Sagrada Escritura

“Dios les envía un poder seductor” (2 Ts 2, 11-12)

Juan Luis Caballero·21 de junio de 2021·Tiempo de lectura: 4 minutos

La segunda Carta a los Tesalonicenses contiene una afirmación a primera vista desconcertante, pero que, en realidad, aparece a lo largo de toda la Escritura, expresada de diversas maneras: “Por eso Dios les envía un poder seductor, para que ellos crean en la mentira, de modo que sean condenados todos los que no creyeron en la verdad, sino que pusieron su complacencia en la injusticia” (2 Ts 2, 11-12). Para entenderla debemos contextualizarla y estar atentos a la gramática del original griego.

Las Cartas a los Tesalonicenses

Uno de los temas centrales de las dos Cartas a los Tesalonicenses es el de la Parusía o segunda Venida de Jesucristo –el día del Señor–, el cual vendrá a juzgar y certificar la condenación o salvación de los hombres (1 Ts 4, 13 – 5, 11; 2 Ts 2, 1-12). 

Pablo ha predicado por primera vez en Tesalónica con rapidez, y las cartas sirven para continuar con la formación y para exhortar y dar alivio en las persecuciones y en las dudas. En ambas cartas se insiste en que no sabemos cuándo será la Parusía y se dan unas referencias básicas: el que algunos creyentes hayan muerto ya, sin que el Señor haya venido, no desmiente la predicación de Pablo; el día del Señor no ha llegado aún, aunque algunos digan que sí, porque antes han de suceder una serie de acontecimientos de los que se habla brevemente.

El “pequeño apocalipsis” de 2 Tesalonicenses

Algunos estudiosos llaman “pequeño apocalipsis” al pasaje 2 Ts 2, 1-12. En efecto, los motivos y la terminología ahí usados son los propios del género apocalíptico (cfr. 4 Esdras 13, 10; Mt 24, 1-51; libro del Apocalipsis). Y esto hemos de tenerlo en cuenta cara a su interpretación: no se deben buscar correspondencias en las realidades de los símbolos y las imágenes usadas; debe trasponerse a un futuro lejano lo que se describe como inminente; no deben traducirse en términos históricos los anuncios proféticos que solo serán comprensibles después de que se hayan realizado. 2 Ts 2, 1-12 viene precedido por una acción de gracias en la que se habla de la perseverancia de los tesalonicenses en medio de persecuciones y tribulaciones; esto es, dice Pablo, “señal del justo juicio de Dios” (2 Ts 1, 3-5), realidad ésta en la que se detiene a continuación, al hablar de la retribución divina que espera a los que han acogido el Evangelio –premio del descanso– y a los que lo han rechazado –castigo con una pena eterna– (2 Ts 1, 6-10). 

Después de una breve oración pidiendo por la perseverancia (2 Ts 1, 11-12), Pablo afronta la cuestión de la Venida del Señor, no tanto para decir cuándo o cómo será como para dar consuelo a los destinatarios (2 Ts 2, 1-12). A continuación, se vuelve a exhortar en la perseverancia en la fe (2 Ts 2, 13-17). Tanto por lo expuesto hasta aquí como por lo que viene a continuación (2 Ts 3, 1-18), podemos decir que en el corazón de la carta se encuentran la predicación y la acogida del Evangelio predicado por Pablo, y las consecuencias de rechazarlo cara a la salvación.

El justo juicio de Dios

La expresión paulina en la que nos fijaremos se encuentra en este contexto inmediato: “Entonces aparecerá el inicuo [apokalyphthesetai ho anomos], a quien el Señor exterminará con el soplo de su boca (cfr. Is 11, 4; Ap 19, 15; ver Sal 33, 6) y destruirá con su venida majestuosa [con la manifestación (fulgor) de su venida: te epiphaneia tes parousias autou] (cfr. 1 Co 15, 24. 26). Aquél, por la acción de Satanás, vendrá con todo poder [energeian], con falsas señales y prodigios [kai semeiois kai terasin pseudous; cfr. Ap 13, 13-14], y con todo género de engaños [apate; cfr. Col 2, 8; Ef 4, 22] malvados [de injusticia: tes adikias; cfr. 1Co 13, 6; Rm 2, 8], dirigidos a los que se pierden, puesto que no aceptaron el amor de la verdad [tes aletheias] para salvarse. Por eso Dios les envía un poder seductor [una fuerza de engaño: “energeian planes”; cfr. Dt 29, 3; Is 6, 9-10; 29, 10; Mt 13, 12-15; Rm 11, 8], para que ellos crean en la mentira [to pseudei], de modo que sean condenados [juzgados: krithosin; cfr. Rm 2, 12] todos los que no creyeron en la verdad [te aletheia; cfr. Ga 5, 7], sino que pusieron su complacencia en la injusticia [te adikia]” (2 Ts 2, 8-12). 

La exposición de estos versículos se lleva a cabo según una comparación o synkrisis: la manifestación del inicuo frente a la manifestación (= parusía) de Cristo (cfr. 2 Tm 1, 10; 4, 8); los prodigios obrados con el poder de Satanás frente a los prodigios obrados por Cristo; la seducción y la mentira frente a la verdad; la injusticia frente a la justicia; rechazar frente a creer; la condenación frente a la salvación. 

El texto se presenta no como amenaza a los creyentes, sino como consuelo, haciendo considerar el destino de los que han rechazado voluntariamente el Evangelio. Se trata también, por tanto, de una exhortación a la perseverancia. El tiempo de los verbos sitúa la referencia a “los que se pierden” desde lo que ya ha pasado (se ve desde el final): esto es, “los que se pierden” son los que a lo largo de su vida se han cerrado pertinazmente al Evangelio. Al hacer esto, han quedado presa fácil de la fuerza de engaño que les ha alejado de Dios (Rm 1, 18-32). 

Dios no quiere ni la incomprensión ni la seducción por la mentira. Sin embargo, la prevé y hace que sirva a sus designios: manifiesta el pecado del corazón y precipita el juicio (cfr. Ex 4, 21: el caso del faraón). Esta es la disposición divina: Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2, 4), pero no puede salvar al que le rechaza voluntariamente. 

Dios se toma en serio la libertad del hombre, lo que no quiere decir que no sea señor de la historia ni que deje de darnos la ayuda que necesitamos. La seducción no viene de Dios, sino de Satanás (cfr. 2 Co 4, 4), pero el injusto es culpable de dicha seducción debido a sus decisiones. El camino de la salvación es la apertura a Dios, la escucha del Evangelio, la aceptación de la verdad, la fe (cfr. Mc 16, 16).

El autorJuan Luis Caballero

Profesor de Nuevo Testamento, Universidad de Navarra.

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