo bien hecho. La laboriosidad también nos enseña a gestionar bien el tiempo y las prioridades, lo que nos permite alcanzar un equilibrio entre el trabajo y el descanso, evitando caer en los extremos del perfeccionismo o la pereza.
Algunos famosos como referentes
Todos conocemos en nuestro entorno a muchas personas que son un buen ejemplo de laboriosidad. Aquí vamos a mencionar a algunos famosos que destacan por haber sido capaces de organizarse para compaginar el ejercicio de su actividad profesional con sus licenciaturas universitarias. Estos son buenos referentes para comprender, a partir de personas concretas, en qué consiste la laboriosidad.
José Antonio Sainz Alfaro es el director del Orfeón Donostiarra, en el que ingresó como barítono en 1974. Yo lo conocí un poco después, al coincidir en la misma promoción de Ciencias Físicas en la Universidad de Navarra, en el campus de San Sebastián (Guipúzcoa). Compaginó sus estudios universitarios —ambos logramos la licenciatura— con su vocación y afición musical, a la que también le dedicó muchísimo tiempo de estudios, ensayos, etc., en el Conservatorio de San Sebastián. Más tarde, completó su formación siguiendo distintos cursos de dirección coral en el extranjero. Fruto todo ello es la moderna imagen del Orfeón Donostiarra, cada vez más conocido en España y en el extranjero.
Paula Belén Pareto, médica y judoca argentina, se convirtió en la primera mujer argentina en ser campeona olímpica y en la primera deportista argentina que ganó dos medallas olímpicas en disciplinas individuales. Compatibilizó su actividad deportiva con los estudios de Medicina.
José Martínez Sánchez, Pirri, jugó durante 16 temporadas en el Real Madrid. Ganó, entre otros títulos, la Copa de Europa 1965-66 y diez Ligas. Se doctoró en Medicina y, tras su retirada en México, regresó al Real Madrid para formar parte del cuerpo médico del club entre 1980 y 1990. Actualmente, es el presidente de honor del Real Madrid.
Mediante el trabajo, colaboramos con la obra de Dios
Hay una íntima relación entre laboriosidad y trabajo bien hecho. Dios creó al hombre «ut operaretur», para que trabajara:
«Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivase y lo guardase.» [Génesis 2, 15]
El trabajo es, por tanto, una actividad digna y noble, mediante la cual el mismo Dios, contando con las cualidades y dotes que cada uno hemos recibido, nos ofrece la apasionante tarea de colaborar con Él y completar la Creación.
Y contamos sobre todo con el ejemplo de Jesús, que se pasó la mayor parte de su vida trabajando, primero aprendiendo el oficio de artesano en el taller de José; y después, cuando seguramente José ya había muerto, llevando Él el taller, tal como relata San Marcos:
«¿No es éste el artesano, el hijo de María…?» [Mc 6, 3]
Jesús, siendo Dios, se hizo hombre para liberarnos de la esclavitud del pecado, y esa Redención la obró durante toda su vida, también con su trabajo. Durante sus años de trabajo en Nazaret, Nuestro Señor Jesucristo puso de relieve dos realidades fundamentales: que el hombre, con su trabajo, participa en la obra creadora de Dios, y que Dios cuenta con nuestro trabajo bien hecho para completar la redención del género humano.
Un trabajo bien hecho –que mejora el mundo y perfecciona a las personas– necesita de cada uno algo más que buena voluntad: requiere, por un lado, competencia profesional –poseer los conocimientos y las técnicas idóneas– y dedicación del tiempo y esfuerzo necesarios para realizarlo eficientemente; y, por otro, que manifieste una intención amorosa: hacerlo por amor a Dios y con deseos de servicio a los demás.
No se trata de trabajar sin más, ni tampoco mucho, sino, sobre todo, de trabajar con atención al detalle, con la voluntad de ofrecer lo mejor de uno mismo en cada tarea, grande o pequeña. El poeta castellano, Antonio Machado, lo expresó de forma concisa y bella: «Despacito y buena letra: el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas».
Orientaciones prácticas
El trabajo bien hecho, con la mayor perfección que nos sea posible, se manifiesta en muchos detalles concretos, como son:
· Terminar las tareas en los plazos establecidos, manteniendo hasta el final el mismo interés y ánimo con que se empezaron. Solo las cosas bien terminadas sirven para su fin propio: esas son las que valen y nos impulsan a seguir trabajando con ilusión.
· Tener un horario o plan de trabajo exigente y realista para cada día, y seguirlo, sabiendo que el éxito final depende en gran medida del esfuerzo diario.
· Procurar evitar siempre la chapuza, en el sentido de «trabajo mal hecho o sucio».
· Estar atento y ayudar a los demás, para que también hagan bien su trabajo.
«Cuando hayas terminado tu trabajo, haz el de tu hermano, ayudándole, por Cristo, con tal delicadeza y naturalidad que ni el favorecido se dé cuenta de que estás haciendo más de lo que en justicia debes.
«—¡Esto sí que es fina virtud de hijo de Dios!»
San Josemaría Escrivá (Camino, 440)
· Esforzarse por realizarlo con una intención recta; es decir, que agrade a Dios, sea un servicio a la sociedad y sea respetuoso con el medio ambiente.
En el estudio
Para los estudiantes, el estudio es su trabajo profesional, y realizarlo bien también precisa de ciertas cualidades, como por ejemplo, orden, intensidad y profundidad, que se aprenden y se desarrollan con dedicación de tiempo, constancia y esfuerzo. A continuación, algunas sugerencias sobre las actitudes que favorecerán un buen rendimiento en el estudio:
· Interesarse por adquirir técnicas de estudio eficaces, además de las destrezas y los hábitos necesarios: mejorar la rapidez y comprensión lectora, la capacidad para redactar, el uso correcto de las técnicas del subrayado, de hacer resúmenes, etc.
· Realizarlo con interés, sabiendo que es nuestra profesión, vivir el orden cumpliendo el horario previsto sin retrasos y evitar las distracciones que impiden la necesaria concentración.
· Contar con un lugar adecuado para estudiar y dormir las horas necesarias.
Lo importante en el estudio no son las notas, que casi siempre son el resultado de nuestro esfuerzo personal diario por hacer bien las actividades escolares (atender en las clases, las tareas para casa, el estudio de los temas, preparación de exámenes…): eso es lo primordial. La laboriosidad es una ayuda importante para lograr estos objetivos.
Yo tuve el privilegio de tener unos padres que encarnaron muchas virtudes y, entre ellas, la laboriosidad. Agricultores en el fértil regadío de Varea (Logroño), recuerdo que en la huerta nunca se veía una mala hierba, que mi padre madrugaba para regar, antes de que faltara el agua, o para llevar las hortalizas y frutas al mercado -riquísimas fresas y sabrosos tomates, por ejemplo-; también recuerdo que mi madre, además de ayudar en las faenas de la huerta y el mercado, siempre mantenía la casa limpia y acogedora, elaboraba exquisitos mazapanes para Navidad y sacaba tiempo para confeccionar todo tipo de prendas de punto para hijos, nietos, etc. Y recuerdo otros muchos detalles por el estilo de ambos, Julio y Marina, que fueron para mí, ejemplo de laboriosidad. Sirvan estas líneas para rendirles un filial y agradecido homenaje, que ellos corresponderán sonriendo desde el Cielo.
Conclusiones
La laboriosidad nos impulsa a trabajar con esmero, dedicación y constancia en nuestras actividades, sean grandes o pequeñas. Mediante esta virtud, aprendemos a valorar el esfuerzo necesario para lograr objetivos a largo plazo, evitando caer en el desánimo ante las dificultades. Y también sacaremos tiempo para descansar y ocuparnos de los demás. Así estaremos alegres y con la conciencia tranquila.
La laboriosidad y el trabajo bien hecho son dos caras de la misma moneda. Trabajar bien es el resultado natural del compromiso de dedicar el tiempo, el esfuerzo y la atención necesarios a cada tarea. Cultivar esta relación mejora nuestro desempeño profesional, a la par que enriquece nuestra vida personal al encontrar un sentido más profundo en lo que hacemos, fomentando una cultura del esfuerzo que beneficia a toda la sociedad.
Por otro lado, trabajar con esmero y dedicación genera una satisfacción profunda, resultado de un reconocimiento interno de que hemos hecho todo lo posible, que hemos dado lo mejor de nosotros mismos y hemos contribuido al bien común, sabiendo que sólo las obras bien realizadas permanecen, mientras que las realizadas con poco esfuerzo, sin interés y sin cuidar lo pequeño, dejan pronto de servir. Este sentimiento de logro es duradero y refuerza nuestra autoestima.
Además, las obras bien hechas y bien acabadas, siendo finitas, adquieren valor infinito si las ofrecemos a Dios, que le agradan y nos premia. Y con ellas cooperamos con Dios a completar la Creación, participamos en la Redención obrada por Jesucristo.
Físico. Profesor de Matemáticas, Física y Religión en Bachillerato