Evangelio

La Asunción de María (A)

Joseph Evans comenta las lecturas de la Asunción de María (A).

Joseph Evans·15 de agosto de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos

La preciosa festividad que celebramos hoy nos enseña que María, al finalizar su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma al Cielo. La Iglesia no define si murió o no, pero la mayoría de los teólogos y santos a lo largo de los siglos han pensado que María sí experimentó la muerte, no como castigo por el pecado, sino para estar completamente unida a su Hijo, que sufrió voluntariamente la muerte para salvarnos. Nuestra Señora nos ayuda a no tener miedo de la muerte y a morir a nosotros mismos cada día, porque este es el camino hacia la vida. También lo es, por tanto, la vejez.

La primera lectura de hoy nos muestra a Nuestra Señora en gloria. No solamente “brilla como el sol”, como dice Jesús que le ocurrirá a los justos. Está “vestida de sol”, con una corona de doce estrellas y la luna a sus pies. Su gloria es mucho más grande que la nuestra porque su santidad es mucho mayor. Esto nos enseña cómo Dios recompensa generosamente y nos da la esperanza del Cielo. Pero esto fue porque María se humilló a sí misma. Es exaltada por su humildad, como puede verse en su respuesta al ángel (Lc 1, 38) y su Magníficat. Los orgullosos y ricos son derribados, y los humildes enaltecidos. Si queremos compartir la gloria celestial de Nuestra Señora, tenemos que ser humildes y pobres.

Esta fiesta también nos enseña la importancia de la feminidad: María es asunta al Cielo con un cuerpo de mujer (no solamente con un alma puramente espiritual), como la primera de todas las mujeres santas. La feminidad es muy importante para Dios. Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios como varón y mujer. Pero la verdadera feminidad implica todo lo que vemos que María vive: su respuesta total a Dios y su flexibilidad para responder a sus planes, incluso cuando estos parecen cambiar los suyos; su generosidad para ir a ayudar a los que lo necesitan, como fue a ayudar a su prima; y la alegría con la que llega, alabando a Dios con un corazón alegre, un corazón que se regocija con el poder y las obras salvíficas de Dios, y que se alegra siendo una de sus pequeños.

La verdadera feminidad es la mirada atenta de María hacia las necesidades de los demás, como en Caná, y su audacia para dirigirse a su Hijo, y su suave insistencia. Es su valor al pie de la Cruz. No puede hacer mucho, pero está ahí y eso ya es mucho. La verdadera feminidad es la preocupación maternal de María por la Iglesia, manteniéndola unida cuando corría el riesgo de romperse, y su presencia en Pentecostés en el corazón de la Iglesia orante, porque ¿qué es la Iglesia sin la oración de las mujeres?

María intercede por nosotros desde el Cielo y nos invita a seguirla. Y, de nuevo, el modo de seguirla es pedirle su ayuda para ser humildes. “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”: de sus tronos, sus altos caballos, sus lugares de superioridad asumida. María nos ayuda a vernos a nosotros mismos y a vivir como siervos, y a encontrar en esto nuestra alegría.

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