El Año de la Familia «Amoris laetitia»culminaba el 26 de junio de 2022. Pocos días antes se publicaron de los Itinerarios catecumenales para la vida matrimonial. Unas orientaciones pastorales que, teniendo presente la riqueza de situaciones por las que atraviesan las familias en la actualidad, propone una revisión seria de la formación para el matrimonio católico. los itinerarios apuestan por un catecumenado práctico y real, fundado en el acompañamiento a los esposos y familias a lo largo de su vida.
1.Vademécum de pastoral matrimonial
Con fecha de 15 de junio de 2022, el Dicasterio vaticano para los laicos, la familia y la vida, ha publicado un importante documento con el título: Itinerarios catecumenales para la vida matrimonial. Se trata de un oportuno vademécum o prontuario con las directrices o pautas de una pastoral de preparación al matrimonio adecuada para nuestro tiempo.
En continuidad con el magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, el Santo Padre Francisco ha explicado en diversas ocasiones la necesidad de este catecumenado matrimonial, que suponga “un antídoto para evitar la proliferación de celebraciones matrimoniales nulas o inconsistentes” (Discurso a la Rota Romana, 21-1-2017).
En efecto, desde un punto de vista negativo, la necesidad de una preparación resulta especialmente urgente en nuestros días, debido a los lamentables índices de fracaso matrimonial. No cabe asistir impasibles al desmoronamiento del entramado familiar en una contracultura de la ruptura y del divorcio, que produce tanda destrucción humana.
La Iglesia, como madre y maestra, reconoce el deber que tiene de “acompañar con responsabilidad a quienes expresan la intención de unirse en matrimonio, para que sean preservados de los traumas de la separación y no pierdan nunca la fe en el amor” (Prefacio).
En sentido positivo, la originalidad y la finalidad de la propuesta del catecumenado matrimonial resulta decisiva: “pretende hacer resonar entre los cónyuges el misterio de la gracia sacramental, que les corresponde en virtud del sacramento: hacer que la presencia de Cristo viva con ellos y entre ellos”; para lo cual resulta necesario “recorrer con ellos el camino que los lleva a tener un encuentro con Cristo, o a profundizar en esta relación, y a hacer un auténtico discernimiento de la propia vocación nupcial” (n. 6). El don del Espíritu requiere ser acogido adecuadamente para producir frutos de santidad y de evangelización.
2. Formación para la santidad conyugal
En este sentido, se ha de reconocer una cierta incoherencia consentida en la acción pastoral, pues “la Iglesia dedica mucho tiempo, varios años, a la preparación de los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa, pero dedica poco tiempo, sólo unas semanas, a los que se preparan para el matrimonio” (Prefacio). Por ello, es necesaria una renovada valoración de la vocación al matrimonio, conforme a la llamada universal a la santidad y a la misión -que incluye a los fieles seglares con su especificidad- proclamada con énfasis por el concilio vaticano II. Se ha de afirmar que “el sacramento del orden, la consagración religiosa y el sacramento del matrimonio merecen el mismo cuidado, ya que el Señor llama a hombres y mujeres a una u otra vocación con la misma intensidad y amor” (n. 7). Por ello, los cónyuges cristianos necesitan una formación integral, profunda y constante, para que cumplan su tarea para bien de toda la comunidad humana.
Hay que advertir que este documento vaticano es limitado en sus pretensiones, pues no se trata de un manual para el curso prematrimonial ni considera todos los temas de la pastoral familiar, sino que solamente ofrece las indicaciones más importantes para la preparación a la vida conyugal. P
or ello, son muchas las herramientas doctrinales y pastorales que se han de articular, como se especifica en los Directorios de pastoral familiar de las conferencias episcopales y de las diócesis.
Así, por ejemplo, Francisco indica que este documento tendrá que ser complementado con “otro en el que se indiquen métodos pastorales concretos y posibles itinerarios de acompañamiento, dedicados específicamente a aquellas parejas que han experimentado el fracaso de su matrimonio y viven en una nueva unión o se han vuelto a casar civilmente” (Prefacio).
3. Transversalidad, sinodalidad, continuidad
Hemos de tener en cuenta que no es un texto normativo sino pastoral, abierto a la consideración de las diversas realidades de los sujetos y ambientes que han de ser evangelizados. Por ello, estas “orientaciones que piden ser recibidas, adaptadas y puestas en práctica en las situaciones sociales, culturales y eclesiales concretas” (Prefacio), en un ejercicio prudencial por parte de los pastores y demás agentes de la delicada encomienda de preparación a la vida matrimonial cristiana.
Se señalan tres grandes principios generales de la acción pastoral. En primer lugar, la transversalidad, que “significa que la pastoral de la vida conyugal no se limita al ámbito restringido de los encuentros de novios, sino que atraviesa muchos otros ámbitos pastorales y se tiene siempre presente en ellos” (n. 12). En realidad, es la vida misma de la pareja (de novios o de cónyuges) la que es acompañada cuidadosamente por la Iglesia, para que la vocación produzca todo el fruto de santidad que contiene germinalmente, capaz de irradiar y fecundar la sociedad con el evangelio del matrimonio y de la familia.
En segundo lugar, la sinodalidad, pues “la Iglesia es comunión y realiza concretamente su ser comunión en el caminar juntos, en la coordinación de todos los ámbitos pastorales y en la participación activa de todos sus miembros en su misión evangelizadora” (n. 13). En este campo de la acción eclesial, como en otros, hemos de evitar un reduccionismo clerical o que muchos se desentiendan de la encomienda por el Señor, con una dejación de deberes: todos somos responsables -cada uno según su vocación, capacidades y carismas- en la evangelización de la sociedad, de las culturas y de las personas.
El tercer criterio es la continuidad, que “se refiere al carácter no episódico sino prolongado en el tiempo, incluso permanente. Esto permite establecer itinerarios pedagógicos que, en las distintas etapas del crecimiento acompañen a enraizar la vocación al matrimonio en el camino de iniciación cristiana en la fe” (n. 14). Ocurre algo análogo a los procesos educativos o de maduración humana: su interrupción o descuido resulta contraproducente y con frecuencia nefasta. Se han de considerar diversas modalidades adaptadas oportunamente a las etapas y situaciones vitales, pero nunca se debe dejar la tarea formativa humana y cristiana. En este sentido, es necesario recordar que se han de evitar los “largos períodos de abandono pastoral de ciertas fases de la vida de las personas y de las familias, que lamentablemente provocan el alejamiento de la comunidad y, a menudo, también de la fe” (n. 15). Si se descuida la formación avanza irremediablemente la confusión y la exposición a las deformaciones ideológicas, como el emotivismo pasional o el pansexualismo materialista. En cambio, la formación adecuada e ininterrumpida propicia el desarrollo de personas de criterio, sólidamente fundamentadas en la verdad del evangelio y en las virtudes humanas y cristianas.
4. Catecumenado
Añadamos que, si bien las modalidades y adaptaciones pueden ser muy variadas, un catecumenado matrimonial no es cualquier cosa: posee una consistencia y unos rasgos elementales, que se explicitan en este documento. Además, esta institución se inspira en la hermosa y secular tradición eclesial de preparación para el bautismo de adultos. “El Ritual de Iniciación Cristiana para Adultos puede ser un marco de referencia general en el que inspirarse” (n. 19).
Por eso, “en la elaboración de este proyecto hay que tener en cuenta ciertos requisitos: que dure el tiempo suficiente para que las parejas puedan reflexionar y madurar; que, partiendo de la experiencia concreta del amor humano, la fe y el encuentro con Cristo se sitúen en el centro de la preparación al matrimonio; que se organice por etapas, marcadas –cuando sea posible y apropiado– por ritos de pasos que se celebren dentro de la comunidad; que englobe todos estos elementos: formación, reflexión, diálogo, confrontación, liturgia, comunidad, oración, fiesta” (n. 16).
El documento considera que una propuesta concreta para comenzar en esta senda puede ser la puesta en marcha en las diócesis, cuando sea posible, de un “proyecto piloto” (n. 17). Sin embargo, “esta herramienta pastoral no puede ser simplemente impuesta como la única manera de preparar el matrimonio, sino que debe ser utilizada con discernimiento y sentido común” (n. 16). En efecto, una obligación indiscriminada podría tener efectos contraproducentes, como el alejamiento de muchos del sacramento del matrimonio o el cumplimiento externo y formal, como un requisito imperado que hay que sufrir y cumplir “a regañadientes”. Se trata más bien de una sugerencia consistente, que se ha de mostrar a los candidatos como una oferta plausible de formación integral. Para que este instrumento formativo sea realmente efectivo se ha de presentar de modo adecuado y atractivo, de modo que los mismos candidatos al sacramento del matrimonio lleguen a descubrir, anhelar y asumir con protagonismo el proyecto.
5. Guiar, ayudar, acompañar
En la caracterización de esta modalidad formativa, el documento considera algunas características generales y metodológicas: su intención ha de ser “guiar, ayudar y estar cerca de las parejas en un camino que hay que recorrer juntos”; “no es una preparación para un examen que hay que pasar, sino para una vida que hay que vivir”; ha de evitarse el moralismo y cuidar, en cambio, el “tono proactivo, persuasivo, alentador y todo orientado hacia lo bueno y lo bello que es posible vivir en el matrimonio”; asimismo, ha de tener muy en cuenta “la gradualidad, la acogida y el apoyo, pero también el testimonio de otros cónyuges cristianos que acojan y estén presentes en el camino”, pues así se ayudará a “crear un clima de amistad y confianza” (n. 20), tan necesario para la eficacia de este camino hacia el matrimonio cristiano.
Cada persona y cada pareja será acompañada en su camino de reflexión, conversión y comprensión del significado humano y cristiano de la vida conyugal, “siguiendo siempre la lógica del respeto, la paciencia y la misericordia. Sin embargo, nunca lleva a oscurecer las exigencias de verdad y caridad del Evangelio propuestas por la Iglesia, y nunca debe permitirse oscurecer el designio divino sobre el amor humano y el matrimonio en toda su belleza y grandeza” (n. 56).
Habitualmente, “el equipo de acompañantes que guía el camino puede estar formado por matrimonios ayudados por un sacerdote y otros expertos en pastoral familiar” (n. 21). La presencia de matrimonios no se debe solo a la escasez del clero, sino que responde a lo propio de la vocación conyugal como evangelizadora y a la connaturalidad con la forma de vida que quieren emprender los novios.
Además, se ha de tener en cuenta que “algunas temáticas complejas relativas a la sexualidad conyugal o a la apertura a la vida (por ejemplo, la paternidad responsable, la inseminación artificial, el diagnóstico prenatal y otras cuestiones bioéticas) tienen fuertes implicaciones éticas, relacionales y espirituales para los cónyuges, y requieren hoy en día una formación específica y una claridad de ideas” (n. 22). El documento recuerda también la “urgencia de una formación más adecuada de los sacerdotes, seminaristas y laicos (incluidos los matrimonios) en el ministerio de acompañamiento de los jóvenes al matrimonio” (n. 86).
6. Valorar situaciones y actitudes
También se han de considerar, distinguir y acompañar de modo adecuado y oportuno las diversas situaciones existenciales de los que se acercan al sacramento del matrimonio en nuestros días. El gran número de personas que viven más o menos alejadas de la fe y de la Iglesia reclama una propuesta solícita y oportuna: “La experiencia pastoral en gran parte del mundo muestra ahora la presencia constante y generalizada de nuevas solicitudes de preparación al matrimonio sacramental por parte de parejas que ya viven juntas, han celebrado un matrimonio civil y tienen hijos. Tales peticiones ya no pueden ser eludidas por la Iglesia, ni pueden ser aplanadas dentro de caminos trazados para quienes vienen de un camino mínimo de fe; más bien, requieren formas de acompañamiento personalizado” (n. 25).
Con frecuencia nos encontramos con “parejas que han preferido convivir juntas sin casarse, pero que, sin embargo, siguen abiertas al tema religioso y dispuestas a acercarse a la Iglesia. Con una mirada comprensiva, han de ser acogidas con calidez y sin legalismo, apreciando su deseo de familia” (n. 40). La acción pastoral adecuada no encorseta en esquemas teóricos, sino que se pone en el lugar vital -actitudes, disposiciones, situaciones, etc.- en que se encuentran las personas para ayudarlas con sabiduría humana y sobrenatural conforme a las etapas de sanación y de crecimiento en la conversión continua y en el ascenso hacia la plenitud humana que es la santidad.
7. Ritos significativos
El documento propone algunos ritos simbólicos o gestos cuasi litúrgicos de iniciación o culminación de las diversas etapas o fases de este proceso o camino formativo. “Entre los ritos a considerar, antes de llegar al rito matrimonial propiamente dicho, pueden estar: la entrega de la Biblia a los novios, la presentación a la comunidad, la bendición de los anillos de compromiso, la entrega de una oración de pareja que los acompañará en su camino. La conveniencia de esto se evaluará según la realidad eclesial local. Cada uno de estos ritos puede ir acompañado de un retiro” (n. 23).
Esta iniciativa se hace con mucha cautela, pues por un lado se ha de evitar crear expectativas excesivas, que fuercen la libertad de los candidatos, y por otro tampoco se debe caer en la confusión o identificación con los ritos propios del sacramento. Por ello, el texto insta a la “necesaria prudencia y una cuidadosa evaluación de cómo proponer estos ritos, según el contexto social en el que se actúe. En algunos casos, por ejemplo, puede ser preferible que estos ritos se celebren sólo dentro del grupo de parejas que sigue el itinerario, sin involucrar a las familias u otras personas. En otros casos, sin embargo, es preferible evitarlos por completo” (n. 26). Por tanto, estos ritos son sugerencias a tener en cuenta y a utilizar prudencialmente para aprovechar su estímulo para perseverar con ilusión en el camino formativo y soslayar posibles efectos contraproducentes.
8. Etapas. Preparación remota
Puesto que se tratar de acompañar el crecimiento interno, este proceso o camino articulado ha de tener en cuenta las diversas etapas del desarrollo formativo y de la maduración humana y cristiana. Por ello, el documento sugiere que “en una perspectiva pastoral a largo plazo, sería bueno que el itinerario propiamente catecumenal fuera precedido por una fase pre-catecumenal: esto coincidiría prácticamente con el largo tiempo de preparación remota al matrimonio, que comienza desde la infancia. La fase propiamente catecumenal consta de tres etapas distintas: la preparación próxima, la preparación inmediata y el acompañamiento de los primeros años de vida matrimonial” (n. 24).
En la educación familiar y eclesial para el amor verdadero durante la infancia y juventud, los objetivos de la preparación remota son: “a) educar a los niños en la estima de sí mismos y en la estima de los demás, en el conocimiento de la propia dignidad y en el respeto a de los demás; b) presentar a los niños la antropología cristiana y la perspectiva vocacional contenida en el bautismo que conducirá al matrimonio o a la vida consagrada; c) educar a los adolescentes en la afectividad y la sexualidad en vista de la futura llamada a un amor generoso, exclusivo y fiel (ya sea en el matrimonio, en el sacerdocio o en la vida consagrada); d) proponer a los jóvenes un camino de crecimiento humano y espiritual para superar la inmadurez, los miedos y las resistencias a abrirse a relaciones de amistad y de amor, no posesivas ni narcisistas, sino libres, generosas y oblativas” (n. 36).
9. Acogida: anuncio y maduración del proyecto conyugal
En la fase intermedia o de acogida de los candidatos al catecumenado matrimonial, “el estilo de relación y de acogida implementado por el equipo pastoral será determinante”; pues “es importante que el momento de la acogida se convierta en una proclamación del kerigma, para que el amor misericordioso de Cristo constituya el auténtico lugar espiritual en el que se acoge a la pareja” (n. 38).
Aquí el documento enfatiza algunos rasgos del estilo evangelizador que se ha de cuidar especialmente con los novios: “la pastoral conyugal debe tener siempre un tono alegre y kerigmático –vigoroso y al mismo tiempo proactivo-; el testimonio, la belleza y la fuerza motriz de las familias cristianas podrán acudir en ayuda de los pastores ante estos desafíos; el mismo sacramento del matrimonio debe ser objeto de un verdadero anuncio por parte de la Iglesia; la fidelidad, la unicidad, la definitividad, la fecundidad, la totalidad, son, al fin y al cabo, las dimensiones esenciales de todo vínculo de amor auténtico, comprendido, deseado y coherentemente vivido por un hombre y una mujer” (n. 39).
Se ha de ayudar a superar actitudes superficiales que -con frecuencia, de modo inconsciente e inculpable- tienen los que piden a la Iglesia el sacramento nupcial, pues “es importante que exista una voluntad interior de iniciar con el catecumenado matrimonial un camino de fe-conversión” (n. 42). En el discernimiento de la intención conyugal la doctrina de la Iglesia distingue entre la virtud de la fe en los candidatos y la voluntad de querer un verdadero matrimonio. “La presencia de una fe viva y explícita en las parejas es, obviamente, la situación ideal para llegar al matrimonio con una intención clara y consciente de celebrar un verdadero matrimonio. Sin embargo, una condición necesaria para el acceso al sacramento del matrimonio y su validez sigue siendo su intención de hacer lo que la Iglesia entiende realizar al celebrar el matrimonio entre bautizados” (n. 44).
De modo que “si rechazan explícita y formalmente lo que la Iglesia quiere realizar al celebrar el matrimonio, los novios no podrán ser admitidos a la celebración sacramental” (n. 45). Los pastores no pueden desentenderse de la formación y la conversión de las almas, pues tienen el grave deber de “hacer aflorar las verdaderas intenciones de los novios para que ellos mismos tomen conciencia de ellas, a fin de evitar que la preparación y la celebración del matrimonio se reduzcan a actos puramente exteriores. Si, por el contrario, sin negar lo que quiere realizar la Iglesia, existe una disposición imperfecta por parte de los que se quieren casar, no debe excluirse su admisión a la celebración del sacramento” (n. 45).
En esta fase se ha de “aprovechar esta situación como un momento favorable para que redescubran su fe y la lleven a una mayor madurez, volviendo a las raíces de su bautismo, reavivando la semilla de vida divina que ya ha sido sembrada en ellos, e invitándoles a reflexionar sobre la elección del matrimonio sacramental como consolidación, santificación y realización plena de su amor” (n. 45). Así, con paciencia y celo, los pastores y demás encargados de esta tarea han de propiciar que surjan las condiciones interiores adecuadas para llegar a un matrimonio verdadero y preparado en las mejores condiciones posibles.
Sin embargo, con alguna frecuencia ocurrirá que ambas partes o “una de ellas se niega a seguir el camino catecumenal. En todos estos casos, corresponderá al presbítero valorar la mejor manera de proceder en la preparación al matrimonio” (n. 46), para asegurar no solo la validez del sacramento sino también que no se malogre y produzca frutos de vida cristiana.
10. Preparación próxima: itinerario vocacional de fe
En cuanto al tiempo principal del catecumenado, “en líneas generales, se sugiere que la preparación próxima dure aproximadamente un año, dependiendo de la experiencia previa de la pareja en materia de fe y participación eclesial. Una vez tomada la decisión de casarse se podría iniciar la preparación inmediata al matrimonio, de unos meses de duración, para configurarse como una verdadera y propia iniciación al sacramento nupcial” (n. 48).
Para conseguir este objetivo resulta necesario cambiar de modo drástico la mentalidad de los pastores y, después, del pueblo de Dios, de modo que todos tomen conciencia de que la preparación al matrimonio es algo serio e intenso, que no se debe quedar en el barniz superficial de un cursillo breve. Puede servir al respecto considerar la analogía con el rigor en la formación académica y en la capacitación profesional que resultan tan exigentes en nuestra época. Pues, de modo semejante a las destrezas técnicas, artísticas o deportivas, preparar sujetos virtuosos, realmente capaces para el verdadero amor esponsalicio, que han alcanzado la madurez de la libertad del don de sí, requiere un esfuerzo formativo de gran envergadura, intensidad y duración.
“El catecumenado matrimonial en esta etapa adquirirá el carácter de un verdadero itinerario de fe, durante el cual el mensaje cristiano será redescubierto y reproducido en su perenne novedad y frescura. Los candidatos al matrimonio también se iniciarán gradualmente en la oración cristiana” (n. 49). En este período, “se ayudará a las parejas a acercarse a la vida eclesial y a participar en ella. Con delicadeza y calor humano, se les invitará a participar en los momentos de oración, en la eucaristía dominical, en la confesión, en los retiros, pero también en los momentos de celebración y convivencia” (n. 50).
También “será fundamental preparar un itinerario de reflexión sobre los bienes propios del matrimonio, pudiendo así disponerse a acoger estas gracias y abrazar estos bienes como un don” (n. 51). “Será importante en esta etapa profundizar en todo lo que tiene que ver con la relación de pareja y la dinámica interpersonal que conlleva, con sus reglas, sus leyes de crecimiento, los elementos que la fortalecen y los que la debilitan” (n. 52). Para ello, hay que contar con los aportes de las ciencias humanas.
Asimismo, “deben ser debidamente explorados: la dinámica humana de la sexualidad conyugal, la concepción correcta de la paternidad-maternidad responsable, la educación de los hijos” (n. 53). Y, por último, se ha de “tomar conciencia de las posibles carencias psicológicas y/o afectivas, que pueden debilitar o incluso anular por completo el compromiso de entrega y de amor mutuo que los cónyuges se prometen. Pero pueden ser el estímulo para iniciar un proceso más serio de crecimiento que prepare para alcanzar una condición suficiente de libertad interior y madurez” (n. 54).
El objetivo específico de esta etapa central del catecumenado matrimonial es “finalizar el discernimiento de cada pareja sobre su vocación matrimonial. Esto puede llevar a la decisión libre, responsable y meditada de contraer matrimonio, o puede llevar a la decisión igualmente libre y meditada de terminar la relación y no casarse. Este discernimiento, que debe realizarse también en el marco del diálogo espiritual” (n. 55).
11. Aprender la castidad, aliada del amor
Uno de los temas centrales en esta etapa formativa ha de ser la comprensión adecuada y el aprendizaje vital de la virtud humana y cristiana de la castidad: “debe presentarse como una auténtica aliada del amor, no como su negación. Es, de hecho, la forma privilegiada de aprender a respetar la individualidad y la dignidad del otro, sin subordinarlo a los propios deseos. Tiene una importancia fundamental para orientar y alimentar el amor conyugal, preservándolo de cualquier manipulación. Enseña, en cualquier estado de la vida, a ser fiel a la verdad del propio amor.
Esto significará, para los novios, vivir la castidad en continencia y, una vez casados, vivir la intimidad conyugal con rectitud moral. La castidad facilita el conocimiento recíproco entre los novios, porque al evitar que la relación se fije en la instrumentalización física del otro, permite un diálogo más profundo, una manifestación más libre del corazón y el surgimiento de todos los aspectos de la propia personalidad –humanos y espirituales, intelectuales y afectivos– de manera que se permita un verdadero crecimiento en la relación, en la comunión personal, en el descubrimiento de la riqueza y de los límites del otro: y en esto consiste la verdadera finalidad del tiempo de noviazgo.
Son diversos y hermosos los valores y atenciones que enseña la virtud de la castidad: el respeto del otro, el cuidado de no someterlo nunca a los propios deseos, la paciencia y la delicadeza con el cónyuge en los momentos de dificultad, física y espiritual, la fortaleza y el autodominio necesarios en los momentos de ausencia o enfermedad de uno de los cónyuges, etc.” (n. 57).
12. Cuidar el fondo y la forma
En cuanto a la metodología de esta fase central, se ha de enfatizar que “es necesario que la transmisión de contenidos teóricos vaya acompañada de la propuesta de un camino espiritual que incluya experiencias de oración (personal, comunitaria y de pareja), celebración de los sacramentos, retiros espirituales, momentos de adoración eucarística, experiencias misioneras, actividades caritativas” (n. 58). Sin descuidar el tono testimonial de confianza sincera que posibilita la auténtica apertura y renovación interior.
En resumen, los objetivos de la preparación próxima son: “a) volver a proponer una catequesis de iniciación a la fe cristiana y un acercamiento a la vida de la Iglesia; b) experimentar una iniciación específica al sacramento del matrimonio y llegar a una clara conciencia de sus notas esenciales; c) profundizar en los temas vinculados a la relación de pareja y tomar conciencia de las propias carencias psicológicas y afectivas; d) completar una primera fase de discernimiento de la pareja sobre la vocación nupcial; e) continuar un camino espiritual con más decisión” (n. 63).
13. Preparación inmediata para el compromiso
En los meses que preceden a la celebración del matrimonio, tiene lugar la preparación inmediata de las nupcias. “Será oportuno recordar los contenidos principales del camino de preparación seguido hasta ahora: se insistirá en las condiciones indispensables de libertad y de plena conciencia de los compromisos asumidos con la elección que se va a hacer, ligada a las características esenciales del matrimonio” (n. 65).
Los objetivos de la preparación a las puertas de la celebración del sacramento, son: “a) recordar los aspectos doctrinales, morales y espirituales del matrimonio; b) vivir experiencias espirituales de encuentro con el Señor; c) prepararse para una participación consciente y fructífera en la liturgia nupcial” (n. 73).
14. Suplir carencias y animar a la inserción eclesial
Aunque este itinerario presenta el marco formativo ideal y completo, sin embargo, de modo realista, se constata que es frecuente y habitual “que algunos matrimonios se inserten sólo ahora en el itinerario catecumenal y que la preparación inmediata sea la única posibilidad concreta para que reciban un mínimo de formación en vista de la celebración del sacramento del matrimonio. Para ellos, sería oportuno concertar algunos encuentros personalizados con el equipo de pastoral de preparación al matrimonio, para hacerles sentir el cuidado y la atención, para profundizar juntos en algunos aspectos más personales de la elección del matrimonio, según la situación de la pareja, y para establecer una relación de confianza, cordialidad y amistad con los acompañantes” (n. 65).
Se trata de suplir con caridad las carencias, pero sin considerar que esta situación excepcional, por muy generalizada que se encuentre, sea lo normal o lo bueno. Con paciencia y prudencia, los pastores y demás miembros de la comunidad cristiana deben procurar la inserción en la vida de la Iglesia a los que se encuentran alejados e invitar a todos a participar en los procesos de formación adecuada en la fe.
Por lo demás, en esta fase se ha de “volver a poner siempre en el centro el encuentro con el Señor como fuente de toda la vida cristiana. En efecto, siempre es necesario superar la mera visión sociológica del matrimonio para hacer comprender a los cónyuges el misterio de la gracia que está implícito en él” (n. 66). En esta última etapa previa a la celebración del matrimonio “será útil reformular el anuncio kerigmático de la redención de Cristo que nos salva de la realidad del pecado, que siempre se cierne sobre la vida humana”; así como “recurrir al perdón de Dios que, en el sacramento de la reconciliación, otorga su amor con más fuerza que cualquier pecado” (n. 67).
15. Catequesis litúrgica
La celebración del sacramento contiene una riqueza divina trascendente, que no debe ser reducida a algunos aspectos meramente humanos como el social, el festivo o el sentimental. Es competencia de los ministros sagrados y de los demás catequistas abrir las mentes de los contrayentes a estas dimensiones sacramentales y misioneras -trascendentes y fascinantes- que quizás apenas vislumbran. “Las parejas deben ser iluminadas sobre el extraordinario valor de signo sacramental que va a adquirir su vida conyugal: con el rito nupcial, se convertirán en un sacramento permanente de Cristo que ama a la Iglesia. Los cónyuges cristianos están llamados a convertirse en iconos vivos de Cristo esposo. Es el mismo modo de vivir y relacionarse de los cónyuges el que debe hacer presente al mundo el amor generoso y total con el que Cristo ama a la Iglesia y a toda la humanidad. Pues éste es el extraordinario testimonio que tantos cónyuges cristianos dan al mundo: su capacidad de entrega recíproca y entrega a los hijos, su capacidad de fidelidad, de paciencia, de perdón y de compasión son tales que hacen entrever que a la base de su relación hay una fuente sobrenatural, un algo más, inexplicable en términos humanos, que alimenta incesantemente su amor” (n. 68).
En todo el proceso de preparación al matrimonio cristiano y, después, en la vida del mismo, se ha de contar con la ayuda divina poderosa y decisiva: “La conciencia de una nueva efusión del Espíritu Santo durante el rito nupcial, que, insertándose en el dinamismo de la gracia iniciado en el bautismo, da una nueva connotación a la caridad divina infundida en nosotros desde el mismo bautismo y que adquiere ahora los rasgos de la caridad conyugal. Resulta muy oportuno invocar a los santos/beatos casados de nuestro tiempo, que ya han vivido la experiencia de ser esposos y esposas, padres y madres, y también a los santos intercesores, para realzar la dignidad del estado de vida matrimonial en la comunidad eclesial y ayudarles a comprender la belleza y la fuerza de este sacramento en la economía de la salvación” (n. 69).
16. Retiro y confesión previos
El documento insiste en una propuesta muy adecuada: “unos días antes del matrimonio, un retiro espiritual de uno o dos días será muy beneficioso. Aunque esto puede parecer poco realista, dados los numerosos compromisos debidos a la planificación de la boda, hay que decir que es precisamente el ajetreo de las muchas tareas prácticas relacionadas con la próxima celebración lo que puede distraer a los novios de lo que más importa: la celebración del sacramento y el encuentro con el Señor que viene a habitar su amor humano llenándolo de su amor divino. En el caso de que un verdadero retiro fuese imposible, podría servir de alternativa un tiempo de oración más corto (por ejemplo, un encuentro vespertino, como una vigilia de oración)” (n. 70). “Hacer participar a los padres, a los testigos y a los familiares más cercanos en un momento de oración antes de la boda, puede resultar una oportunidad muy hermosa para todos” (n. 72).
Añade otro elemento imprescindible: acudir al sacramento de la penitencia para recibir la gracia del matrimonio del mejor modo posible, limpios de pecado grave y purificados también de las faltas leves. “En el período previo a la boda –en el contexto del mencionado retiro espiritual o vigilia de oración o incluso en otro contexto– la celebración del sacramento de la reconciliación es de gran importancia” (n. 71). Así podrán recibir dignamente la sagrada comunión -fuente de todas las bendiciones divinas y presencia de la alianza nupcial de Cristo- en la celebración de la boda.
17. Pastoral de los recién casados
La tercera etapa de este proceso se refiere a los primeros años de la vida matrimonial. En efecto, “el itinerario catecumenal no termina con la celebración del matrimonio. De hecho, más que como un acto aislado, debe considerarse como la entrada en un estado permanente, que requiere por tanto una formación permanente específica, hecha de reflexión, diálogo y ayuda de la Iglesia. Para ello, es necesario acompañar al menos los primeros años de vida matrimonial y no dejar a los recién casados en la soledad” (n. 74).
No es bueno que el matrimonio esté solo, podemos decir remedando la afirmación del Señor en el relato de la creación de la mujer. “Los recién casados deben ser conscientes de que la celebración del matrimonio es el inicio de un camino, y que la pareja es todavía un proyecto abierto, no una obra terminada” (n. 75). Para ello, “se propondrá a las parejas la continuación del itinerario catecumenal, con encuentros periódicos” (n. 76). En nuestra sociedad, con una mentalidad tan contraria a la verdadera antropología matrimonial, resulta muy necesario que los matrimonios encuentren la compañía de la comunidad cristiana que refuerce y sostenga las motivaciones de su camino.
Muchas veces ocurre que la atención de los matrimonios jóvenes se centra en la necesidad de ganar dinero y en los hijos, descuidando el empeño en la calidad de su relación mutua y olvidando la presencia de Dios en su amor. “Merece la pena ayudar a los matrimonios jóvenes a saber encontrar tiempo para profundizar en su amistad y acoger la gracia de Dios” (n. 77).
18. Vivir el don
El documento recuerda cómo se debe desplegar el significado del sacramento en toda su belleza: “este es un momento oportuno para una verdadera mistagogía matrimonial, es decir, una introducción al misterio. Repasando los distintos momentos del rito nupcial, se podría profundizar en su rico significado simbólico y espiritual y en sus consecuencias concretas en la vida matrimonial: el consentimiento intercambiado (la voluntad de unirse, y no un sentimiento pasajero, en la base del matrimonio, una voluntad que debe fortalecerse siempre); la bendición de los signos que recuerdan el matrimonio, por ejemplo los anillos (la promesa de fidelidad que debe renovarse siempre); la bendición solemne de los cónyuges (la gracia de Dios que desciende sobre la relación humana, la asume y la santifica, a la que hay que estar siempre abiertos); el recuerdo del matrimonio en el seno de la oración eucarística (sumergir siempre el amor conyugal en el misterio pascual de Cristo para revigorizarlo y hacerlo cada vez más profundo)” (n. 77).
En definitiva, con la catequesis matrimonial mistagógica, al igual que con la catequesis bautismal, la invitación que se hace es: ¡Convertíos en lo que sois! Ahora sois un matrimonio, por lo tanto, ¡vivid cada vez más como un matrimonio! El Señor ha bendecido y colmado vuestra unión con la gracia, así que ¡haced fructificar esa gracia!
19. Nuevos temas e intereses
Desde el principio de la vida matrimonial, es importante recibir una ayuda concreta para vivir la relación interpersonal con serenidad. Son muchas las cosas nuevas que hay que aprender: “aceptar la diversidad del otro que se manifiesta de inmediato; no tener expectativas irreales de la vida en común y considerarla como un camino de crecimiento; gestionar los conflictos que inevitablemente surgen; conocer las diferentes etapas por las que pasa toda relación de amor; dialogar para buscar un equilibrio entre las necesidades personales y las de la pareja y la familia; adquirir hábitos cotidianos saludables; establecer una relación adecuada con las familias de origen desde el principio; empezar a cultivar una espiritualidad conyugal compartida (n. 78).
Hay muchos aspectos de la vida conyugal y familiar que pueden ser objeto de diálogo y catequesis en estos años. “Es fundamental, por ejemplo, ilustrar a las parejas sobre el delicado tema de la sexualidad dentro del matrimonio y las cuestiones relacionadas, es decir, la transmisión de la vida y la regulación de los nacimientos, y sobre otras cuestiones morales y bioéticas. Otro ámbito que no debe olvidarse es el de la educación humana y cristiana de los hijos, que constituye una grave responsabilidad para los padres, y respecto a la cual los matrimonios deben ser sensibilizados y convenientemente formados” (n. 79). Para los diversos temas de la vida conyugal y familiar, la enseñanza de la Iglesia pone a disposición de los cónyuges un tesoro de sabiduría.
Estos primeros años del matrimonio suponen una “fase de aprendizaje en la que la cercanía y las sugerencias concretas de los matrimonios ya maduros, que comparten con los más jóvenes lo que han aprendido por el camino, serán de gran ayuda” (n. 80).
20. Pastoral del vínculo y recursos variados
La pastoral matrimonial será ante todo “una pastoral del vínculo: ayudará a las parejas, cada vez que se enfrenten a nuevas dificultades, a tener en el corazón, por encima de todo, la defensa y la consolidación de la unión matrimonial, por su propio bien y por el de sus hijos” (n. 81). “Es esencial centrar el camino de la pareja en el encuentro con Cristo: la pareja necesita encontrarse continuamente con Cristo y alimentarse de su presencia” (n. 82). Él es el modelo, la fuente y el sostén de la fidelidad prometida: sólo con su gracia, en la comunión eclesial, puede afianzarse la comunión del nosotros conyugal.
La atención constante y permanente de la Iglesia hacia los matrimonios puede llevarse a cabo a través de diversos medios pastorales: “la escucha de la Palabra de Dios; los encuentros de reflexión sobre temas de actualidad relativos a la vida conyugal y familiar; la participación de los matrimonios en las celebraciones litúrgicas especialmente diseñadas para ellos; los retiros espirituales periódicos para los matrimonios; la adoración eucarística organizada para los cónyuges; la conversación y el acompañamiento espiritual; la participación en grupos familiares para poner en común experiencias con otras familias; la participación en actividades caritativas y misioneras. Pues los esposos necesitan desarrollar una verdadera espiritualidad conyugal que alimente y sostenga el camino específico de santidad que recorren en la vida matrimonial” (n. 83).
Esta espiritualidad incluye la co-vocación conyugal, la vida y el compromiso de santidad laical, así como la evangelización de la cultura familiar. A medida que la identidad conyugal se desarrolla, “el sentido de la misión, que fluye del sacramento, puede crecer. Es oportuno invitar a los matrimonios a implicarse en la pastoral familiar ordinaria de sus parroquias o de otras realidades eclesiales” (n. 84).
En síntesis, los objetivos del acompañamiento en los primeros años de vida matrimonial son: “a) presentar, en una catequesis matrimonial mistagógica, las consecuencias espirituales y existenciales del sacramento celebrado en la vida concreta; b) ayudar a las parejas, desde el principio, a establecer la relación interpersonal de forma correcta; c) profundizar en los temas de la sexualidad en la vida matrimonial, la transmisión de la vida y la educación de los hijos; d) infundir en los matrimonios la firme voluntad de defender el vínculo matrimonial en cualquier situación de crisis que se presente; e) proponer el encuentro con Cristo como fuente indispensable de renovación de la gracia matrimonial y adquirir una espiritualidad conyugal; f) recordar el sentido de la misión específica de los matrimonios cristianos” (n. 85).
21. Acompañar en situaciones matrimoniales difíciles
Por último, se considera el acompañamiento eclesial a los matrimonios en situaciones de crisis. “En la historia de todo matrimonio puede haber momentos en los que la comunión conyugal disminuye y los cónyuges se encuentran con periodos, a veces largos, de sufrimiento, fatiga e incomprensión, pasando por verdaderas crisis conyugales. Forman parte de la historia de las familias: son fases que, si se superan, pueden ayudar a la pareja a ser feliz de una manera nueva, a partir de las posibilidades que abre una nueva etapa, haciendo que madure aún más el vino de la unión. Sin embargo, para evitar que la situación de crisis se agrave hasta convertirse en irremediable, es aconsejable que la parroquia o la comunidad disponga de un servicio pastoral de acompañamiento de las parejas en crisis” (n. 87). Los centros de orientación familiar (COF) diocesanos constituyen una referencia clave al respecto.
En efecto, la experiencia demuestra que en situaciones difíciles o críticas la mayoría de las personas no acude al acompañamiento pastoral, pues quizás “ya que no lo siente comprensivo, cercano, realista, encarnado”. Por ello, “conviene que –además del pastor– sean los cónyuges, especialmente los que han vivido una crisis después de haberla superado, los que se conviertan en acompañantes de las parejas en dificultad o ya divididas” (n. 88). “Se trata de garantizar un acompañamiento no sólo psicológico, sino también espiritual, para recuperar, con un camino mistagógico gradual y personalizado y con los sacramentos, el significado profundo del vínculo y la conciencia de la presencia de Cristo entre los cónyuges” (n. 90). Estos tutores o mentores de los matrimonios pueden suponer una ayuda decisiva para salvar y santificar especialmente a aquellos que pasan por dificultades.
Se constata que, por desgracia, “hay situaciones en las que la separación es inevitable. En estos casos, un discernimiento particular es indispensable para acompañar pastoralmente a los separados, los divorciados, los abandonados. Hay que acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados a romper la convivencia por los maltratos del cónyuge. El perdón por la injusticia sufrida no es fácil, pero es un camino que la gracia hace posible. De aquí la necesidad de una pastoral de la reconciliación y de la mediación, a través de centros de escucha especializados que habría que establecer en las diócesis” (n. 93).
Se considera que “hay que alentar a las personas divorciadas que no se han vuelto a casar –que a menudo son testigos de la fidelidad matrimonial– a encontrar en la eucaristía el alimento que las sostenga en su estado. La comunidad local y los pastores deben acompañar a estas personas con solicitud, sobre todo cuando hay hijos o su situación de pobreza es grave”. (n. 94).
22. Construir la familia sobre roca
En la Conclusión se recuerda que este documento responde al profundo “deseo de ofrecer a las parejas una mejor y más profunda preparación al matrimonio, mediante un itinerario suficientemente amplio, inspirado en el catecumenado bautismal, que les permita recibir una adecuada formación para la vida conyugal cristiana, a partir de una experiencia de fe y de un encuentro con Jesús; que no se limite, por tanto, a unos pocos encuentros próximos a la celebración, sino que les permita percibir el carácter casi permanente de la pastoral de la vida conyugal que la Iglesia pretende llevar a cabo”. Toda la comunidad eclesial ha de implicarse en la misión de acompañar a las parejas. En las tareas de formación y actualización se ha de trabajar con sentido de complementariedad y corresponsabilidad.
En este camino de formación integral de ha de emplear “no sólo el método de la catequesis, sino también el diálogo con las parejas, los encuentros individuales, los momentos litúrgicos de oración y celebración de los sacramentos, los ritos, los retiros y la interacción con toda la comunidad eclesial”. A lo largo de este proceso se ha de tener en cuenta el carácter kerigmático de la propuesta cristiana, es decir, su fuerza, belleza y novedad. El “sacramento del matrimonio se presenta como una buena noticia, es decir, como un don de Dios a las parejas que desean vivir plenamente su amor”. Evitando dicotomías, “se mantienen siempre unidos el camino del crecimiento humano y el proceso del crecimiento espiritual”.
La formación de los matrimonios cristianos ha de “inscribirse en la realidad concreta de hoy en día y no ha de temer abordar temas y cuestiones que representan desafíos sociales y culturales”, incluyendo la “formación de la conciencia moral personal y a la formulación de un proyecto de vida familiar”.
El acompañamiento pastoral ha de ser personalizado, basado sobre todo en el testimonio de los acompañantes y de otros matrimonios implicados en el camino. Se trata de conducir en cada caso a un serio discernimiento personal y de pareja, para que la celebración del matrimonio y la vida conyugal sean el fruto de una decisión consciente, libre y alegremente asumida. A la vez que prepara a las parejas para el sacramento del matrimonio, las inicia en la vida eclesial y las ayuda a encontrar en la Iglesia el lugar donde alimentar el vínculo matrimonial y donde seguir creciendo a lo largo de la vida en su vocación y servicio a los demás, desarrollando así plenamente su identidad esponsal y su misión eclesial. Además, hay que prestar especial atención al acompañamiento de las parejas casadas en crisis.
Al ofrecer a las nuevas generaciones itinerarios de crecimiento catecumenal con vistas al matrimonio, se responde a una de las necesidades más urgentes de la sociedad en nuestros días: acompañar a los jóvenes hacia la plena realización de lo que sigue siendo uno de sus mayores “sueños” y una de las principales metas que se proponen alcanzar en la vida, que consiste en establecer una relación sólida con la persona amada y construir sobre la base del sacramento un matrimonio santo y evangelizador.