(Puede leer la versión en italiano aquí)
Como explicación de la Carta Apostólica Patris corde (8-XII-2020), que celebraba los 150 años de la proclamación de san José como patrono de la Iglesia universal, por el beato Pío IX, Francisco le dedicó doce audiencias generales. Su objetivo era presentarlo como “apoyo, consuelo y guía”, para “dejarnos iluminar por su ejemplo y su testimonio”.
Esta catequesis sobre san José cubre tres grandes áreas: la figura y el papel del santo en el designio de la salvación, sus virtudes y su relación con la Iglesia.
San José y su papel en el designio de la salvación
El “ambiente en que vivió san José” (cfr. 7-XI-2021) nos invita a valorar lo esencial en lo sencillo, por medio del discernimiento, personalmente y en la Iglesia. El papel del santo patriarca en la “historia de la salvación” (24-XI-2021) es el de guardián de los planes de Dios y, por tanto, de quienes el Señor nos confía (argumento recurrente en este pontificado desde el inicio, cfr. 19-III-2013).
Al tratar sobre “José, hombre justo y esposo de María” (1-XII-2021) dio un mensaje a los novios y recién casados, acerca de la necesidad de pasar desde el enamoramiento (aspecto “romántico”) al amor maduro, un paso exigente pero necesario para liberar el amor verdadero y hacerlo resistente a las pruebas del tiempo, convirtiendo las dificultades en oportunidades para crecer.
San José como “hombre del silencio” (15-XII-2021), nos invita a “dejar espacio a la Presencia de la Palabra hecha carne”. Con referencias a la Sagrada Escritura, a san Agustín, san Juan de la Cruz y Pascal, observó el Papa que Jesús creció en esa “escuela” del silencio en Nazaret, que favorece la oración y la contemplación, como se nota en el Evangelio. Esto nos enseña a usar la lengua para bendecir y no para hacer daño (cfr. St 3, 2-10), y a no caer en el activismo del trabajo.
Las virtudes de san José
San José, “emigrante perseguido y valiente”(29-XII-2021), fue el tema de la siguiente catequesis. José parece como un hombre justo y valiente o fuerte como lo requiere la vida ordinaria, que siempre nos depara adversidades. Esto le dio pie al Papa para invitar a rezar por los migrantes, los perseguidos y las víctimas de circunstancias adversas, políticas, históricas o personales.
Ya en el nuevo año, Francisco reflexionó sobre san José, padre putativo de Jesús(5-I-2022). Consideró la realidad de la adopción en contraste con el sentido de orfandad que hoy experimentamos; y pidió que sea facilitada por las instituciones, vigilando la seriedad del procedimiento.
Se detuvo después en el trabajo, bajo el título san José el carpintero (12-I-2022). El trabajo es “un componente esencial en la vida humana, y también en el camino de santificación”. Invitó a pensar “qué podemos hacer para recuperar el valor del trabajo; y qué podemos aportar, como Iglesia, para que sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como derecho y deber fundamental de la persona, que expresa e incrementa su dignidad”.
Más adelante pasó a la consideración de san José, padre en la ternura (19-I-2022), fijándose en su afecto y su misericordia. Evocó la misericordia del Señor, que perdona siempre (sacramento de la Confesión). Y la necesidad de una “revolución de la ternura”, que impulse la redención de las faltas –también para los encarcelados– como parte de la justicia.
Al detenerse en la figura de “san José, hombre que sueña” (26-I-2022), Francisco reflexionó sobre los cuatro sueños de san José según los evangelios (Mt 1, 18-25; Mt 2, 13; Mt 2, 19-20; Mt 2, 22-23). Propuso, especialmente ante situaciones que no comprendemos, acudir a la oración. Dios nunca nos deja sin ayuda o al menos inspiración. En este marco, propuso rezar por tantas personas que necesitan la fe y la esperanza ante distintos problemas y dificultades. Francisco se refirió a “padres que ven orientaciones sexuales diferentes en los hijos”, y rezó para que supieran “cómo gestionar esto y acompañar a los hijos y no esconderse en una actitud condenatoria”. No dejó de advertir que, como vemos en la vida de san José, la auténtica oración se traduce en trabajo y en amor.
San José, la “Comunión de los santos” y su protección en la muerte
Ya en la recta final de estas catequesis, en el mes de febrero, el Papa abordó la realidad de san José y la comunión de los santos (2-II-2022), que es precisamente la Iglesia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 946), tanto en la tierra como en el cielo.
En la tierra, señaló Francisco, “la Iglesia es la comunidad de los pecadores salvados”, hermanos por el bautismo, que es un vínculo indestructible en la tierra. De ahí nuestra solidaridad, tanto para al bien como para el mal. La “comunión de los santos” incluye a los difuntos (del purgatorio) y a los pecadores no reconciliados, mientras están en este mundo, incluso “aquellos que han renegado de la fe, que son apóstatas, que son perseguidores de la Iglesia, que han negado su bautismo, (…) los blasfemos, todos ellos”.
En efecto, cabe recordar que, según el Concilio Vaticano II (cfr. Lumen Gentium, nn. 14 y 15) los pecadores, si están bautizados, “pertenecen” a la comunión de los santos, que es la Iglesia, de modo imperfecto o incompleto. Y si no están bautizados, están “ordenados” al misterio de la Iglesia, de algún modo se relacionan con ella en la medida en que buscan la verdad y viven coherentemente la caridad.
La penúltima catequesis fue sobre san José, Patrono de la buena muerte (9-II-2022). Francisco evocó la ayuda que tradicionalmente los cristianos le pedimos al patriarca para el momento de la muerte. Y alabó al Papa emérito Benedicto XVI, quien, a punto de cumplir 95 años, ha testimoniado su conciencia de la realidad de la muerte. La fe cristiana –explicó Francisco– ayuda a afrontar la muerte. La ilumina desde la resurrección de Cristo, nos ayuda a desprendernos de lo material y a centrarnos en la caridad; nos impulsa a cuidar a los enfermos y no “descartar” a los ancianos.
Finalmente, el obispo de Roma reflexionó sobre san José, patrono de la Iglesia universal (16-II-2022). También a nosotros nos corresponde la protección y cuidado de la vida, del corazón y del trabajo y de los hombres, y de la Iglesia: “Toda persona que tiene hambre y sed, todo extranjero, todo migrante, toda persona sin ropa, todo enfermo, todo preso es el ‘Niño’ que José custodia”. Asimismo debemos aprender de José a “custodiar” los bienes que nos vienen con la Iglesia: “amar al Niño y a su madre; amar los Sacramentos y al pueblo de Dios; amar a los pobres y nuestra parroquia” (cfr. Patris corde, 5).
Hemos de amar la Iglesia como es, concluyó el Papa, como pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios. Al mismo tiempo, hemos de reconocer todo el bien y santidad que están presentes en la Iglesia. La Iglesia somos todos los cristianos. Por tanto, hemos de cuidarnos y protegernos, y no destruirnos. Y para ello pidió la intercesión de san José sobre todos.
El sacerdote y sus “cercanías”: desde el corazón sacerdotal de Cristo
El discurso del Papa al Simposio Para una teología fundamental del sacerdocio (17-19 de febrero de 2022), organizado por la Congregación para los obispos, consta de una introducción y cuatro apartados, correspondientes a las “cuatro cercanías” del sacerdote.
En la introducción, el Papa asegura hablar desde su propia experiencia y el testimonio recibido de tantos buenos sacerdotes; y también desde la experiencia de haber acompañado a otros cuyo sacerdocio estaba en crisis. Afirma que en la vida sacerdotal pueden coexistir las pruebas con la paz, a condición de dejarse ayudar por Dios y los demás.
Señala que en los momentos de cambios importantes –como el actual– hay que evitar un doble riesgo: el de refugiarse nostálgicamente en el pasado, y el de confiar demasiado en el futuro con un optimismo exagerado, despreciando así la sabiduría que proviene del discernimiento en el presente. La actitud deseable “surge del hacerse cargo confiadamente de la realidad, anclada en la sabia Tradición viva de la Iglesia, que puede permitirse remar mar adentro sin miedo (…) con la confianza de que Él es el Señor de la historia y que, guiados por Él, seremos capaces de discernir el horizonte que debemos recorrer”.
Respecto al sacerdote, debe buscar la propia santidad, siguiendo la llamada que recibió por vez primera en el bautismo; y dejarse ayudar y evangelizar (cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. Pastores dabo vobis, 26), para no caer en un funcionalismo.
En cuanto al “discernimiento de la vocación”,cada uno, mirando su humanidad, su historia y su disposición, debe preguntarse si en conciencia esa vocación puede desplegar en él el potencial de Amor que recibió en el bautismo. Para ello son de gran ayuda que las comunidades cristianas sean fervorosas y apostólicamente vibrantes.
A partir de estos elementos, el Papa expuso las cuatro armonías del sacerdote (y del obispo) que en otras ocasiones ha explicado, como pilares para un estilo que imite el de Dios (reflejado en el corazón sacerdotal de Cristo): la cercanía, la compasión y la ternura.
Cercanía a Dios (vida espiritual)
Se trata de la vida espiritual o interior del sacerdote, de su “vida de oración” para permanecer en Cristo (cfr. Jn 15, 5-7). De ahí salen las fuerzas para el ministerio y su fecundidad; la capacidad para no escandalizarse por nada de lo que suceda, sea humanamente agradable o no; las fuerzas para vencer las tentaciones, contando con la lucha, con el combate espiritual del sacerdote. No se trata solo de “práctica religiosa” (prácticas o devociones), sino “de la escucha de la Palabra, de la celebración eucarística, del silencio de la adoración, de la entrega a María, del sabio acompañamiento de un guía, del sacramento de la Reconciliación”.
El sacerdote no debe refugiarse en el activismo o en otras distracciones, sino presentarse en la oración con “un corazón contrito y humillado” (cfr. Sal 34 y 50). Así se agrandará ese corazón a la medida del de Cristo, para dar cabida a las necesidades de su pueblo, lo que a su vez le hará más cercano al Señor. Rezar es la primera tarea del obispo y del sacerdote. Ahí aprende a “disminuir” ante Dios (cfr. Jn 3, 30), y no le resulta un problema hacerse pequeño a los ojos del mundo.
Cercanía al obispo (obediencia)
Durante mucho tiempo, dice Francisco, se ha interpretado mal la obediencia. “Obedecer, en este caso al obispo, significa” –señala el sucesor de Pedro– “aprender a escuchar y recordar que nadie puede pretender ser poseedor de la voluntad de Dios, y que ésta debe ser comprendida sólo a través del discernimiento. Obediencia, por tanto, es escucha de la voluntad de Dios que se discierne precisamente en un vínculo”. Esto evita encerrarse en uno mismo y llevar una vida de “solterón” con las correspondientes manías.
El sacerdote, por tanto, ha de “defender los vínculos” que tiene con el obispo y con la Iglesia particular. Ha de rezar por el obispo y expresar su opinión con respeto, valentía y sinceridad. Esto “requiere igualmente de los obispos humildad, capacidad de escucha, de autocrítica y de dejarse ayudar”.
Cercanía entre presbíteros (fraternidad sacerdotal)
La fraternidad sacerdotal, subrayó el Papa, tiene como fundamento a Cristo (cfr. Mt 18, 20). “La fraternidad es optar deliberadamente por tratar de ser santos con los demás y no en soledad, santos con los demás”. Las características de la fraternidad son las del amor (cfr. 1 Co, cap. 13), presididas por la paciencia y la capacidad de gozar y sufrir con los otros. Así se combate la indiferencia, el aislamiento, e incluso la envidia, el bullying sacerdotal, el rencor y el chismorreo.
El amor fraterno es como “un campo de entrenamiento del espíritu” y el termómetro de la vida espiritual (cfr. Jn 13, 35). Lleva a vivir la misión, abrirse y sentirse en casa, custodiar y protegerse mutuamente. Y es así cuando se vive el celibato con serenidad, como don para la santificación, un don que requiere relaciones sanas. “Sin amigos y sin oración, el celibato puede convertirse en una carga insoportable y en un anti-testimonio a la belleza misma del sacerdocio”.
Cercanía al pueblo de Dios (pasión del pastor)
Para esto remite el Papa a Lumen gentium 8 y 12. Se trata, apunta, no de un deber sino de una gracia (cfr. Evangelii gaudium, 268-273). La misión sacerdotal implica a la vez “pasión por Jesús y pasión por su pueblo”, en medio de las dificultades, de las heridas, de la “orfandad” que abunda en nuestra sociedad de “redes”. No como funcionarios, sino como pastores valientes, cercanos y contemplativos, para poder “anunciar sobre las llagas del mundo la fuerza operativa de la Resurrección”.
El olvido de que la vida sacerdotal se debe a los demás –observa Francisco– está en la base del clericalismo y de sus consecuencias. “El clericalismo es una perversión, y también uno de sus signos, la rigidez, es otra perversión”. El clericalismo se constituye, curiosamente, no sobre cercanías, sino sobre distancias. Y va asociado a la “clericalización de los laicos”, olvidando su propia misión.
Cuidando estas cuatro cercanías, concluye el Papa, el sacerdote puede identificarse mejor con el corazón sacerdotal de Cristo, dejarse visitar y transformar por Él.