Recursos

La patología de la maldad

La maldad, resultado de nuestras contradicciones internas, afecta tanto a individuos como a sociedades. Martha Reyes explora sus raíces en percepciones distorsionadas, sentimientos descontrolados y falta de fe, proponiendo regresar al diseño divino para vencerla.

Martha Reyes ·2 de enero de 2025·Tiempo de lectura: 10 minutos
maldad

James Ensor, "La intriga". @WebGalleryofArt

En Génesis 2, 7 «Dios sopló Su aliento de vida en el hombre después de formarlo del polvo de la tierra». Somos diseño del creador para reflejar Su imagen y semejanza. Por lo tanto, es lógico pensar que a pesar de nuestras luchas internas, estamos confeccionados y destinados para preferir el bien, lo bueno y lo agradable a Dios, y para ser criaturas de Su complacencia exhibiendo características de Su naturaleza divina. 

Además de estas razones espirituales, durante los procesos evolutivos los seres humanos nos fuimos dando cuenta que también son muchos los beneficios socioeconómicos para escoger el bien por encima del mal. Al encaminar nuestra sociología y psicología de vida en torno al diseño y deseo original del Creador, descubrimos lo que es vivir en sana convivencia, hermanados por alianzas y conductas que nos favorecen, compartiendo “de los frutos de la tierra y del trabajo del hombre”. Todo es requisito para permanecer en paz y no en conflicto, creciendo y prosperando, asegurando la supervivencia de todos. Es antropológico y universal. 

En prácticamente todas las religiones observamos que una parte de la religiosidad ha sido dedicada a la reverencia a la deidad, y la otra parte, a la sana convivencia interrelacionar. La fe judeocristiana dedica la mayor parte de sus enseñanzas a exhortar a la humanidad a esta fe que invita a la reverencia a Dios y a la hermandad que produce frutos palpables. En el Antiguo Testamento Moisés nos entrega los Mandamientos de la ley de Dios, y después leemos en Deuteronomio 28, 1-2 «Si escuchas la voz del Señor, tu Dios, y te empeñas en practicar todos los mandamientos que hoy te prescribo, Él te pondrá muy por encima de todas las naciones de la tierra. Y por haber escuchado la voz del Señor, tu Dios, vendrán sobre ti y te alcanzarán toda clase de bendiciones». El Salmo 133, 1 dice «Vean cuán bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos». Y en el Nuevo Testamento hay incontables exhortaciones a la convivencia sana, como por ejemplo en Efesios 4, 31-32 «Arranquen de raíz de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos, ofensas y toda clase de maldad. Más bien sean buenos y comprensivos unos con otros, perdonándose mutuamente, como Dios los perdonó en Cristo». 

Está en nuestro ADN el preferir el bien sobre el mal y orientar nuestras vidas hacia causas nobles y valiosas. Aun así, la historia nos recuerda como tan fácilmente renunciamos a nuestra esencia original sana y pacífica, para enredarnos en conflictos sociales, divisiones, rencillas, guerras y destrucción. Por ejemplo: la mitad de los matrimonios terminarán en divorcios. A nivel mundial, 150 millones de niños viven en orfandad, abandono o miseria. Seis de cada 10 niños y una de cada 5 mujeres sufren de abuso. Hemos perdido la cuenta de la cantidad de seres humanos que han fallecido en las guerras históricas: quizás un billón a lo largo de 21 siglos, con 108 millones de fallecidos solo en el siglo 20. 

Hoy día los países desarrollados gastan un promedio de 225 billones de dólares al año en ayuda  humanitaria a países pobres, pero a la misma vez, el gasto militar mundial por los conflictos entre países y naciones es de 2.44 trillones de dólares. Los gastos en salud y medicina sobrepasan los 10 trillones de dólares para supuestamente mantener a nuestras poblaciones saludables. A la vez, las adicciones cobran cinco veces más vidas que el cáncer y el sida. ¡Qué extrañas dicotomías! ¿Qué rige los corazones humanos capaces de, por una parte, manifestar muchos instantes de nobleza moral, y por otra parte, optan por tendencias contrarias de indiferencia, violencia o destrucción? ¡Es irracional! ¡Es locura! 

En Romanos 7, 15, San Pablo, frustrado con sus conductas indomables, dijo: «No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto». ¿Será esta la lucha que todos  entablamos en nuestro interior? 

Recordemos que Adán y Eva fueron nombrados los custodios de la tierra, de todo lo viviente y visible. Pero en vez de vivir agradecidos y satisfechos con todo lo bueno a su alrededor, prefirieron ir hacia lo único prohibido y desconocido: comer del árbol o fruto restringido, en total desobediencia a la voluntad de Dios. Los ojos, el apetito y las ansias del corazón, se fueron tras lo que tenía límites, en vez de gozarse en pleno del resto de la creación, a sus anchas.

Estos continuos actos de desobediencia a Dios nos siguen robando de nuestra dignidad de hijos. Comparable a la triste historia de Esaú, hijo de Isaac y hermano de Jacob en Génesis 25, 24 en adelante. Esaú era un diestro cazador quien un día, irónica y misteriosamente, prefirió vender su primogenitura con todas sus unciones y bendiciones, por un miserable plato de lentejas. ¿Y qué  tal del rey David? En la historia de Israel no ha habido reinados como el de David y su hijo Salomón, y sin embargo, David se dejó embriagar por la pasión hasta convertirse en adúltero y  asesino (2 Samuel 11). Y como estas historias, hay muchas. 

¿Cómo explicar estas contradicciones? ¿Qué fuerzas oscuras y extrañas a veces operan en la mente y corazón humano que exponen grandes debilidades y vulnerabilidades? Preferimos echarle la culpa al demonio y a los espíritus malignos por nuestros errores y desgracias. Sí, es cierto que la Biblia presenta a un ser real con el nombre de satanás quien es el autor de planes mezquinos y destructivos. Además de ser el tentador en el desierto quien intentó meterle zancadilla a la misión mesiánica de Jesús, en Juan 10, 10 el mismo Jesús dijo: «El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud». Aun así, también aclara Jesús que hay enemigos internos que nos hacen pecar, y a estos  debemos de ponerles mucha atención. Marcos 7, 21: «Porque de adentro del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios». 

¿Por qué cedemos tanto a estos instintos corruptos? ¿Por qué no acabamos de reconocer que la maldad sólo nos consigue destrucción y pérdidas? ¿Por qué no sabemos tomar dominio sobre los impulsos desenfrenados para optar por lo mejor de nuestra naturaleza? Principalmente, porque somos rehenes de los sentimientos que muchas veces dominan la razón. Así como hay sentimientos hermosos (el amor, la paz, la gratitud, la alegría, la esperanza), hay otros que se convierten en fuerzas paralizantes o corrientes destructivas. Nos retroalimentamos tan fácilmente de rechazos, desamor, odios, sentidos de venganza, priorizando pensamientos de dominio y planes narcisistas, que saboteamos nuestras posibilidades de dimensionarnos con cualidades superiores. Estos sentimientos negativos fermentados en nuestro interior son los detonantes de un sistema de autodestrucción sistemático e integral. Son como ácido que corroe el entendimiento y la salud mental y social. Son tendencias primitivas que no hemos aprendido a vencer. 

LOS EMPODERADORES DE LA MALDAD 

1- La percepción desfigurada de la realidad

La maldad se alimenta de la percepción obstruida. Esta ceguera emocional o espiritual nos arrastra a la confusión y malinterpretación, deformando nuestro sentido de evaluación sincera. Cuando nuestra percepción no compagina con la realidad, juzgamos con dureza a la vida y a los demás. Perdemos el don de la comunicación empática y obstruimos oportunidades de reconciliación. Es ahí donde nacen los prejuicios y distanciamientos que tanto nos perjudican. 

Mateo 6, 22 lo explica así: «Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz; pero si tus ojos están malos, todo tu cuerpo estará en obscuridad». 

2- Los sentimientos descontrolados

El resentimiento, el deseo de venganza, la envidia, ansiedad no regulada, la desesperación, la  desconfianza, la amargura, la soberbia, son los sentimientos que más contribuyen al desequilibrio mental y a la desestabilización social. 

3- La mentira y el engaño

Juan 8, 44. (El diablo) «Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira». 

La mentira tiene muchos esclavos, y la verdad, pocos soldados. El mal encuentra refugio en la mentira y en la falsedad. La mentira erosiona la confianza social. Daña nuestras relaciones y daña nuestra autoestima produciendo un sabotaje de la dignidad y el prestigio. Cuando otros se dan cuenta que les hemos mentido, se sienten burlados emocional e intelectualmente. La mentira promueve la desconfianza y la división, desmantela la credibilidad, la cual es la  espina dorsal de la autoridad.  

4- Las filosofías que nos rigen socialmente

La sociología y filosofía de vida que nuestra humanidad adapta, si no están alineadas con nuestra configuración espiritual, neurológica y psicoafectiva original, serán insostenibles. Los conceptos sociales erróneos de la felicidad y del éxito son los culpables de generar un exagerado inconformismo y egoísmo en muchos seres humanos. Las culturas modernas exaltan la superficialidad y la popularidad, y han reemplazado al guía sabio por la celebridad, aún con estilos de vida corruptos que se han normalizado, desensibilizándonos del impacto inicial de lo que antes considerábamos chocante y repulsivo. La insensatez destrona la sabiduría. 

5- Las histerias colectivas 

Estas exponen lo susceptibles e influenciables que somos a cualquier adoctrinamiento que apantalla. Es fácil ver como movimientos sociales y políticos como fascistas, comunistas y terroristas han arrastrado las masas a lo largo de la historia, pero llevarlas a lanzarse por los precipicios del engaño y la decadencia.  

6- El miedo y la cobardía

Producen silencio, encubrimiento, obediencia ciega, y complicidad. Vendemos nuestro prestigio, dignidad, honestidad, estabilidad emocional, y espiritualidad, por miedo al rechazo, al señalamiento, a la irrelevancia o a la pérdida. 

7- Concepto distorsionado o desfigurado de la justicia y de la misericordia 

Cuando las leyes de un país o el proceder de los legisladores favorecen más a los culpables que a los inocentes, no nos dedicaremos a detener o erradicar el mal con efectividad. Antes bien, operamos en complicidad con la maldad convirtiéndonos en sus facilitadores. Hemos cambiado el castigo fuerte y merecido como elemento de disuasión para detener el crecimiento del mal, por una misericordia desproporcionada y desubicada, excusando y justificando actos de violencia proponiendo que el ofensor es otra víctima más. Antes de absolver una culpa debemos de saber explicar la abarcadura de la ofensa y promover la convicción del error. 

8- Malinterpretación del libre albedrío y libertades infundadas

No somos libres de quitar, agredir, empobrecer a otros, hacernos daño a nosotros mismos, desestabilizar la sociedad, o usurpar al rico para satisfacer al pobre. El libre albedrío no es libertinaje: debe ser monitoreado por el buen juicio, la sensatez y la misericordia universal. 

9- El dinero, la raíz de todos los males

1 Timoteo 6, 10-11 «Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores. Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad».

El plan maestro de Dios articulado por Jesús en varios de sus mensajes es que nuestra provisión está asegurada gracias al Dios providente del Padre Nuestro, quien viste y alimenta diariamente hasta las criaturas más sencillas de la creación. Cuando entendemos la providencia de Dios, ya no seremos controlados por el instinto de supervivencia, sino reconfigurados por la gracia y el amor que ofrece el Padre proveedor.  

10-La falta de fe y religiosidad

El mensaje de Jesús intenta volver a alinear nuestros impulsos conscientes e inconscientes con la voluntad de Dios, nuestro diseño original. Por eso la fe y la religión son tan importantes en la vida del hombre. Así como cedemos a la patología de la maldad, recordemos siempre lo que dice Lucas 17, 20: «En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios, Jesús les contestó: ´El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está  aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de ustedes`».

¿Cómo vencemos la patología de la maldad? 

1Asumiendo Su naturaleza divina

Haciendo esfuerzos conscientes de hacer cambios a patrones de conducta carnales, destructivos y  esclavizantes para dimensionarnos por la vida como auténticos hijos de Dios acompañados de Su gracia, manifestando testimonios de vida de personas que van buscando el dominio propio y la santidad. 

Romanos 8, 29-30: «En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó». 

2 Pedro 1, 4-7: Nos ha concedido lo más grande y precioso que se pueda ofrecer: ustedes llegan a ser partícipes de la naturaleza divina, escapando de la corrupción que en este mundo va a la par con el deseo. Por eso, pongan el máximo empeño en incrementar su fe con la firmeza, la firmeza con el conocimiento, el conocimiento con el dominio de los instintos, el dominio de los instintos con la constancia, la constancia con la piedad, la piedad con el amor fraterno y el amor fraterno con la caridad. 

2Transformándonos con las armas espirituales

La conversión es más que un cambio de comportamiento: es el equivalente a un nuevo nacimiento, haciendo propósitos de enmienda que llevan a una firme resolución de luchar arduamente para no volver a errar. La verdadera conversión que se logra con el sincero arrepentimiento y la gracia de Dios implica una transformación radical de maneras de pensar y de actuar: vestir el alma con una nueva esencia. Para lograrlo a veces tendremos que enfrentar batallas humanas y batallas espirituales. Con la ayuda de armas espirituales, libraremos esas batallas. 

Juan 3, 4-6: «¿Acaso puede entrar en el vientre de su madre, y volver a nacer? Jesús le respondió: De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es». 

Efesios 6, 13-17: «Por tanto, tomen toda la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes. Estén, pues, firmes, ceñida su cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia, y calzados los pies con la preparación para anunciar el evangelio de la paz». 

3Cortando y arrancando de raíz 

Mateo 18, 8 dice: «Si tu mano o tu pie te hace pecar, córtatelo y échalo de ti; te es mejor entrar en la vida manco o cojo, que teniendo dos manos y dos pies, ser echado en el fuego eterno». 

El mal se acerca a nuestra vida con planes violentos. Debemos de responderle con decisiones determinantes y asertivas para detenerlo a tiempo, sin ambivalencias y con gran determinación. Las viejas amarguras o viejos resentimientos siguen fermentando y fomentando más conflictos. A través de consejería, diálogos de reconciliación, del sacramento de la confesión, oración, retiros y procesos intensos de sanación interior, se van cerrando las rendijas y puertas que quedaron abiertas por los traumas del pasado, como heridas que nunca cicatrizaron. 

4Armándonos de dones

De valentía, resiliencia, discernimiento, conciencia de error, don de ciencia y dones de desprendimiento, para optar deshacernos de lo erróneamente adquirido y cambiarlo por la perla de mayor valor. 

Lucas 19, 8: «Zaqueo dijo resueltamente a Jesús: ´Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más`». 

3- Modelando las enseñanzas de amor y misericordia del Evangelio 

Las enseñanzas de Jesús están llenas de exhortaciones hacia la misericordia. Aún en el Padrenuestro, Jesús aclara que si no perdonamos a quienes nos ofenden, no tendremos legitimidad espiritual para pedir el perdón de Dios. Algunos grandes ejemplos de misericordia están en: 

– Lucas 10, 25-37, en el proceder del Buen Samaritano.  

– Mateo 18, 22, en el perdón incondicional de las 70 veces 7.

– Mateo 5, 6 y 7, viviendo bajo el credo y manual de códigos morales, propuestas de vida sana  deletreadas en el Sermón de la Montaña.  

Recordemos también que el perdonar es un contrato de enmienda. Para que haya convicción de error, el acto de perdón debe de ser acompañado de un entendimiento de la abarcadura del daño. 

4- Enseñarles a las nuevas generaciones la fe y los códigos morales inquebrantables 

Salmos 90, 1: «Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación».

Salmo 145, 5: «De generación en generación se celebran tus obras, se cuentan tus proezas». 

Hay valores insustituibles para la formación de comunidades sanas: el amor y respeto a la vida, a la familia, el temor de Dios, la caridad, la responsabilidad social, entre otros. Pero además de enseñar valores, debemos de acompañar a los hijos a tener una relación personal con Dios y un encuentro espiritual de genuina conversión. Después de recibir los sacramentos del bautismo y confirmación, muchos hijos no tendrán la oportunidad de seguir creciendo en la fe si no cuentan con la formación moral y espiritual que deben de proveer sus padres.  

5- Anunciar el bien y denunciar el mal 

Al mal hay que encararlo con valentía y endereza, aunque implique sacrificios y renuncias; eso es ser profetas para estos tiempos. 

Jeremías 1, 8-10: «No les tengas miedo, porque estaré contigo para protegerte -palabra de  Yahvé. Entonces Yahvé extendió su mano y me tocó la boca, diciéndome: ´En este momento  pongo mis palabras en tu boca. En este día te encargo los pueblos y las naciones: Arrancarás y derribarás, perderás y destruirás, edificarás y plantarás`».

Desenmascarar los engaños, a los lobos rapaces, a la mentira con apariencia de verdad, aunque implique perder admiración y prestigios humanos, es a lo que estamos llamados los hijos de la verdad. 

En conclusión: Tenemos que activar todos los dones e instintos espirituales que nos ayudarán a subyugar nuestras vulnerabilidades humanas. Al habilitar los dones más sublimes que sí están todos bajo nuestras posibilidades, venceremos la patología de la maldad con lo sano y beneficioso de la naturaleza espiritual que nos ofrece la fe, la conversión y los bautismos de  gracia que producen verdaderos cambios.  

Efesios 4:23: «Dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes».

El autorMartha Reyes 

Doctora en Psicología

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica