Evangelio

El poder del perdón. VII domingo del Tiempo Ordinario (C)

Joseph Evans comenta las lecturas del VII domingo del Tiempo Ordinario (C) correspondiente al día 23 de febrero de 2025.

Joseph Evans·20 de febrero de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

David había sufrido enorme e injustamente a manos del rey Saúl, que mostraba muchos signos de enajenación mental. Apartar a Saúl del poder podría haber parecido una bendición no sólo para David, sino también para todo Israel. En dos ocasiones distintas, David tuvo una oportunidad fácil de matar a Saúl y en ambas ocasiones le perdonó la vida. Uno de estos episodios se nos relata en la primera lectura de hoy. “Él te ha entregado hoy en mi poder”, dice David a Saúl, “pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor” (1 Samuel 26, 23). Así pues, la razón de perdonar la vida a Saúl es el profundo respeto de David por el oficio real: al perdonar a Saúl, David honra la autoridad divinamente instituida. Sólo Dios tiene derecho a quitarle la vida al rey, no él, David.

El tema del perdón continúa en el Evangelio, pero la exigencia de perdonar es más profunda. No se trata simplemente de perdonar a alguien por respeto a su alto cargo. Todo el mundo debe recibir el perdón. En este sentido, podríamos decir que cada persona humana tiene una unción divina y debe ser tratada como si fuera un rey. 

Toda persona, por malvada que sea, está hecha a imagen y semejanza de Dios. Cuando perdonamos a alguien lo hacemos por el Dios que hay en él y por el amor que Dios le tiene. El amor divino es esencialmente misericordioso y si queremos ser como Dios —que es el objetivo de la vida cristiana— debemos perdonar como Dios. Esto incluye perdonarles aunque nos hagan daño —ya sea maldiciéndonos, golpeándonos o quitándonos la túnica—, como hizo Cristo en la Cruz. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, y así vivió sus propias palabras: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”.

Tratar a los demás con justicia —ser buenos con quienes son buenos con nosotros— es moral pagana, válida pero limitada. El amor cristiano va más allá: debemos ser buenos con los que no son buenos con nosotros, los que no tienen nada que ofrecernos. Así es como ama Dios. Como enseña la segunda lectura, todos llevamos la imagen del hombre de polvo, todos estamos hechos a imagen de Adán y compartimos su pecado. Pero estamos llamados a llevar la imagen del hombre del cielo, es decir, de Cristo. Amar como él, perdonar como él, nos transfigurará y nos permitirá compartir su gloria celestial.

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