Desde hace siglos se conocen varias exclamaciones de san Agustín que recoge en sus obras, en especial en las Confesiones. Alguna se puede ver en no pocos templos católicos: “Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Otra es la famosa “Tarde te amé. ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo”.
Al repasar esas frases, hace unos días, recordé un poema de Nietzsche, dedicado al Dios desconocido. Ahí, cuando tenía 20 años, el filósofo alemán decía en 1864: “¡Quiero conocerte, Desconocido, tú que ahondas en mi alma, que surcas mi vida cual tormenta, tú, inaprehensible, mi semejante! Quiero conocerte, servirte quiero”. Lo he visto comentado por el profesor de Teología, Ramiro Pellitero, colaborador de Omnes.
El Papa Francisco reflexionaba hace unos años, un 28 de agosto, sobre la inquietud de san Agustín, y decía que “en esas palabras está la síntesis de toda su vida”. Y se preguntaba: “¿Qué inquietud fundamental vive Agustín en su vida? O tal vez debería decir más bien: ¿qué inquietudes nos invita a suscitar y a mantener vivas en nuestra vida este gran hombre y santo? Propongo tres: la inquietud de la búsqueda espiritual, la inquietud del encuentro con Dios, la inquietud del amor”.
Estos días me he enfrascado en un volumen escrito por Fulgencio Espa, titulado Un camino por descubrir. Introducción a la teología, de Ediciones Palabra. Se incluye en una ambiciosa colección dirigida por el profesor Nicolás Alvarez de las Asturias, Buscando entender, pero que podría denominarse, por ejemplo, Teología para todos, o al alcance de todos. Está dirigida a cualquier persona interesada en profundizar en su fe, sin que necesite mayor formación inicial que la recibida con ocasión de la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana. Habrá cinco volúmenes por año, hasta 2024.
Conocer mejor la fe
A san Agustín le decían algunos: “Tengo que entender para creer”. Y el santo obispo de Hipona les respondía: “Cree para entender”. Al final, como reconoce él mismo, “ambos decimos verdad. Pongámonos de acuerdo”. En efecto, “se cree para entender y se entiende para creer. Teología es justamente ese saber: la ciencia dedicada a profundizar en la fe y sus misterios: la Trinidad, Cristo, la gracia, la Virgen, la Iglesia…”, escribe Espa.
Cada vez más, es cierto que muchos laicos buscan modos de acercarse a la fe y conocerla mejor. En parroquias, en grupos, con amigos. Existen materiales. Por ejemplo, el Compendio del Catecismo de la doctrina cristiana, muchas obras… Esta Colección de Palabra puede ser una de estas ayudas.
“Tenemos que tener el coraje de explicar la fe”, decía hace unos días en un Foro Omnes la profesora de la Universidad de Notre Dame, Tracey Rowland. Pues bien, hoy charlamos con Isabel Saiz Ros, que escribe un par de libros de la Colección, sobre Antropología Teológica, y que enseguida explicará en qué consiste eso.
Esta madrileña es un buen ejemplo de una persona con estudios civiles, Derecho y ADE, que trabaja en una asesoría de empresas, y que explica cómo le ha “cambiado” estudiar Teología en Roma, hasta el punto de obtener el Bachillerato de Teología con rango universitario, en este caso en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz.
Antes de adentrarnos en la conversación, Isabel Saiz reconoce de entrada: “Es verdad que esto ha supuesto un antes y un después en mi manera de concebir el mundo… En este sentido, me encantaría que todo el mundo pudiera ‘acceder’ a la Teología y hacer ‘sus descubrimientos personales’”.
En primer lugar, un breve repaso de su trayectoria…
-Estudié Derecho y ADE sobre todo por una razón práctica, pensando en la amplitud de las salidas profesionales. Quizá también porque era la carrera de moda y porque mis padres tienen una asesoría de empresas. La carrera me gustó, aunque me costó lo suyo (especialmente las asignaturas de números).
A medida que avanzaba en la carrera me parecía que, por un lado, era más capaz de comprender cómo funciona este mundo en el que vivimos: el porqué de las crisis económicas, el funcionamiento de los sistemas políticos, las relaciones jurídicas que están detrás de cada realidad, etc. Pero, al mismo tiempo, las ideas de fondo -los porqués, digamos- que yo conseguía captar en cada asignatura- me parecían contradictorias, sesgadas e insuficientes, a veces demasiado ideológicas.
Cada profesor hablaba según su propia manera de entender el mundo, su propia visión del hombre, su personal filosofía o ideología. El contraste tan grande que veía entre la manera de entender el mundo que me habían transmitido en casa y el que lograba percibir a mi alrededor, alimentó mi deseo de formarme cristianamente en más profundidad, así que me planteé la posibilidad de ir a Roma a estudiar Teología.
Ciertamente el estudio de la Teología ha superado mis expectativas, y con creces.
¿Qué le ha aportado estudiar Teología?
-Los estudios teológicos me han proporcionado una visión completa y unificadora de la realidad. Te hacen capaz de ver todo en unidad, de construir un relato claro, con principio y fin, en el que cada pieza encaja. Los dogmas no son tan “dogmáticos” como parecen, porque son “hasta cierto punto” explicables, la moral es en realidad el camino para llegar a ser verdaderamente feliz, el mal puede explicarse y el dolor y el sufrimiento adquieren un valor y sentido profundos… La Teología permite adquirir un conocimiento que penetra las razones, ver la realidad con una profundidad y una belleza nuevas. Al final, la razón de todo la encuentras en un Dios que es Amor y cuyo Rostro es Cristo.
Al mismo tiempo, paradójicamente, aunque parece que “todo se podría explicar”, en realidad nunca nada se puede explicar del todo. Dios parece mostrarse y velarse al mismo tiempo. La Teología me ha ayudado a entender que la actitud adecuada para acercarse a las cosas es la humildad, pues el Misterio nunca va a poder ser aprehendido del todo. La razonabilidad y el misterio se dan la mano.
En las clases repetían mucho esta idea de que cuando un teólogo llegaba a una cumbre siempre se encontraba ahí un santo. Es verdad, para llegar a adentrarse en los misterios del corazón misericordioso de Dios, no basta la Teología, además hace falta la oración. Doctrina y piedad. Teología y relación personal con Cristo.
Usted también enseña Teología. ¿Puede comentar a los visitantes y lectores de Omnes el interés que ha encontrado al enseñarla a gente de a pie, y las dificultades que encuentra?
-Creo que el interés es algo que hay que saber despertar y para eso es importante tocar las teclas adecuadas. Aunque no lo expresemos igual o no seamos conscientes del mismo modo, en realidad todos anhelamos lo mismo. Para sacar a relucir ese profundo deseo de Dios que todos tenemos es importante conocer, por un lado, con qué conectamos los hombres y mujeres de hoy, qué nos preocupa, nos duele, nos da miedo…
Y también, por otro lado, los lenguajes y modos que hay usar para llegar a conectar y transmitir el mensaje. En el fondo, es ser capaz de saber a quién tienes delante y de hacerte a él. Por ejemplo, a la hora explicar la Creación, podrías partir del evolucionismo, pues es algo que todos entendemos, y desde ahí, explicar cómo Dios crea desde la nada, lo cual es perfectamente compatible con el evolucionismo.
En este sentido, las dificultades son exactamente las mismas de las que puedo tener yo. Para poder llegar a comprender la fe en toda su belleza y profundidad hay que partir de una filosofía adecuada, pero la formación filosófica es cada vez más pobre, por lo que hay que partir de más abajo, de lo básico, sin dar nada por supuesto.
El interés es algo que hay que saber despertar y para eso es importante tocar las teclas adecuadas.
Isabel Saiz
El estudio de la Trinidad, por ejemplo, se basa en una serie de conceptos filosóficos -sustancia, accidente, persona…-, que necesito saber previamente. Una de las consecuencias de la pérdida del realismo filosófico es el relativismo en el que -conscientes o no-, vivimos. Esta es otra gran dificultad, llegar a entender que las cosas son como son, y yo las descubro.
Para poder estar abierto intelectualmente a conocer la fe, tengo que partir de la idea de que se trata de hacer un camino para profundizar en la verdad de las cosas. Las verdades de fe no son una visión más del mundo, una teoría como otra cualquiera, sino realidades que se me invita a descubrir.
¿Qué retos percibe al intentar explicar a la gente la antropología teológica, de la que va a publicar un libro? No creo que la gente sepa lo que significa…
-Considero que el gran reto a la hora de enseñar Teología no es distinto del reto que la Iglesia tiene: el de ser capaz de mostrar el verdadero rostro de Cristo a los hombres y mujeres de cada tiempo y lugar.
Para eso es válido lo dicho anteriormente. Es importante hacerse al que tienes enfrente y, partiendo de su concepción del mundo, tratar de mostrarle a Cristo. Se trata de conectar no sólo intelectualmente sino afectivamente: llegar a la cabeza y llenar el corazón.
Vamos con la Antropología teológica…
-Cuando le comenté a mi familia que me habían pedido colaborar en la elaboración de un libro de Antropología teológica, uno de mis hermanos me preguntó si eso de la Antropología teológica consistía en estudiar cómo los distintos pueblos y culturas han visto y ven a Dios, a la divinidad.
Me hizo gracia porque justo es todo lo contrario. Más que estudiar cómo los hombres ven a Dios (lo que se podría llamar “Teología antropológica”), se trata de profundizar en la visión de Dios hacia el hombre: es comprender al ser humano en toda su hondura y belleza, desde Dios.
Y esta comprensión pasa por el estudio de la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios, creados para la felicidad, que se identifica con comunión con el Creador, con la libre respuesta al amor de Dios, con la colaboración con Él en el perfeccionamiento del mundo, a través de su trabajo y la procreación.
¿Y más adelante?
-En un segundo momento, la Antropología teológica estudia cómo en el principio de los tiempos el ser humano decide libremente rechazar a Dios. Este pecado cometido en los orígenes (pecado original), explica el mal, el dolor, la muerte y las profundas heridas que cada uno de nosotros puede constatar que existen en nuestro corazón, en nuestro ser: nuestra dificultad para saber cuál es el bien, para desearlo y para realizarlo.
Pero el amor y la misericordia de Dios no se detienen en ese rechazo del hombre, al contrario, llevan a Dios a entregarse a él hasta el punto de hacerse hombre y morir en una cruz, para que con su Vida, Muerte y Resurrección el hombre pueda volver a estar en comunión con Dios, pueda volver a ser hijo de Dios y a participar de su eterna felicidad.
Se trata de descubrir que cada uno de nosotros está llamado a una felicidad con mayúsculas.
Isabel Saiz
La Antropología teológica ahonda en lo que significa la vida de la gracia: ese gran don que Dios nos ha recuperado de hacernos hijos suyos, de hacernos partícipes de su propia vida.
En Cristo el hombre descubre a qué está llamado, a la comunión con el Padre a través de la unión con Él, a ser verdaderamente hombre, mujer, que no es otra cosa que dejar que el Espíritu Santo nos vaya transformando en Cristo. En Cristo puedo ver aquello a lo que estoy llamado a ser, mi mejor versión, mi yo más pleno y auténtico, y es el mismo Cristo quien va transformándome, a través de la gracia y mi libre colaboración.
¿Cómo lo podría sintetizar?
-En resumen, se trata de descubrir que cada uno de nosotros, a pesar de nuestras heridas y de nuestra debilidad -y muchas veces gracias a ellas-, está llamado a una felicidad con mayúsculas, a la comunión con Dios, a la vida de la gracia que se nos da en Cristo.
Comente lo que le viene a la cabeza sobre algunos temas de actualidad. Parece que desciende la recepción de los sacramentos. ¿Conocemos qué son los sacramentos?
-La secularización de la sociedad occidental -no sólo la española- es un hecho indiscutible. No es nada sorprendente que los datos revelen cada vez menos afección a la Iglesia y menos práctica religiosa. Es la tendencia de nuestras sociedades, no ya desde hace décadas, sino siglos.
Hay multitud de estudios que analizan las causas últimas de esta secularización, las raíces filosóficas que han provocado “el cambio de paradigma”, el paso de la “Christianitas” medieval al laicismo moderno, pasando por el Renacimiento, la Ilustración, el Modernismo, etc. Creo que es necesario conocer cómo han ido sucediendo históricamente las cosas, cómo y por qué hemos llegado a la sociedad en la que vivimos. Pero no tanto para “buscar culpables” y lamentarnos por un pasado que quizá nunca existió, sino para poder llegar a comprender el mundo de hoy y al hombre de hoy en toda su profundidad. Con sus luces y sus sombras. Con sus debilidades y sus fortalezas. Con sus pecados y sus virtudes. No podemos mirar al pasado con lamento, al presente con rechazo y al futuro con pavor.
Quizá conocer la historia también ayuda a relativizar “el drama del secularismo”, que no es negarlo y mirar hacia otro lado, sino ponerlo en su sitio. En cada época los cristianos han tenido que hacer frente a multitud de dificultades, de incomprensiones, de incoherencias tanto “dentro” como “fuera”. El cristianismo es escandaloso porque Cristo es escándalo y lo va a ser siempre.
En algunos países puede llegar la persecución.
-Creo que esta situación de secularización, incluso de persecución intelectual, legislativa y cultural, puede ser una oportunidad que Dios nos brinda para que los cristianos de Occidente redescubramos precisamente esto, que la persecución -ya sea violenta y llamativa o silenciosa pero aún más insidiosa- forma parte de la vida del cristiano.
También es un momento para que crezcamos en confianza en Dios, en esperanza. Si ya no podemos esperar nada de las estructuras sociales, del Estado, de las leyes, tendremos que esperarlo de Dios. Y de un Dios que es señor de la Historia y la dirige. También puede ser un buen momento para crecer en la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos de llevar el mundo a Dios, de acercar el mundo a Dios y Dios al mundo, mediante nuestro trabajo, nuestra oración, nuestra entrega sincera a todos, nuestra preocupación social, etc. Quizá Dios también permita esto para que vayamos a lo esencial, para que redescubramos que lo verdaderamente importante es mi relación personal con Cristo.
No quiero parecer negativo, pero el interés de los jóvenes por la religión es bajo, según diversos estudios.
-Cuando yo estudié, la religión era obligatoria y contaba para la media -lo cual era un incentivo para estudiarla, cosa que ahora no sucede-. Los profesores de religión lo tienen muy difícil, son unos auténticos héroes porque lo tienen todo en contra, sobre todo en determinados ambientes.
Pero todo ese esfuerzo no es vano, como dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium: “Como no siempre vemos esos brotes, nos hace falta una certeza interior y es la convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos […]. Es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Jn 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia […]” (Evangelii Gaudium, 279).
Mi experiencia es que la propuesta cristiana sigue llenando de luz los corazones de los jóvenes que se encuentran con Él, a veces del modo más inesperado. En cualquier caso, el “aparente fracaso” de las clases de religión, de las catequesis, de los distintos modos e instrumentos para mostrar a Cristo, nos sirve de aprendizaje y nos impulsa a pensar formas y modos nuevos, a repensarse, a reinventarse una y otra vez, que no es decir algo distinto, sino el mismo mensaje con modos nuevos.
Y la solidaridad en nuestro país es, sin embargo, alta, y se ha mostrado durante la pandemia.
-Creo que a los jóvenes se nos ha inculcado, de un modo u otro, la preocupación por el necesitado. Al menos esa es mi experiencia. No recuerdo que nadie me haya dicho, así de primeras, “no, a mí eso no me va” o algo por el estilo, a una propuesta de hacer algo de voluntariado. Y desde luego es increíble la cantidad de iniciativas que hay y van surgiendo, de todo tipo y modalidad, para intentar socorrer en algo al necesitado (desde llevar café caliente a los sintecho hasta pasar dos meses en Calcuta con los más pobres de entre los pobres).
También a raíz de la pandemia se ha visto una explosión de solidaridad: jóvenes que han llevado comida a los barrios más afectados, médicos que no ejercen y se han ofrecido voluntarios para atender a los enfermos de covid, incluso voluntarios para los ensayos clínicos de las vacunas, etc.
En este sentido, las últimas reflexiones del Papa Francisco sobre la fraternidad universal recogidas su encíclica “Fratelli Tutti”, y su ejemplo personal de amor sincero y profundo a los más necesitados, son un estímulo continuo a mirar al otro, no sólo al que tengo más cerca sino a todos.
Concluimos la conversación con Isabel Saiz, cuya mirada positiva y llena de esperanza es alentadora. Podrán leerla en la colección Buscando Entender, de Ediciones Palabra, que dirige, como se ha señalado, el profesor Nicolás Alvarez de las Asturias. A través de él, podrán contactar con los autores, entre los que se encuentran, entre otros, José Manuel Horcajo, doctor en Teología como Fulgencio Espa, y párroco también en Madrid.