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Ignacio Orbegozo y el Concilio Vaticano II

Tal día como hoy, el 25 de enero de 1964 recibía la ordenación episcopal en Lima, Mons. Ignacio Orbegozo cuya participación en el Concilio Vaticano II fue, aunque poco conocida, muy prolífica.

Gustavo Milano·25 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 12 minutos
Ignacio Orbegozo

Ignacio María Orbegozo y Goicoechea nació el 25 de marzo de 1923 en la ciudad de Bilbao, al norte de España. Estudió en colegios llevados por escolapios y por jesuítas, durante los turbulentos años 1930 en su país. En 1941 concluyó sus estudios de bachillerato, y, en el mismo año, accedió a la Universidad Central de Madrid como estudiante de medicina.

Por sugerencia de un amigo de su padre, Ignacio fue a vivir a la residencia universitaria de Jenner, llevada por personas del Opus Dei, lo que acabó cambiándole la vida. Conoció a Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei, y con el tiempo su piedad se fue fortaleciendo, hasta que, el 29 de septiembre de 1942, solicitó la admisión en el Opus Dei como numerario.

Después de un par de años en Jenner, Ignacio se trasladó a otra residencia dirigida por el Opus Dei, ubicada también en Madrid, llamada Diego de León.

Tras dos años más, en 1945, se fue a vivir en Granada a fin de impulsar las labores apostólicas de la Obra allí. Siguiendo con el ritmo bienal, en 1947 se fue a vivir en Sevilla, trabajando como alumno interno de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla. Al año siguiente obtuvo el título de médico y siguió trabajando en la misma Facultad.

Como ya se puede esperar, dos años después, en 1949, Ignacio se regresó a Madrid y fue a vivir en el Centro de la Obra en la calle Gurtubay.

En este periodo Josemaría Escrivá le preguntó si estaría dispuesto a ordenarse sacerdote, lo que él libremente aceptó, y en 1951 (otro bienio) fue ordenado sacerdote. Se siguieron viajes pastorales por toda España e incluso algo en Marruecos.

En agosto de 1953 Manuel Botas, entonces vicario del Opus Dei en Perú, comunicó al Consejo General de la Obra que el Secretario de la Comisión Organizadora del Congreso Eucarístico y Mariano que se habría de celebrar en Lima (Perú) el año siguiente le había pedido nombres de algunos sacerdotes de la Obra a los que pudiera invitar. Entre otros, se habló de Ignacio Orbegozo, que tenía unos parientes en Perú, y Raimon Panikkar.

Primera visita a Perú

Sería en 1954 (¡por fin se interrumpe el ritmo bienal!) cuando Ignacio por primera vez iría a Lima, a pedido de Josemaría Escrivá, para participar en el V Congreso Eucarístico Nacional y I Mariano del Perú, y este fue su primer contacto directo con el país en nombre del cual habría de participar en el Concilio Vaticano II.

Después de un largo viaje con escalas en Lisboa, Dakar, Recife, Rio de Janeiro y São Paulo, Ignacio desembarca en la capital peruana el 13 de septiembre. Como la labor de la Obra había empezado en este país el año anterior, los sacerdotes Manuel Botas y Antonio Torrella le pudieron recibir en el aeropuerto.

“En el documento y crónica del congreso se reseña que ‘el Rvdo. Padre Dr. Ignacio María Orbegozo, del Opus Dei, especialmente invitado por la Junta Organizadora, dictó una serie de conferencias y ejercicios espirituales para universitarios, señoras y hombres, durante el mes de noviembre’”, se lee en la acta del congreso.

Doctorado en Roma

De 1954 a 1956 (los bienios han regresado…) estuvo en Roma haciendo su doctorado en teología moral por la Universidad Lateranense, y escribió una tesis titulada “Estudio teológico-moral de las inflexiones vitales”. En este periodo pudo estar más cercano al Papa Pío XII y a Josemaría Escrivá.

Concretamente desde 1948 la Santa Sede estuvo de modo más especial empeñada en mejorar la atención pastoral en zonas de difícil acceso en el territorio peruano. Para ello, erigía prelaturas territoriales y las confiaba a distintas instituciones eclesiales. El mismo Josemaría Escrivá cuenta cómo le tocó al Opus Dei su turno:

Vino monseñor Samorè a casa, y me dijo: “Vengo de parte del Santo Padre para ver si usted quiere escoger una prelatura de las de Perú”. Y yo le contesté: “No quiero escoger ninguna prelatura, ni queremos ser prelados de nada”. “Pero el Papa está tan ilusionado”, contestó monseñor Samorè. “Pues entonces no la escojo”, le contesté. “Que escojan los demás, y la que nadie desee, con esa nos quedamos”. Y nos tocó el pedazo fuerte, el que nadie quiso.

Y efectivamente, en 18 de abril de 1956, mientras Ignacio Orbegozo todavía estaba en la Ciudad Eterna, Escrivá dirige a Manuel Botas las siguientes palabras:

Puedes decir al Sr. Nuncio –de mi parte– que no tendríamos inconveniente (al contrario) en hacernos cargo de un territorio de misión en el Perú, siempre que fuera en la segunda mitad del año próximo el comienzo allí de nuestra labor. Puedes decirle que he hablado con Mons. Samorè.

Botas entonces se encargó de comunicarlo al nuncio apostólico en Lima, Francesco Lardone, que enseguida escribió a Josemaría Escrivá. Este le propuso como prelado a Ignacio Orbegozo o al propio Manuel Botas, aclarando, sin embargo, que prefería que fuera el primero. Y así fue. Habiendo concluido la tesis en junio de 1956, Orbegozo se volvió a España, pero poco tiempo después, en octubre del mismo año, ya tenía Perú como destino pastoral, y antes de irse hizo una corta visita a Josemaría Escrivá en Roma.

La prelatura de Yauyos

En 1957 el Papa Pío XII erigiría la prelatura territorial de Yauyos, en Perú, conformada por las dos provincias civiles de Yauyos y Huarochirí, sufragánea de la archidiócesis de Lima, a fin de mejorar la atención pastoral de los habitantes de aquella extensa zona montañosa, y la confiaba al Opus Dei. En 1962 le fue anexada la provincia civil de Cañete, trasladándose la sede a la ciudad de San Vicente de Cañete.

Así, Ignacio Orbegozo una vez más se mostró disponible, aceptó lo que Dios le pedía a través de la Iglesia, y enfrentó los retos que su misión le presentaba.

Para conocer mejor las circunstancias eclesiales y sociales latinoamericanas y prepararse mejor para su nuevo ministerio, Orbegozo viajó a México, Guatemala, Cuba, Colombia, Argentina y Chile, y el 2 de octubre de 1957 fue recepcionado como prelado de Yauyos por sus habitantes y autoridades. Como refuerzo, otros cinco sacerdotes socios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz le acompañaron: Frutos Berzal, Alfonso Fernández Galiana, José de Pedro Gressa, Jesús María Sada Aldaz y Enric Pèlach i Feliu.

Padre conciliar

Iniciado el Concilio Ecuménico Vaticano II el 11 de octubre de 1962, de entre los 2450 obispos convocados estaba el prelado nullius de Yauyos, Ignacio Orbegozo. Participó como padre conciliar en las cuatro sesiones del Concilio, aunque solo habría de ser ordenado obispo entre la segunda y la tercera sesiones, el 25 de enero de 1964 en Lima, a los cuarenta años.

Estando presente en todo el arco del Concilio, tomó parte en la votación de nueve de los dieciseis documentos publicados por la asamblea conciliar. Pero su participación empezó años antes, cuando, el 18 de junio de 1959, el cardenal Domenico Tardini, le pidió – como a todos los demás futuros padres conciliares – una colaboración en la fase antepreparatoria del Concilio.

En carta de tres páginas fechada el 12 de septiembre de 1959 y redactada en un elegante italiano, Orbegozo expone sus “animadversiones, consilia et vota” (observaciones, consejos y votos) respecto de lo que convendría tratarse en tan solemne ocasión.

Empieza constatando el buen éxito del “experimento” puesto en práctica en su prelatura, y en este sentido sugiere “favorecer y animar al máximo posible esta nueva forma de participación del clero diocesano en la vida de perfección evangélica”.

Menciona luego que las principales dificultades que encuentra son la escasez de clero y las numerosas exigencias de los fieles, que no pueden ser satisfechas.

Se detiene a considerar después los beneficios para la evangelización que observa con la buena formación de los laicos, en especial de aquellos que cuentan con “las nuevas energías y los modernos métodos de apostolado de los Institutos Seculares”, aludiendo en esta y en otras ocasiones a los miembros del mismo Opus Dei que le sirven de sólido apoyo en su misión pastoral andina.

A continuación transmite que considera madura, por lo menos para que sea discutida en el Concilio, la cuestión de la institución del diaconato permanente, sin la obligación del celibato eclesiástico, como remedio a la mencionada escasez de clero, instando también a que se faciliten las pías uniones de sacristanes, como ya existían en Austria.

Al verificar que en su prelatura muchas parejas todavía se encontraban en estado de concubinato, propone, en base al canon 1098 del Código de derecho canónico, extender el caso del matrimonio “coram solis testibus” de modo que incluya más situaciones.

Propone además que se reduzca el Oficio divino, es decir, las oraciones propias de los sacerdotes y religiosos reunidas en el Breviario, de modo que su rezo no supere los veinte minutos diarios. Pero aclara que, en su opinión, esa reducción debería afectar no a los religiosos y los canónigos, sino a “todos los demás” sacerdotes “empeñados en el cuidado de almas”. Es decir, no lo propone solo al clero de su prelatura territorial o de todas las prelaturas territoriales, sino efectivamente a toda la Iglesia, excepto los religiosos y los canónigos.

Solicita, al final, una ayuda más intensa de la Iglesia a los países subdesarrollados, donde se encuentran los territorios de misión, concretando esta ayuda en que los representantes de la Iglesia estén más activamente presentes en los organismos internacionales creados con la finalidad de ocuparse de los problemas de esos países.

Estas fueron, pues, sus seis propuestas en la fase antepreparatoria: promoción de los Institutos Seculares, discusión de la institución del diaconato permanente, facilitación de las pías uniones de sacristanes, ampliación de los casos del matrimonio “coram solis testibus”, reducción del Oficio divino para el clero secular, e intensificación de la ayuda eclesial a los países subdesarrollados.

Por tanto, Orbegozo se ha mostrado en sintonía con las necesidades eclesiales más urgentes de su tiempo, puesto que sus sugerencias han sido acogidas positivamente y discutidas, como se comprueba con lo que a la postre ha sido aprobado.

Iniciado el Concilio, su participación más intensa se dio en la tercera sesión, cuya duración fue de 14 de septiembre de 1964 a 21 de noviembre de 1964, después de la cual se promulgaron la constitución Lumen Gentium y los decretos Unitatis Redintegratio y Orientalium Ecclesiarum.

En cambio, en el primer periodo, comprendido entre 11 de octubre de 1962 y 17 de diciembre de 1962, no se tiene documentados palabras o actos de Ignacio Orbegozo con relación al Concilio, probablemente porque todo estaba aún muy en los inicios.

Pero en el segundo periodo, que se extendió de 29 de septiembre de 1963 a 4 de diciembre del mismo año, durante la tercera sesión pública, Orbegozo firmó la constitución sobre la sagrada liturgia, de 4 de diciembre de 1963, a la postre llamada Sacrosanctum Concilium, y el decreto sobre los medios de comunicación social, de 24 de noviembre de 1963, luego denominado Inter Mirifica, los dos primeros documentos aprobados, los únicos en este segundo año de reuniones.

A su vez, de 14 de septiembre a 21 de noviembre de 1964, en el tercer periodo conciliar, les tocó a los obispos peruanos la intervención en el Aula Vaticana, siempre hechas en latín. Tuvieron la palabra Ignacio Orbegozo y otros cuatro obispos peruanos.

Uno de ellos, Luis Sánchez-Moreno, que fue el primer peruano miembro del Opus Dei, testimonia lo siguiente respecto de la ponencia de Orbegozo:

Una de esas ponencias que, después de leída en privado, nos llamó la atención por su riqueza de pensamiento, nos llenó de pícaro asombro a los que conocíamos a Ignacio, ante el cansancio de la venerable asamblea, después de muchas horas con lecturas interminables, de pie ante el micro, dijo, insólitamente, que su propuesta la entregaba por escrito. Precisamente él, que se caracterizaba por su gran capacidad de hablar. Su gesto provocó dentro de la hermosa e imponente basílica prolongados y fuertes aplausos.

Sobre este episodio, que rendió destaques en las noticias de la prensa, el mismo Ignacio Orbegozo, en una carta informal de 26 de octubre de 1965 a amigos y familiares, relata:

Fueron hablando otros “oradores” y – como habíamos hecho nuestro trabajillo entre bastidores – no faltaron muchos que tocaron la flautina con nuestras mismas notas. ¡Y mi intervención iba reduciendo sus límites y contenido! Más, cuando las cosas fuertecillas se decían y me las ahorraban. De ahí que, cuando me tocaba ya el turno, planteamos la estratagema que me valió un indudable “éxito”. Como mi intervención era ya cortísima, me la aprendí de memoria un rato antes, bajé al micro, dije que para evitarles el tedio de las repeticiones – plaga de las intervenciones, de ordinario – no usaría el derecho de hablar y solo me limitaría a decir que estaba plenamente de acuerdo con lo dicho […]. ¡Y todo en menos de dos minutos y de memoria! Aplausos en la sala y encomiástica gratitud del moderador de turno, que era, casualmente, el cardenal Suenens. En lo de memoria reconozco que fue un movimiento “de venganza y revancha” por lo mucho que sufrí con los latines en la “Lateranense University”. ¡Aunque con truco, causó su efecto!

Sin embargo, aparte de esta anécdota, esta intervención suya versaba sobre el esquema del decreto sobre el apostolado de los laicos, futuro Apostolicam Actuositatem, en la nonagésima octava congregación general, de 9 de octubre de 1964, junto con otros 2069 padres conciliares.

También intervino en la segunda parte del esquema de la constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, posteriormente nombrada Gaudium et Spes, en la centésimo trigésimo novena congregación general, de 30 de septiembre de 1965, junto con otros 2176 padres conciliares. Pero, en las observaciones personales exhibidas durante el Concilio, Orbegozo opinó sobre el esquema del decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, luego conocido como Presbyterorum Ordinis, aprobado solo al año siguiente, el 7 de diciembre de 1965, víspera de la clausura del Concilio, y a eso se ha podido tener acceso directo.

En una página y media de un perfecto latín, Ignacio Orbegozo expresa su completa satisfacción con el texto en cuestión y solicita que no se introduzcan cambios en él. Señala la importancia de la familia y de la dirección espiritual en el suscitar y aceptar la vocación sacerdotal entre los fieles. Ruega que, en la frase: “inter Presbyteros, sicut inter ipsos primos Apostolos, semper adfuerunt nonnulli, et quidem optime meriti, legitime coniugati”, se quite lo que se encuentra en itálico, diciendo que, en el primer caso, la frase es equívoca, puesto que algunos apóstoles, aunque estuvieran casados cuando recibieron la vocación, lo dejaron todo (“relictis omnibus”, Lc 5,28) para seguir a Cristo, y se puede lógicamente pensar que eso incluía la propia esposa; en cambio, según él, la segunda frase debería ser eliminada por ser inoportuna, si se considera la confusión nacida en algunos sectores de la opinión pública causada por quienes consideraban el celibato sacerdotal una “negación innecesaria”.

A continuación solicita que se diga claramente que la perfecta castidad es señal y consecuencia del amor integral y completo del hombre a Dios, y que se explicite la doctrina paulina del “indiviso corde” (1Cor 7,34), “de modo que se puedan afirmar con mayor fuerza y eficacia los argumentos de la conveniencia de que el sacerdote sea un vivo testimonio de este amor integral y completa donación de la persona a Dios y a todas las almas, no solo según el consejo del Espíritu Santo que san Pablo refiere, sino también según el ejemplo vivo de Jesucristo Eterno Sacerdote, que pusó la humanidad asunta en pleno servicio de la misión sacerdotal, como también según el ejemplo de la Beata Virgen María, que tan directamente ha cooperado en la misión sacerdotal de su Hijo”.

Finalmente, remarca la importancia del curso de retiro anual para la vida espiritual de los sacerdotes, “sobre todo por la grande y continua actividad a que obligan los encargos pastorales del mundo hodierno”, aunque prefiera que eso no sea una obligación a ser incluida en el Código de Derecho Canónico. Postula más bien que se siga una vía media: que se lo recomiende, pero “dejando a cada Conferencia Episcopal u Ordinariato el modo de seguir tal recomendación, de acuerdo con las peculiaridades y posibilidades de cada circunscripción eclesiástica”.

A raiz de la colaboración del prelado de Yauyos en Presbyterorum Ordinis, se entiende mejor lo que afirma Frutos Berzal, un sacerdote español que trabajó en dicha prelatura territorial desde que empezó hasta su muerte en el 2016: “Desde su arribo al Perú, Monseñor Orbegozo y los sacerdotes que quisieron acompañarle en los comienzos se propusieron – alentados por el fundador del Opus Dei – no solo llevar el testimonio de la Palabra de Dios a todos los rincones de las provincias de Yauyos, Cañete y Huarochirí, sino fomentar las vocaciones sacerdotales”. Aunque el seminario mayor local solo haya sido fundado en 1971 por su sucesor, Luis Sánchez-Moreno, mucho de lo que permitió tal gran paso fue protagonizado por Ignacio desde 1957, como la misma fundación del seminario menor.

En el cuarto y último periodo conciliar, inaugurado el 14 de septiembre de 1965 y clausurado el 8 de diciembre del mismo año, durante la octava sesión pública, el entonces prelado de Yauyos firmó la constitución dogmática sobre la divina revelación, después conocida como Dei Verbum, y el decreto Apostolicam Actuositatem. Y en el mismo periodo, pero en la novena sesión pública, firmó la constitución pastoral Gaudium et Spes. Además, su nombre se encuentra en la lista de los participantes en la elaboración del esquema del ya citado decreto sobre el apostolado de los laicos, de 1965, y en la elaboración del esquema sobre la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, de 1965, también ya mencionada.

Sobre el esquema de lo que vendría a ser Apostolicam Actuositatem, refiere Esteban Puig Tarratsque Orbegozo:

Escribía al respecto a los sacerdotes de Yauyos: “Ayer intervino el Prelado de Yauyos [él mismo, hablando en tercera persona] sobre el asuntillo del matrimonio y la santidad de la familia… ¡Esta vez, deprisa y todo, se sopló los diez minutos de ley! Y si me hubieran dejado decir en castellano y sin reloj… ¡aún estaría allí y no se hubieran aburrido los más!”. Siguiendo las fechas de las cartas que enviaba desde Roma, Orbegozo no paraba de notificar a sus sacerdotes los sucesos del Concilio, los encuentros con san Josemaría y, también, las gestiones que estaba realizando con el fin de conseguir los medios económicos necesarios para terminar las obras de la catedral y del seminario menor de Cañete.

Por tanto, en la tercera y cuarta sesiones del Concilio el prelado Orbegozo contribuyó activamente, con intervenciones orales ante la asamblea y escritas enviadas a la comisión conciliar que elaboraba el esquema del decreto en cuestión.

Otros siete miembros del Opus Dei participaron directamente en el Concilio: Luis Sánchez-Moreno y Alberto Cosme do Amaral como padres conciliares; y Álvaro del Portillo, Amadeo de Fuenmayor, José María Albareda, Julián Herranz y Salvador Canals como peritos. Juntamente con ellos, Orbegozo se alegró al ver la llamada universal a la santidad, núcleo del mensaje predicado por Josemaría Escrivá y plasmado en el Opus Dei, ser solemnemente afirmada por el mismo Concilio Ecuménico en la constitución dogmática Lumen Gentium. Otra prueba más – por si cabían dudas – de que todo aquello era parte significativa de la voluntad de Dios para el mundo a partir del siglo XX.

En este periodo la relación de Ignacio Orbegozo con personalidades eclesiásticas se intensificó. Se destaca su cercanía con Ildebrando Antoniutti, entonces cardenal prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y con Romolo Carboni, entonces nuncio apostólico en Perú.

Un evento de relieve durante el Concilio, aunque no directamente relacionado con ello, fue la inauguración del Centro ELIS en Roma. Juan XXIII había decidido destinar los fondos recogidos con motivo del ochenta cumpleaños del Papa Pío XII a una labor social, y encomendó la realización y gestión al Opus Dei.

Pablo VI decidió que tal inauguración se diera durante una de las sesiones del Concilio, como transmitido por Angelo Dell’Acqua. Por eso, el 21 de noviembre de 1965, Ignacio Orbegozo y Luis Sánchez-Moreno ayudaron en la Misa inaugural del Papa en este centro social.

El primer prelado de Yauyos estuvo ahí por solo pocos años más. Tras once años en este cargo, en 1968 fue nombrado obispo de Chiclayo (Perú), siendo su segundo obispo, donde estaría por nada menos que treinta años. Fallecido el 4 de mayo de 1998 en Chiclayo, a los 75 años, Orbegozo no ha escrito ningún libro sobre su vivencia del Concilio.

Se ha verificado que la aportación directa de Ignacio Orbegozo al Concilio Vaticano II, además de sus oraciones y sacrificios personales, aunque haya tenido contacto con diversos documentos, se han concentrado en Apostolicam Actuositatem, Presbyterorum Ordinis y Gaudium et Spes, en cuyos esquemas redaccionales él participó diligentemente.

El autorGustavo Milano

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