Los cuatro evangelios nos hablan de José de Arimatea, todos ellos en el contexto de la sepultura de Jesús. Cada uno de ellos aporta algún detalle que ayudan a caracterizarlo. Solo Juan nos da noticias del fariseo Nicodemo: en el conocido diálogo nocturno con Jesús (Jn 3, 1-21), cuando salió en su defensa ante los demás fariseos (Jn 7, 50-51) y en el descendimiento y sepultura del cuerpo del Señor (Jn 19, 39). También dentro del sector más influyente de la sociedad de Israel hubo discípulos y testigos de Jesús.
José de Arimatea
La cualidad más destacada de José, apuntada por los cuatro evangelistas, es precisamente la de ser seguidor de Jesús. Mateo y Juan nos dicen expresamente que era “discípulo de Jesús” (Mt 27, 57 y Jn 19, 38). Marcos, junto con Lucas, dice que “esperaba el Reino de Dios” (Mc 15, 43 y Lc 23, 51). Juan en cambio matiza que era discípulo pero “a escondidas, por temor a los judíos” (Jn 19, 38). Lucas indica que no estaba de acuerdo con las decisiones y acciones del Consejo (cfr. Lc 23, 51). Todo indica que llevaba su disconformidad con cierta discreción, pero ante la máxima autoridad civil, demostró “audacia” al pedir el cuerpo del Señor (Mc 15, 43). En fin, como apunta Lucas, un “varón bueno y justo” (Lc 23, 50).
Como es el caso también de otros personajes, no consta en los relatos evangélicos una llamada explícita a José a seguir a Jesús. La expresión de Mt 27, 57 puede traducirse como “fue hecho discípulo de Jesús”, o “se hizo discípulo” o sencillamente “era discípulo”. El silencio sobre ello en los evangelios invita a pensar en una decisión tomada reflexivamente, y ejercida con mucha discreción. También se nos habla de su posición: Mateo nos dice sencillamente que era “un hombre rico” (Mt 27, 57), algo que resulta coherente con lo que nos dice Lucas: “miembro del Sanedrín” (Lc 23, 50), más todavía si añadimos el detalle de Marcos: “miembro ilustre” (15, 43).
Nicodemo
Todos estos detalles hacen del de Arimatea un personaje muy parecido a Nicodemo. De él conocemos mejor su adhesión al Señor, por el diálogo que se relata en Jn 3.
Podemos decir que fue un proceso, más que la respuesta inmediata a una llamada. De algún modo, como en el caso de José, también Nicodemo “se hizo” discípulo: de noche, para evitar señalarse entre los principales de los judíos, buscó a Jesús para saber más acerca de Él; más adelante lo encontraremos en otros dos momentos, tomando claro partido por el Señor. En el primero de ellos, Juan lo presenta en una discusión con los fariseos, en la que se desmarcó de la opinión generalizada hostil a Jesús, saliendo en su defensa: “¿Es que nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle oído antes y conocer lo que ha hecho?” (Jn 7, 51). Era también “de los principales de los judíos” (Jn 3, 1). Eso lo hace ser muy probablemente miembro del Sanedrín, como José, pero de entre el grupo de escribas o doctores de la Ley, pertenecientes en su mayoría al grupo de los fariseos.
El detalle de la enorme cantidad de la mixtura de mirra y áloe que llevó Nicodemo para la sepultura de Jesús (“unas cien libras”, Jn 19, 39, lo que equivaldría aproximadamente a ¡32 kg!) nos indica que era también de buena posición.
Descendimiento y sepultura
Hemos visto varios detalles por separado que hacen de José y Nicodemo dos personajes muy cercanos, que compartían posición e ideales. Pero es el evangelista Juan quien los presenta juntos en el momento del descendimiento de la cruz y la sepultura de Jesús.
La ley prohibía que el cadáver de un ajusticiado pasase la noche colgado del madero (cfr. Dt 21, 22-23). Por eso, los judíos piden a Pilato que quiebren las piernas de Jesús en la cruz, para acelerar su muerte y poderlo enterrar antes del anochecer (Jn 19, 31); sabemos que eso no fue necesario, pues Jesús ya habían muerto, cumpliéndose así la Escritura: “No le quebrantarán ni un hueso” (Jn 36; cfr. Ex 12, 46; Nm 9, 12; Sal 34, 21). Es entonces cuando José y Nicodemo se apresuran a retirar el cuerpo de Jesús y darle honrosa sepultura.
En el caso de José, los detalles de la narración evangélica (algunos propios de cada evangelista, otros coincidentes) hacen de este hombre un fiel discípulo: valiente, generoso, lleno de amor por el Maestro. La escena del descendimiento del cuerpo de Jesús, protagonizada por ambos, sirviéndose de una sábana que compró el mismo José, ha inspirado grandes obras de arte y, lo que es más importante, la piedad de muchos cristianos. Ambos muestran una magnanimidad encomiable; Nicodemo, con la compra de una gran cantidad de aromas: igual que María de Betania con su ungüento (cfr. Jn 12, 1-8) fue “para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan” (2Co 7, 15); José de Arimatea, al ceder su sepultura nueva para el cadáver de Cristo; a él pertenecía el primer signo de la resurrección de Jesús: el sepulcro vacío. Uno y otro, con sus gestos y pertenencias, tuvieron su parte en el cumplimiento de las Escrituras.
Profesor de Sagrada Escritura