Lucas sitúa la Transfiguración de Jesús, como Mateo y Marcos, tras el primer anuncio a los apóstoles de su pasión, muerte y resurrección y tras la invitación a tomar cada día la cruz y seguirlo, a perder la vida por él y así salvarla. En este marco, el misterio adquiere uno de sus significados más importantes. Jesús da a los tres apóstoles más cercanos una anticipación de su resurrección y una visibilidad de su divinidad, que ilumina su humanidad, su rostro y también sus vestiduras que, entonces más que hoy, ponían de manifiesto el papel y la dignidad de la persona.
El relato de Lucas añade al de Mateo y Marcos tres detalles. El primero es la oración. Jesús sube al monte a orar, y durante el diálogo con el Padre se produce el brillar del rostro y el resplandecer de la vestidura. Nos dan ganas de seguir a Jesús en la montaña para imitarlo en la oración y dejarnos iluminar, como él, por el amor del Padre: “El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré?”. “No me escondas tu rostro, Dios de mi salvación” (Sal 26).
El segundo es el tema de la conversación con Moisés y Elías: “Hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén”. Jerusalén está muy presente como meta de todo el Evangelio de Lucas, y sobre todo como meta de la vida de Jesús: su éxodo es la pasión y muerte en la Cruz, con la Resurrección y Ascensión al cielo. La Ascensión es en Lucas la cumbre y la conclusión de su Evangelio, el éxodo de Jesús-hombre hacia la Jerusalén celestial para sentarse a la derecha del Padre. Y también está al principio de los Hechos de los Apóstoles y, por tanto, de la historia de la Iglesia: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra”.
El tercer detalle original de Lucas es el sueño que les sobreviene a los tres apóstoles. La primera lectura, sobre la alianza de Dios con Abrán, nos ofrece una interpretación de ese sueño. Abrán prepara el rito de la alianza según las costumbres de la época: animales cortados en dos partes, en medio de los cuales pasaban los contrayentes para indicar que les habría ocurrido la misma suerte si hubieran transgredido el pacto. Pero, a causa del sueño de Abrán, sólo Dios pasó entre los animales cortados. La alianza de Dios es unilateral, pensada y ofrecida a su pueblo por Él como acto de amor incondicional. Nosotros podemos recibir ese don, acoger la gracia. Y, para hacerlo, la Transfiguración nos muestra el camino: seguir a Jesús al monte de la oración para iluminarnos de Dios; acompañar a Jesús en su camino hacia la cruz y la resurrección, y la Ascensión al cielo; y luego, ser testimonios de él en todas partes, con la fuerza del Espíritu Santo, y la compañía de los amigos del cielo y de la tierra.
La Homilía en un minuto
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.