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Identidad y misión de la Iglesia: entrevista con Giulio Maspero

¿Cómo refleja la comunidad cristiana al Dios que adora? ¿Por qué la Iglesia no puede reducirse a una mera institución humana? Estas son algunas de las preguntas a las que da respuesta Giulio Maspero, decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

Giovanni Tridente·12 de febrero de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
Giulio Maspero

Giulio Maspero (Opus Dei)

¿Cómo refleja la comunidad cristiana al Dios que adora? ¿Cómo se relaciona la historia del pueblo de Israel con la misión de los cristianos, y por qué la Iglesia no puede reducirse a una mera institución humana?

En una conversación con el P. Giulio Maspero, exploramos algunos de los fundamentos espirituales, antropológicos y jurídicos que caracterizan a la comunidad de creyentes. Miembro del consejo de la Pontificia Academia de Teología, es profesor de Teología Dogmática y decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma.

Profesor, empecemos por el concepto de identidad de una comunidad religiosa. ¿Cómo refleja la Iglesia la divinidad a la que rinde culto?

– Toda comunidad religiosa se identifica según la deidad a la que rinde culto. En el caso de la Iglesia, la deidad es el Dios de Jesucristo, por lo que, para entender qué es la Iglesia y cuál es su misión, debemos partir del misterio de este Dios trino. A diferencia de las deidades paganas, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob es único, trascendente y crea de la nada por amor. Esta comunión trinitaria es el modelo que la Iglesia misma está llamada a reflejar en su vida y en su acción.

¿Cómo comprender adecuadamente a este Dios que es uno pero también trino?

– Significa reconocer que Dios, siendo Padre, Hijo y Espíritu Santo, es comunión perfecta y absoluta. El hombre, creado a su imagen y semejanza, participa de esta vida divina. El Antiguo Testamento muestra la progresiva toma de conciencia del pueblo judío de su relación con Dios, que culmina en Jesucristo. La Iglesia nace precisamente del encuentro con el Dios trino que, en Jesús, se entrega definitivamente, ofreciéndonos ser sus amigos y miembros del Cuerpo místico que es la Iglesia misma.

¿Dónde encaja la historia del pueblo de Israel en este discurso?

– Israel es el pueblo llamado a vivir la relación con el Dios único, descubriendo poco a poco la profundidad de la alianza. Tras momentos de crisis y exilio, ha ido tomando conciencia del valor de pertenecer a un Creador que ama a su pueblo.

Con el advenimiento de Jesús, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob se revela plenamente como Trinidad: el cristianismo no se limita a heredar una monarquía terrena, sino que acoge y difunde la posibilidad de participar en la Vida divina abierta a todos. La Iglesia es la prolongación de esta historia de amor, donde los bautizados entran en una relación profunda con el Dios trino.

A menudo se subraya que la Iglesia no puede reducirse a una estructura meramente humana o política…

– En efecto, la Iglesia no es una institución política como la monarquía davídica del Antiguo Testamento, ni tampoco el mero edificio o el Estado Vaticano. Es el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu Santo: tres imágenes que hablan de la riqueza de la comunión trinitaria que la genera. El vínculo principal no es jurídico, sino espiritual: todo cristiano, por el Bautismo, entra en contacto con el Dios vivo y con todos los hermanos en la fe.

Obviamente, la Iglesia, a lo largo de dos mil años de historia, se ha dotado de estructuras y reglas para hacer visible y operativa esta comunión, pero su origen y su fuerza residen en el encuentro vivo con el Resucitado.

¿De dónde procede su carácter universal, es decir, “católico”?

– Se deriva del hecho de que Dios es el Señor de todos los tiempos y lugares, por lo que la Iglesia, como Pueblo de Dios, está destinada a reunir a personas de todas las culturas, edades y procedencias. Así lo anuncian ya las Escrituras, desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento: toda la historia humana es vista como el encuentro progresivo entre Dios y el hombre.

El Evangelio no es simplemente un conjunto de palabras escritas en un libro, sino la presencia misma de Cristo que habita en su comunidad, especialmente en los sacramentos, la liturgia y el amor mutuo. De ahí la vocación de la Iglesia de ser signo de esta unidad de Dios con la humanidad.

¿Qué fuentes recomendaría a quienes quisieran saber más sobre la naturaleza y la misión de la Iglesia?

– Hay tres referencias principales. En primer lugar, la propia vida de la Iglesia, con los sacramentos, la liturgia y el testimonio de los santos, que expresan concretamente su realidad. En segundo lugar, la Sagrada Escritura, en particular los Hechos de los Apóstoles, donde encontramos la Iglesia de los orígenes. En tercer lugar, el Magisterio de la Iglesia, que incluye los documentos y el Catecismo.

A continuación, señalo estos tres ejemplos de textos: “La Iglesia nuestra madre”, de san Josemaría Escrivá de Balaguer; los Hechos de los Apóstoles, que encontramos inmediatamente después de los Evangelios; el Catecismo de la Iglesia católica y la Constitución dogmática “Lumen gentium” del Concilio Vaticano II. En mi opinión, estas fuentes, combinadas, ayudan a captar la Iglesia como comunión viva en continuo diálogo con el Señor y con la humanidad.

En concreto, ¿cómo puede la institución dialogar con el mundo actual?

– La Iglesia es el lugar donde todo hombre es invitado a encontrar personalmente a Cristo resucitado, haciéndose amigo suyo y compartiendo su vida divina. Es, por tanto, una realidad que toca la dimensión más profunda de la persona, pero que también se traduce en relaciones reales y concretas de comunión.

A lo largo del tiempo, este encuentro se ha traducido en una estructura y una identidad definidas, a pesar de las limitaciones y dificultades de la historia humana. Sin embargo, al final, lo que sigue siendo crucial es la presencia del Resucitado: es Él quien la hace posible y la impulsa a servir al mundo, anunciando la buena nueva a cada pueblo y generación.

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