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Entierro y sepultura de Cristo

Cualesquiera que sean los estudios sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, lo que se desprende de la documentación ya disponible no deja de sorprender, porque la ciencia confirma lo que se describe en los Evangelios.

Gerardo Ferrara·8 de abril de 2023·Tiempo de lectura: 7 minutos
Cristo santo sepulcro

Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén (CNS photo/Debbie Hill)

Continuamos nuestro relato de las últimas horas de la vida terrenal y muerte de Jesucristo, en busca de detalles históricos, médicos y arqueológicos que confirmen la veracidad de lo narrado en los Evangelios.

El crurifragio

Sabemos por los Evangelios que, una vez muerto Jesús, se tuvo mucho cuidado en retirar su cuerpo de la cruz. Para los otros dos condenados a la misma muerte ignominiosa, los ladrones, hubo la misma prisa. Ese día era, como señala Juan, la “Parasceve”.

Jesús ya parecía estar muerto. Para comprobarlo, le abrieron el costado con una lanza, atravesándole el corazón, del que salió sangre y agua (fenómeno del hemopericardio).

A los otros dos se les rompieron las piernas (el llamado crurifragium). 

Muy importante, desde este punto de vista, fue, en 1968, el descubrimiento de restos humanos, 335 esqueletos de judíos del siglo I de nuestra era en una cueva de Giv’at ha-Mivtar, al norte de Jerusalén. 

Los análisis médicos y antropológicos realizados a los cadáveres revelaron que muchos habían sufrido muertes violentas y traumáticas (presumiblemente crucificados durante el asedio del año 70 d.C.). 

En un osario de piedra de la misma cueva, grabado con el nombre de Yohanan ben Hagkol, estaban los restos de un joven de unos 30 años, con el talón derecho todavía unido al izquierdo por un clavo de 18 centímetros de largo. Las piernas estaban fracturadas, una de ellas limpiamente rota, la otra con los huesos destrozados: era la primera prueba documentada del uso del crurifragium.

Se trata de unos hallazgos óseos muy valiosos porque ilustran la técnica de crucifixión utilizada por los romanos del siglo I, que, en este caso, consistía en atar o clavar las manos a la viga horizontal (patibulum) y clavar los pies con un solo clavo de hierro y una clavija de madera en el poste vertical (se encontró un trozo de madera de acacia entre la cabeza del clavo y los huesos del pie de Yohanan Ben Hagkol, mientras que una astilla de madera de olivo, con la que se fabricó la cruz, estaba unida a la punta).

El entierro

El descubrimiento de Giv’at ha-Mivtar es de gran importancia y confirma que, a diferencia de lo que ocurría en otras partes del Imperio Romano (algunos eruditos rechazaban, incluso ideológicamente, el relato evangélico del entierro de Jesús, afirmando que los condenados a muerte por crucifixión no eran enterrados, sino que se les dejaba pudrirse en la horca, expuestos a los pájaros y a la intemperie), en Israel siempre se enterraba a los muertos, aunque fueran condenados a muerte por crucifixión. Así lo afirmaba el erudito judío israelí David Flusser. Un precepto obligatorio, impuesto por la ley religiosa (Deuteronomio 21, 22-23), exigía que fueran enterrados antes de la puesta del sol, para no contaminar la tierra santa.

Existe consenso entre los arqueólogos sobre la ubicación de la crucifixión de Jesús en la roca del Gólgota, hoy dentro del Santo Sepulcro, un lugar caracterizado por numerosas excavaciones que han sacado a la luz tumbas excavadas allí y que datan de antes del año 70 d.C. Los Evangelios nos dicen que Jesús fue enterrado en una tumba nueva, a poca distancia del lugar de la muerte.

Normalmente, el rito judío consistía en ungir y lavar el cadáver antes del entierro. Sin embargo, en el caso de un condenado por muerte violenta, tanto para evitar tocar la sangre y el propio cadáver (de acuerdo con las normas de pureza) como para que la propia sangre, símbolo de la vida, no se dispersara, se envolvía el cuerpo en un sudario, que no es una sábana, sino un rollo de tela de varios metros de largo, como la Sábana Santa. 

Según la ley, además, había que enterrar, junto con el cadáver, los terrones de tierra sobre los que había caído su sangre y, probablemente, los objetos que lo habían tocado (como demostrarían también los últimos estudios sobre la Sábana Santa). 

Es probable que, una vez que el cuerpo de Jesús hubo sido envuelto en el “sindón”, se atara aún más (excluyendo la cabeza) con vendas (othónia, en griego), perfumadas por dentro y por fuera, no sin antes haberle aplicado dos sudarios, uno dentro de la mortaja (tela de la barbilla) y otro fuera. Todo esto fuera de la tumba, sobre la piedra de la unción. 

La piedra, el interior de la tumba y los sudarios fueron ungidos con una mezcla de mirra y áloes de unas cien libras (32 kilos y 700 gra,os), que debía perfumar la tumba. El resto de la loción se vertía sobre los pañales y el sudario, pero no sobre el cuerpo.

La función de las vendas y el sudario, colocados sobre la tela, era impedir la evaporación de la mezcla aromática.

Bandas y vendas en la Resurrección

La traducción correcta del Evangelio de Juan (20, 5), cuando leemos que el apóstol joven “vio y creyó” (eiden kai episteuen, teniendo “eiden” también un significado intrínseco de “darse cuenta”, “experimentar”) no es vendas y paños tendidos en el suelo, sino “vendas tendidas”, incluso diríamos mejor “puestas” (en latín posita), “hundidas” (othónia kéimena). 

El verbo kéimai se refiere a un objeto que yace bajo o desciende en contraposición a algo que permanece erguido. La escena que se presenta al espectador que contempla la tumba vacía es la de un Jesús como “evaporado” con respecto a la Sábana Santa, los pañales y el sudario, que Pedro vio, según la traducción oficial, “no con vendas, sino doblado en un lugar aparte”. 

Este sudario es el más externo, el segundo, colocado fuera de la Síndone, que estaba allá chorís entetyligménon eis ena topon: la preposición eis expresa un movimiento, mientras que ena no es el numeral “uno”, al igual que “topon” no significa “posición”, sino que el conjunto expresa el endurecimiento del propio sudario, que permanecía almidonado y levantado, no combado, sino “en una posición única”, es decir, de un modo extraño.

Esta situación particular se describe también en la escena final de la película La Pasión.

La Sábana Santa

La Sábana Santa es, sin dudas el textil más estudiado del mundo. Se trata de una tela de lino de aproximadamente 3 metros de largo en la que está impresa la imagen de un hombre torturado, crucificado y muerto. 

En cuanto a la datación de la tela, ha habido varias controversias entre los científicos (según un análisis realizado con el método del carbono 14, dataría de la Edad Media, pero este método fue refutado posteriormente porque en esa época se produjo un incendio que habría alterado la tela). 

Sin embargo, un estudio reciente, X-ray dating of a linen sample from the Shroud of Turin, la data en la época de la Pasión de Cristo. 

El hombre de la Sábana Santa muestra una rigidez cadavérica muy pronunciada, típica de las muertes por traumatismo, asfixia, tortura y shock hipovolémico. 

Las rodillas del hombre están parcialmente flexionadas, una posición compatible con el procedimiento de crucifixión que hemos descrito antes. 

Las manos, por su parte, están cruzadas sobre la ingle y la derecha, en particular, aparece fuera de eje con respecto a la izquierda, lo que sería compatible con la dislocación de un hombro para estirar el brazo y clavarlo en una parte del stipes.

Es imposible reproducir en la naturaleza el fenómeno que imprimió la imagen del hombre en la tela (similar a una oxidación, también conocida como “efecto corona”, fenómeno observable en el famoso “fuego sagrado de Jerusalén”). Las imágenes se imprimen mediante proyección paralela ortogonal (algo nunca visto en la naturaleza, comparable en cierto modo a la radiografía). 

En 1926, el fotógrafo Secondo Pia, al fotografiar por primera vez la Sábana Santa, se dio cuenta de que tenía un positivo y un negativo.

Los estudios realizados a lo largo de más de un siglo han demostrado que el cuerpo contenido en la tela no sufrió putrefacción (no hay rastros de ella), por lo que no pudo estar envuelto en ella más de 30 o 40 horas.

Se encontraron rastros de sangre AB en al menos 372 heridas laceradas por la flagelación, líneas sanguinolentas de lo que parece ser la huella dejada por una corona de espinas, así como heridas infligidas por clavos. 

Aún más desconcertante, de confirmarse por el resto de la comunidad científica, sería el muy reciente estudio realizado por el italiano Giuseppe Maria Catalano, del Instituto Internacional de Estudios Avanzados en Ciencias de la Representación Espacial de Palermo (Italia). 

Este estudio se basa en análisis realizados mediante procedimientos de geometría proyectiva, que es la geometría de la radiación de la energía, geometría descriptiva, y topografía y fotogrametría de muy alta resolución, todas ellas técnicas utilizadas en arqueología y aplicadas no sólo en la Síndone, sino también en el Sudario de Oviedo.

Según el científico, la tela, sobre la que se confirman todas las pruebas anteriores (como el rigor mortis, las heridas atroces y mortales y la abundante hemorragia) presentaría varias imágenes distintas y secuenciales que demostrarían que el hombre envuelto en la tela se habría movido tras la muerte, atravesado por radiaciones que luego habrían impreso en el lino una secuencia de imágenes superpuestas pero distintas. En la práctica, el cuerpo se movió, y con él los objetos visibles sobre él. 

Los análisis fotográficos de muy alta resolución han permitido poner de relieve cómo los objetos, y los mismos miembros del cuerpo del hombre de la Sábana Santa, se habrían impreso varias veces y en diversas posiciones, como si estuvieran en movimiento en el momento de la altísima emisión de luz que los imprimió (uñas, manos, etc.) en pocos segundos, como en un efecto estroboscópico, que, en fotografía o cine modernos, es aquel fenómeno óptico que se produce cuando un cuerpo en movimiento es iluminado intermitentemente.

En el propio cuerpo se habrían encontrado restos de objetos nunca observados en análisis anteriores, tales como clavos; una banda lumbar que parecería compatible con un tejido utilizado para bajar el cadáver de la cruz; un perizonium, un tipo de ropa interior utilizada en la antigüedad; cadenas; las anillas de una cadena ornamental, a la altura de la cabeza, que podría haber servido para sujetar el sudario a una almohadilla (perfectamente compatibles a las observadas en el Sudario de Oviedo); restos de sarcopoterium spinosum, una planta espinosa típica de Oriente Próximo, que pudo utilizarse para tejer una corona de espinas o tefillìn, pequeños estuches cuadrados provistos de cintas que los hombres judíos se enrollaban alrededor de los brazos para rezar.

Los estudios más avanzados en el campo de la geometría también parecen demostrar que la radiación que se produjo, y que imprimió las imágenes en el lienzo, habría durado sólo unos segundos y, procedente de una fuente interna pero independiente, habría atravesado el propio cuerpo y emitido partículas que habrían creado imágenes en el lienzo, imágenes de un cuerpo vivo y en movimiento.

Cualesquiera que sean los estudios actuales y futuros sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, lo que se desprende de la documentación ya disponible (arqueológica, histórica, tecnológica, etc.) no deja de sorprender, porque la ciencia confirma una y otra vez lo que se describe en los Evangelios.

El autorGerardo Ferrara

Escritor, historiador y experto en historia, política y cultura de Oriente Medio.

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