Mucho antes de que Abrahán llegara a la Tierra Santa ya vivían allí los pueblos cananeos con pequeñas ciudades edificadas y fortificadas con murallas. Es el caso, entre otros, de Belén, cuyos orígenes remontan al año 3000 aC aproximadamente. Se trata de una ciudad situada en una loma a casi 800 m sobre el nivel del mar Mediterráneo. En realidad, su nombre original no es “Betlehem” como lo transmite su versión hebrea transliterada. Lahmo es el dios caldeo de la fertilidad, llamado por los cananeos de “Lahama», y a él dedicaron la ciudad, teniendo en cuenta los fértiles campos que la recubren. Hay indicios de que esos primeros habitantes hayan edificado un templo a ese dios en el mismo monte donde actualmente se encuentra la Basílica de la Natividad. En 1969 Shmarya Gutman y Ariel Berman identificaron en ese mismo monte la ciudad cananea, pero la excavación no se ha llevado a cabo. Y a cerca de dos kilómetros al sudeste de Belén, el equipo de Lorenzo Nigro descubrió una necrópolis de la misma época[1].
Belén de Judá
Aún estando a solo 8 km de Jerusalén, la ciudad de Belén nunca estuvo entre las más pobladas del reino de Judá, que duró de 928 a 586 aC. La primera mención extrabíblica a Belén de que hoy en día se tiene registro está en una carta encontrada en el sitio arqueológico de Amarna, en Egipto, del siglo XIV aC. En este documento Abdi-Heba, el gobernador egipcio de Jerusalén entonces, pedía al faraón Amenhotep III que le enviara arqueros para que pudiera recuperar la ciudad de “Bit-Lahmi”, donde los hapiru se habían sublevado[2].
Con todo, su referencia en la Biblia es más abundante. La primera se da en Gn 35,16-19, cuando se narra que Jacob y su familia pasaban por allí después de haber partido de Betel. En este pasaje se habla primero de la ciudad Efrata, y luego se lo menciona otra vez, pero incluyendo la aclaración “es decir, Belén”. También el profeta Miqueas la llamó “Belén Efrata” (cf. Miq 5,1). El punto es que “efrata”, en hebreo, indica la fertilidad de la tierra, que ya le había dado el nombre a esta ciudad en la época cananea, aunque refiriéndose al dios de la fertilidad, y no a la fertilidad directamente. Lo que hicieron los hebreos fue sustituir el nombre del dios de la fertilidad por una palabra hebrea de fonética similar al mencionado “lahama”, como es “lehem” (pan, que de alguna manera también alude a las plantaciones de trigo y cebada de la ciudad), y añadir una especie de apellido que tradujera la palabra sustituida. De ahí vino el “efrata”. Además, en Jos 19,15 se menciona una Belén atribuida a la heredad de Zabulón, ubicada por tanto al sur de Galilea[3]. De todos modos, el “efrata” también podría servir para desambiguarlas.
Debido a la poca importancia de esa otra Belén, con el paso del tiempo la de Judá se hizo con la fama, haciendo prescindible el apellido “Efrata”. Lo da a entender la inscripción “Belén” presente en un sello de los siglos VIII-VII aC encontrado en 2012 por el arqueólogo Eli Shukron, de la Israel Antiquities Authority, en las afueras de la Ciudad Vieja de Jerusalén[4]. Aparentemente se trataba de un documento administrativo o fiscal enviado desde la capital.
Prosiguiendo con la cuestión de la fertilidad de la región, factor fundamental para que haya vida, Francisco Varo explica que “la ciudad estaba situada sobre una loma, y a su pie se hallaban los terrenos de cultivo de trigo y cebada, así como los campos de olivos y viñedos. Económicamente era de alguna importancia, por ser un mercado de ganado menor, ya que los pastores de ovejas y cabras, que recorren con sus rebaños el vecino desierto de Judá, solían acampar en las afueras del poblado”[5].
En la misma línea el libro de Rut refiere que “Booz vino desde Belén” (Rt 2,4) y que era dueño de tierras cultivadas, en las cuales, por cierto, trabajaba la misma Rut cuando lo conoció. Y en 2Sm 23,16 se habla de un “pozo que hay junto a la puerta de Belén”, del cual los que iban con David le dieron de beber y él rechazó, aun después de haber dicho: “¡Quién me diera de beber agua del pozo de Belén, que está junto a la puerta!”. Sobre eso, dice González Echegaray que “al carecer de fuentes en su recinto, Belén se suministraba del agua de la lluvia contenida en frescos aljibes excavados en la roca, ya famosos desde antiguo”[6]. Según Cabello, “parece que el acueducto romano que pasaba por la ciudad hizo que mejorara un poco su situación al no haber fuentes de agua en su recinto. Ser ciudad de paso hacia las fortalezas del Herodión y Masada en el tiempo de Herodes el Grande y controlar la ruta principal que conecta Jerusalén con Hebrón también le dio un poco de vida”[7]. Estas dos últimas ciudades distaban unos 30 km, y venía muy bien poder hacer una parada casi a medio camino en Belén para reponer energías y descansar un poco.
Su importancia histórica para los judíos, en efecto, viene precisamente del bisnieto de Booz y Rut, David, que nació allí y habría de reinar sobre Judá e Israel de 1013 a 966 aC, cuando la monarquía todavía estaba unificada, según el relato bíblico del Primer y Segundo Libros de Samuel, y Primer Libro de Reyes. Para los cristianos, por otro lado, se suma además que también el nacimiento de Jesús se dio allí, según los evangelios de Mateo y Lucas. Abajo se analizará la relación de los dos personajes bíblicos más centrales de cada Testamento[8] con la ciudad de Belén.
Belén de David
En Jue 17,7, cuando el autor sagrado dice “Belén de Judá”, se está refiriendo sea a la región que a la tribu. Efectivamente, la tribu de Judá había ocupado gran parte de lo que luego se constituyó como el reino del sur, es decir, desde cerca de Belén hasta Kades-Barnea, en el desierto del Neguev, excluyendo la cercanía de Beersheba, habitada por la tribu de Simeón. Como grandes ciudades de Judá, se destacaban Hebrón, en la región montañosa, y Laquis, en la llanura de la Sefela.
Otro factor que hacía de Belén una ciudad relevante es que ahí se venera la tumba de Raquel, la matriarca esposa de Jacob y madre de José y Benjamín, y tercer lugar más sagrado del judaísmo[9]. En el parto de su segundo hijo, ella se encontraba justamente en Belén, y allí falleció (cf. Gn 35,16-19).
Pero de lejos el personaje judío que más fama dio a Belén fue David. De ahí es su familia (cf. 1 Sam 17,12-15) y también ahí fue ungido por el profeta Samuel. A partir de entonces el joven pastor se puso al servicio de Saúl, el ya anciano rey de Israel, y le tocaba lira cuando este se estaba sintiendo mal, lo que le calmaba. Después de la victoria de David sobre Goliat, en un contexto en que Saúl ya no gozaba de tanto prestigio ante el pueblo, David se hizo yerno del rey y gran amigo de Jonatán, hijo de Saúl. Resumiendo, tras perseguir a David, Saúl se suicida al verse herido en una batalla contra los filisteos. Algunas divisiones surgen sobre el posible sucesor, pero David se gana la confianza de los principales y es nombrado rey en Hebrón. Elige entonces como ciudad neutral para ser la capital del reino a la llamada Jebús, es decir, la ciudad de los jebuseos, que corresponde a parte de la que vendría a ser Jerusalén. Y ahí reinó él por décadas.
Un episodio interesante es que más adelante Belén se vio sitiada por los filisteos, cuando el rey David se encontraba ahí (cf. 2Sm 23,14). Añade González Echegaray que “parece ser que en la alta zona oriental de la ciudad [de Belén], donde hoy se encuentra la basílica de la Natividad, se conservaban aún los recuerdos de la familia de David, y probablemente allí vivían algunos que se consideraban sus descendientes”[10]. David murió y está enterrado en la zona antiguamente jebusea de Jerusalén, llamada hoy en día “ciudad de David”.
Le sucedió su hijo Salomón, que reinó de 965 a 928 aC. Al final de su reinado, sus hijos se dividieron, como el reino. En Jerusalén, Gabaón y Jericó, muy cercanas hacia el norte de Belén, vivía la tribu de Benjamín, con lo cual las tribus de Judá y Benjamín fueron convocadas por Roboam tras la muerte de su padre Salomón (cf. 2Cr 11,1-12). La tribu de Simeón, a su vez, con el paso del tiempo fue menguando hasta que se asimiló a la de Judá. Así Roboam unificó las tribus de Judá y Benjamín, y se hizo rey de Judá, con capital en Jerusalén, a la vez que el general Jeroboam se constituyó rey de Israel, con capital en Samaría, gobernando sobre el territorio de las demás tribus israelitas.
Aparte de las antiguas murallas cananeas, la ciudad betlemita fue fortificada y amurallada por Roboam, el nieto de David (cf. 2Cr 11,5-12). En este contexto, las ciudades más destacadas eran Jerusalén, Laquis y Beersheba, esta última en la zona desértica más al sur de Hebrón. “La ciudad [de Belén] había sido repoblada a la vuelta del destierro de Babilonia con exiliados oriundos del lugar (cf. Esd 2,21; Neh 7,26), y una de sus fuentes de ingreso debía ser el comercio con el ganado lanar, que pastaba, como hoy en día lo hace, en las inmediaciones del contiguo desierto de Judá (Lc 2,8.15; 1Sm 16,11.19; 17,15.34-35)”[11].
Aunque ya citado antes para otro propósito, históricamente es en este momento donde se sitúa el profeta Miqueas, que vivió en los siglos VIII-VII aC. En Mq 5,1 se lee: “Pero tú, Belén Efrata, aunque tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser dominador en Israel; sus orígenes son muy antiguos, de días remotos”. Hecha siglos después de David, esa profecía es interpretada como mesiánica, y se aplica a Jesús.
Belén de Jesús
Sobre la relación entre la ciudad de Belén y Jesús se hicieron numerosos estudios, que permitieron una mayor precisión en los datos, en comparación con David y todos los personajes anteriores. Desde la fecha precisa y el sitio concreto de su nacimiento dentro de la ciudad, hasta el motivo por el cual María y José se encontraban allá. En este apartado se hablará también sobre la Basílica de la Natividad que se encuentra en la parte elevada de la ciudad betlemita.
Aunque los evangelios de Marcos y de Juan no digan que María haya dado a la luz en Belén, tampoco dicen lo contrario ni sitúan ese suceso en otra localidad. Por tanto, no se plantean disputas ulteriores sobre ese asunto. Sin embargo, los evangelios mateano y lucano, al ubicar el nacimiento de Jesús en esa ciudad, lo hacen en el contexto de un censo, y sobre este sí hay divergencias.
El primer evangelio dice sencillamente: “Después de nacer Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes” (Mt 2,1), y poco más adelante cita la ya conocida profecía de Miqueas. En cambio, Lucas contextualiza más el viaje de la Sagrada Familia a la ciudad de David: “En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta” (Lc 2,1-4). Dado que el nacimiento de Jesús se dio entre los años 6 y 4 aC, y el censo de Quirino se dio diez o doce años después, parece que las informaciones no cuadran[12].
Citando el estudio de Pierre Benoit, González Echegaray lo resume de la siguiente forma: “El censo a que se refiere el evangelio se debe, en efecto, como en él se dice, a un intento general de censar la población del imperio, al menos en su zona oriental, de acuerdo con las disposiciones del emperador Augusto. En él entraban también los Estados asociados, como era el reino de Herodes. Debió comenzar hacia el año 7 aC, siendo gobernador de Siria, Saturnino, y continuó después bajo el gobierno de Varo al final del reinado de Herodes, para concluir en los tiempos de P. Sulpicio Quirino (año 6 dC) con el cambio de administración (…). Este censo llevó por tanto en Judea el nombre de Quirino, y así lo cita el evangelio, aunque de hecho hubiera comenzado con anterioridad, incluso algunos años antes del nacimiento de Jesús”[13].
El mismo autor aclara por qué fue necesario el viaje al lugar de origen de cada familia: “El hecho de que el evangelio de Lucas lo señale como motivo del viaje desde Nazaret a Belén supone, en efecto, que se trataba de un censo anterior al directamente relacionado con el tributum capitis, puesto que afectaba por igual a los habitantes de Judea y Galilea. Más aún, cabría pensar en que de alguna manera estaba también relacionado con la situación catastral, puesto que no sería necesario ir al ‘lugar de origen’ a empadronarse solamente para un censo de carácter individual, si no estuviera vinculado con el problema de la identificación de las propiedades familiares en el campo”.
A su vez, Murphy-O’Connor no duda al afirmar que “María y José eran nativos de Belén, y solamente se fueron a Nazaret por causa de la atmósfera de inseguridad generada por la dinastía herodiana (cf. Mt 2). Su larga residencia en Galilea dio a Lucas la impresión de que ellos siempre habían vivido allá, y así él tuvo que encontrar un motivo para situarlos en Belén en el momento del nacimiento de Jesús (cf. Lc 2,1-7). Él equivocadamente invocó el censo de Quirino, pero este tuvo lugar el 6 dC”[14]. Por otro lado, otro autor menciona cierto plan de judaización de Galilea, del cual José y otros muchos judíos habrían formado parte, y que por eso se fue allá con su familia[15]. De todos modos, de momento no se puede hacer más que mantener abierta la cuestión, dada la limitación de las informaciones de que se dispone.
Además, de acuerdo con el relato lucano, el nacimiento de Jesús ocurrió en un establo (cf. Lc 2,6-7): “Y cuando ellos se encontraban allí [en Belén], le llegó [a María] la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento”. El estudio de los términos utilizados por el evangelista lleva a entender que el parto se dio no en un mesón, sino en una casa construida aprovechando una cueva en una montaña[16]. A lo mejor la casa en cuestión o parte de ella servía de establo, ya que en esta se encontraba un pesebre. Según Pfeiffer[17], la tradición de que Jesús nació en una cueva de Belén data del siglo II, es decir, no es propiamente de la época apostólica. Pero Murphy-O’Connor, a su vez, recoge el dato de que “la cerámica y la albañilería preconstantinianas sugieren que estas cuevas [la cueva en que tradicionalmente se cree que sea aquella en que nació Jesús y otras cuevas más al norte] estaban en uso en los siglos I y II dC”[18]. En este sentido, es plausible la tesis de que se trataba de una casa convencional construida delante de una cueva, y no un mesón. Que el parto haya sucedido en la porción dedicada a los animales tal vez haya sido así para preservar la intimidad del momento familiar, porque es posible que no estuvieran solos en aquella casa.
En fin, como dato curioso, a pesar de Jesús haber estado en tantas ciudades durante su vida pública, entre ellas muchas cercanas a Jerusalén, no se tiene registro de que haya visitado Belén de adulto. Quizás por eso el hijo de María no es conocido como “Jesús de Belén”, sino como “Jesús de Nazaret”, no obstante la conveniente ligación con el rey David que eso conllevaría[19].
De todos modos, al llegar a Belén el visitante se encuentra con la Basílica de la Natividad. Si en época romana la cueva donde en principio nació Jesús y sus alrededores había sido cubierta por un “bosque sagrado” de Adonis, en el año 325 dC el emperador Constantino hizo construir una basílica en el sitio[20]. De acuerdo con Eutiquio de Alejandría (siglos IX-X), tras la revuelta samaritana del 529 dC, “el emperador Justiniano ordenó a su enviado que derrumbara la iglesia de Belén, que era pequeña, y que construyera otra con tal esplendor, tamaño y belleza que ninguna otra ni de la Ciudad Santa la superara”[21]. De hecho, en 1934 los arqueólogos William Harvey, Ernest Tatham Richmond, Hugues Vincent y Robert William Hamilton confirmaron que el edificio remonta a la época de Justiniano, y pudieron reconstruir la planta de la basílica constantiniana, que se encontraba en el mismo sitio de la actual[22]. La obra justiniana se concluyó el 565 dC, y la basílica actual de la Natividad es fundamentalmente la estructura construida por Justiniano con algunas pequeñas reformas de manutención o añadidos no estructurales.
[1] Cf. Pedro Cabello, Arqueología bíblica. Córdoba: Almuzara, 2019, p. 494.
[2] Cf. Jerome Murphy-O’Connor, The Holy Land. Oxford: Oxford University Press, 2007, p. 229.
[3] Adrian Curtis, Oxford Bible Atlas. Oxford: Oxford University Press, 2007, p. 132.
[4] Cabello, op. cit, p. 494.
[5] Francisco Varo in: La Biblia en su entorno. Estella: Verbo Divino, 2013, p. 48.
[6] Joaquín González Echegaray, Arqueología y evangelios. Estella: Verbo Divino, 1994, p. 99.
[7] Cabello, op. cit., p. 494.
[8] Es la opinión de John Bergsma en el libro La Biblia paso a paso (Madrid: Rialp, 2019), de que David es el personaje central de todo el Antiguo Testamento, puesto que Jesús es más conocido como hijo de David que como hijo de Abrahán o hijo de Moisés, por ejemplo. Y obviamente Jesús es el personaje central del Nuevo Testamento.
[9] Cabello, op. cit., p. 494.
[10] González Echegaray, op. cit., p. 100.
[11] González Echegaray, op. cit., p. 99.
[12] González Echegaray, op. cit., p. 70.
[13] González Echegaray, op. cit., p. 70.
[14] Murphy-O’Connor, op. cit., p. 230 (traducción mía).
[15] González Echegaray, op. cit., p. 40.
[16] González Echegaray, op. cit., p. 100.
[17] Charles Pfeiffer, Diccionario bíblico-arqueológico. El Paso: Mundo Hispano, 2002, p. 68.
[18] Murphy-O’Connor, op. cit., p. 237.
[19] Curtis, op. cit., p. 149.
[20] Pfeiffer, op. cit., p. 68.
[21] In Murphy-O’Connor, op. cit., p. 233.
[22] Cabello, op. cit., p. 494.