Evangelio

El joven rico representa a todo ser humano sediento de verdad

Comentario a las lecturas correspondientes al XXVIII domingo del tiempo ordinario (Ciclo B) y homilía breve de un minuto.

Andrea Mardegan / Luis Herrera·7 de octubre de 2021·Tiempo de lectura: 2 minutos
Joven rico

Foto: Heinrich Hofmann, "Cristo y el joven rico", 1889

Marcos describe a un hombre que corre al encuentro de Jesús, que se dirige hacia Jerusalén. Mateo dice que es un joven, y por eso lo llamamos “el joven rico”; Lucas dice que es un notable. Para Marco, en cambio, es solo “uno”, y solo él dice que corre. Es el único personaje del Evangelio que corre hacia Jesús. Zaqueo corre, pero hacia el sicómoro, por la curiosidad de ver a Jesús. Ese joven representa a todo ser humano sediento de verdad, de absoluto, de salvación. Se arrodilla ante Jesús, como Abraham que corrió hacia los tres personajes que eran Dios que lo visitaba, y se postró ante ellos.

Su pregunta va al corazón de lo que le preocupa, y que sus riquezas, juventud y nobleza no le pueden asegurar: ¿qué debo hacer para tener la vida eterna? Le llama “Maestro bueno”, mostrándose así como un discípulo dispuesto a aprender.

Jesús, que es maestro en escuchar, no deja caer las palabras que le dirigimos, y ayuda al joven a comprender que ha dicho una gran cosa. “¿Por qué me llamas bueno? ¡Solo Dios es bueno!”. Sin darse cuenta llamó a Jesús de la manera más adecuada, revelando, sin saberlo, su divinidad. “Ya conoces los mandamientos”. No es pregunta, sino afirmación, porque lo conoce perfectamente. Y solo menciona los mandamientos hacia el prójimo como camino a la vida eterna. El joven es dócil y la segunda vez le llama sólo “Maestro”, y le confía que ha guardado los mandamientos en toda su vida.

A menudo en el Evangelio de Juan se declara el amor de Jesús por sus discípulos, y en particular por el discípulo amado. Pero este joven es el único de quien se dice que Jesús “lo amó”. Jesús manifestó a ese joven, con la mirada fija en sus ojos, que lo amaba con un amor infinito. Dios nos ama así a cada uno de nosotros, incluso antes de crearnos y de llamarnos a seguirle. No espera la respuesta positiva a la llamada para amarnos. Más bien, su llamada es una consecuencia de ese amor.

Las riquezas, los bienes, en sí mismos cosas buenas y santas para Dios, para nosotros y para los demás, pueden ser un obstáculo para el seguimiento de Jesús si no hay disponibilidad para el desprendimiento, que luego merece el ciento por uno.

Ese joven se va triste, pero Jesús no lo juzga, y dice a sus seguidores que nada es imposible para Dios, que es capaz de hacer pasar un camello por el ojo de una aguja. Luego Dios puede ayudar a ese joven a madurar. A volver. A poner a sus riquezas al servicio del Evangelio. A contar en primera persona lo que le pasó con Jesús, cómo se sintió amado por su mirada y sintió triste por no lograr dar ese paso que le pedía. Alguien ha imaginado que ese joven podría ser el mismo Marcos, rico y noble, quien así firmaría secretamente su Evangelio.

La Homilía en un minuto

El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanohomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas

El autorAndrea Mardegan / Luis Herrera

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