Lo deseable y natural es que el acompañante sea elegido por el acompañado. En diversas instituciones puede ser propuesto a los interesados y aceptado con visión sobrenatural. No obstante, es necesario poner medios humanos para que esa relación se sostenga y, si se aprecia que no va a funcionar, será mejor hacerlo con otra persona.
Establecer confianza e intimidad
Sólo el otro puede abrir su casa y enseñarte por dentro las habitaciones, las fotos de familia, rincones que no están tan ordenados o limpios. Para eso hace falta que se fíen de ti. Habrá personas que con confianza sobrenatural lo hacen de primeras, sin miedo y con apertura. Tú has de entrar de puntillas, con inmensa delicadeza, sin dar por supuesta la intimidad ni la confianza, sin hacer comentarios inoportunos y con reverencia por ese lugar sagrado al que sólo tienen acceso él y Dios, y que ahora te enseña a ti.
Será beneficioso crear un entorno seguro -tanto físico como psicológico- que contribuya al desarrollo de respeto y confianza mutuos. Habrá personas que prefieran un espacio abierto o una habitación cerrada, poco tiempo o mucho, rápido o despacio, y, si es posible y se respetan los límites oportunos, se lo podemos facilitar como muestra de servicio.
Aumentará su confianza mostrar interés genuino por su crecimiento; mirarle mientras habla, en una escucha activa; seguir sus intereses y no los propios o los que tengamos para una institución o apostolado; hacerle sugerencias y no imposiciones; darle ideas nuevas; abrirle horizontes de acuerdo con sus peticiones; acordarnos de por dónde avanza; conocer sus verdaderas preocupaciones y estar solícito.
Habrá que pedir permiso para adentrarse en temas delicados o nuevos; con respeto a su intimidad y tiempos. Se pueden contar algunas cuestiones personales sencillas, bien seleccionadas y con límites claros, para potenciar la comunicación.
Ambos han de tener claro que la relación es asimétrica, que tienen responsabilidad de estar en su posición para poder obrar libremente. No se fundamenta en la amistad, aunque pueda desarrollarse, y que lo que dice el acompañante no son unos consejitos sino que está en un marco de búsqueda de Dios y su voluntad.
Será necesario mostrar respeto extremo por sus ideas, preocupaciones, ocurrencias, meteduras de pata, forma de ser y estilo de aprendizaje. Podemos validar sus sentimientos y emociones; apoyarle constantemente; animar sus nuevas acciones, también las que incluyen tomar riesgos, afrontar el miedo al fracaso o a hacerlo mal; no asustarnos y no regañarle.
También servirá que establezcamos acuerdos claros y cumplir con lo que nos comprometamos (horarios, frecuencia de conversaciones, disponibilidad, contacto fuera de los momentos de conversación y modo de hacerlo).
Estar presente
Cuando estemos con una persona hemos de estar sólo a eso, con plena conciencia y presencia (no contestar al móvil o pedir permiso, no dejarle tirado, no atender a otras cosas, dedicarle el tiempo previsto) y crear relaciones naturales usando un estilo abierto, flexible y que muestre seguridad y confianza. Cuidaremos cómo le miramos, cómo le escuchamos, cómo preguntamos con delicadeza.
Podría ser algo parecido a bailar con alguien, hay que estar y ser flexible para adaptarse a la música, a cómo es la pareja, al momento, al paso que trae ese día, escuchar, mirar, y desde ahí es desde donde se actúa.
Para esto podemos usar nuestra experiencia en las “pistas de baile” con otras personas, la intuición, lo que hemos considerado y rezado al preparar ese momento de acompañamiento, confiar en el saber interno.
Si toca una música que no conocemos, en vez de lanzarnos, lo haremos con apertura a no saber de algo y decirlo -lo pienso, lo rezo, lo pregunto- y a asumir riesgos, con confianza. Cuando salen temas difíciles o que son costosos, procuraremos no escandalizarnos o al menos no mostrarlo externamente y no nos reiremos en momentos de tensión.
Si estamos presentes en cada momento no nos anclaremos en una única forma de ayudarle ni daremos consejos enlatados en conserva, buscaremos diversas maneras para ese momento histórico, y escogeremos en cada momento la más efectiva buscando siempre que sean planes de crecimiento, de desarrollo, de ayuda de interés, de salir adelante, de potenciar la libertad, la novedad, la aceptación.
Será muy poco habitual que haya que pedir cuentas o regañar, porque al plantearle a la persona las cuestiones en modo hipótesis o propuesta, con preguntas, con sugerencias para rezar sobre un tema, será probable que él mismo vea el camino. A la vez cuando hay que intervenir con firmeza, es responsabilidad nuestra hacerlo.