El Papa ha dedicado 29 audiencias generales del 11 de enero al 6 de diciembre de 2023 a la pasión por la evangelización. Ante todo, cabe preguntarse si la evangelización es algo que realmente nos “apasiona” a los cristianos.
Al mismo tiempo, el haber dedicado a este tema todo un año, sin duda, pone de manifiesto la prioridad que en las enseñanzas de Francisco tiene la evangelización.
Qué sea o en qué consista la evangelización es algo que convendrá aquilatar según sus propias enseñanzas, pues se trata de una palabra que desde el Concilio Vaticano II ha ido adquiriendo diversos sentidos. Comenzó significando el primer anuncio misionero de la fe.
Hoy significa la entera labor apostólica de la Iglesia: todo lo que en ella se hace, sea individualmente cada cristiano, sea institucionalmente, para extender el mensaje del Evangelio, la “buena noticia” de la salvación en Cristo. Todo ello, sabiendo que no se trata simplemente de “informar” acerca de un mensaje, sino de continuar ejercitando la “pedagogía divina” de la Revelación: con hechos y palabras, comunicando un mensaje que es, a la vez, Vida para cada persona y para el mundo.
El magisterio contemporáneo concibe la evangelización como un proceso con diversas etapas o momentos (cfr. Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 1975, n. 17 ss): cada uno de ellos se distingue de los demás y representa, al mismo tiempo, una dimensión que de alguna manera está en todos. Así, por ejemplo, lo primero es el testimonio, que viene a ser como la preparación del primer anuncio (kerygma).
Sin embargo, tanto uno como otro siguen presentes en los elementos posteriores. “La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito [clara proclamación de Jesucristo], adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos [sacramentos], iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad, son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros” (ibid., 24).
Por condicionamientos de espacio, nos limitamos aquí a presentar la primera parte de la catequesis (hasta el 22 de marzo incluido). Es decir, los ocho primeros miércoles, en los que el Papa explicó la naturaleza y la estructura de la evangelización. Después, y casi hasta el final, fue mostrando figuras de cristianos que nos han dejado un testimonio ejemplar de lo que significa la pasión por el Evangelio.
Todos los cristianos han de ser “Iglesia en salida”
Francisco introdujo su catequesis como “un tema urgente y decisivo para la vida cristiana: la pasión por la evangelización, es decir, el celo apostólico. […] Se trata de una dimensión vital para la Iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús nace apostólica y misionera”. Todo arranca de la llamada al apostolado (11-I-2023) que Cristo dirigió a sus apóstoles (cfr. Mt 9, 9-13).
Desde el principio se revela quién es el protagonistade la evangelización que manifiesta el ser “en salida” de la Iglesia: “El Espíritu Santo modela su salida -la Iglesia en salida, que sale- para que no se encierre en sí misma, sino que sea extrovertida, testimonio contagioso de Jesús -la fe también es contagiosa-, extendiéndose para irradiar su luz hasta los extremos de la tierra”.
¿Pero qué sucede si este ardor apostólico disminuye, se eclipsa o se enfría? “Cuando la vida cristiana pierde de vista el horizonte de la evangelización, el horizonte del anuncio, se enferma: se encierra en sí misma, se vuelve autorreferencial, se atrofia. Sin celo apostólico, la fe se marchita. La misión es, en cambio, el oxígeno de la vida cristiana: la vigoriza y la purifica”.
El Papa se dispone a “redescubrir la pasión evangelizadora, a partir de la Escritura y de la enseñanza de la Iglesia, para sacar de las fuentes el celo apostólico”. Y comienza por la llamada de Mateo, a quien Jesús escoge después de mirarlo con misericordia (cfr. Mt 9, 9-13) y cambiarlo interiormente, sanándolo de sus miserias. El apóstol comienza su tarea desde su propia casa, desde su ambiente, con los que lo conocen. Fue allí y dio un testimonio atractivo y gozoso de Jesús.
Jesús, modelo y maestro del anuncio
De hecho, el modelo del anuncio evangelizador es Jesús mismo (cfr. Audiencia general, 18-I-2023). “Dios no se queda contemplando el redil de sus ovejas ni las amenaza para que no se vayan. Más bien, si una sale y se pierde, no la abandona, sino que la busca. No dice: ‘¡Se ha ido, es su culpa, es asunto suyo!’. El corazón pastoral reacciona de otra manera: el corazón pastoral sufre, el corazón pastoral se arriesga. Sufre: sí, Dios sufre por los que se van y, mientras los llora, los ama aún más”.
Por tanto, en la evangelización, no se trata de buscar a los otros para que sean “uno de nosotros” (lo que sería mero proselitismo), sino de amarlos para que sean hijos felices de Dios. “Porque sin este amor que sufre y se arriesga, nuestra vida no va bien: si los cristianos no tenemos este amor que sufre y arriesga, corremos el riesgo de apacentarnos solo a nosotros mismos. Los pastores que son pastores de sí mismos, en vez de ser pastores del rebaño, se dedican a peinar ovejas. No debemos ser pastores de nosotros mismos, sino pastores de todos”.
Jesús no solo es modelo, sino también maestro del anuncio evangelizador (cfr. Audiencia general, 25-I-2023). En su predicación en la sinagoga de Nazaret (cfr. Lc 4, 17-21), Jesús manifiesta los elementos esenciales del anuncio: la alegría, porque afirma haber sido ungido y “enviado para llevar la Buena Nueva a los pobres” (v. 18); la liberación, porque ha venido para proclamar la liberación a los cautivos (ibid.), no a imponer cargas, sino a mostrar la belleza de la vida cristiana; la luz: viene a devolver la “vista a los ciegos” (ibid.) trayendo la luz de la filiación, porque la vida se ilumina cuando nos sabemos hijos del Padre; la curación, pues viene a “poner en libertad a los oprimidos” (ibid.) por las enfermedades y por las culpas del pecado (cfr. v. 19); y, finalmente, el asombro, ante la acción de la gracia de Dios.
Y todo ello sin olvidar que se trata de un “feliz anuncio”, precisamente por estar dirigido “a los pobres”. “Para acoger al Señor, cada uno debe hacerse ‘pobre por dentro’. Con esa pobreza que hace decir… ‘Señor necesito perdón, necesito ayuda, necesito fuerza’”.
Raíz, contenido y modo del anuncio
¿Y qué hicieron los discípulos de Jesús? ¿Cómo fue su primer apostolado? (cfr. Audiencia general, 15-II-2023). Él los llamó e “instituyó a doce -que llamó apóstoles-, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 14). Siguiendo la tradición de la predicación cristiana, el Papa señala esta necesidad de “estar” con Jesús para poder “ir”, evangelizar; y viceversa (pues no hay “estar” sin “ir”).
Y ahí subraya tres aspectos: en primer lugar, el motivo de la evangelización, la belleza y gratuidad del anuncio de la fe; su contenido (la cercanía, la misericordia y la ternura de Dios); y, por último, lo fundamental, el testimonio, que implica tanto el pensamiento como el afecto y la acción. Otras condiciones son: la humildad y la mansedumbre, el desprendimiento y la comunión eclesial.
El Espíritu Santo y el “principio del anuncio”
Jesús manda “hacer discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 29). El protagonismo del Espíritu Santo se ve continuamente después de Pentecostés, en el libro de los Hechos de los Apóstoles (cfr. Audiencia general, 22-II-2023). La histórica decisión del “concilio de Jerusalén” (cfr. Hch 15, 28) nos enseña lo que el Papa llama “el principio del anuncio”, es decir: “Toda opción, todo uso, toda estructura, toda tradición debe ser evaluada en la medida en que favorezca el anuncio de Cristo”.
Si es importante partir de encuestas y análisis sociológicos de la situación, de los desafíos, expectativas y quejas, es mucho más importante partir de nuestras experiencias del Espíritu (buscarlas, estudiarlas, interpretarlas).
El deber de la evangelización
El Papa dedicó dos audiencias a las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre la evangelización. En la primera presentó la evangelización como servicio eclesial (cfr. 1 Co 15, 1-2) (cfr. Audiencia general, 8-III-2023). Puesto que el Espíritu Santo es principio de unidad y de vida, “arquitecto de la evangelización”, esta se realiza siempre trasmitiendo lo que hemos recibido in Ecclesia. Esta dimensión eclesial de la evangelización es importante, porque siempre acecha la tentación de ir “solos”, sobre todo cuando hay dificultades y se requiere más esfuerzo.
“Igualmente peligrosa -señala el obispo de Roma- es la tentación de seguir caminos pseudoeclesiales más fáciles, de adoptar la lógica mundana de números y sondeos, de contar con la fuerza de nuestras ideas, programas, estructuras, con las ‘relaciones que importan’”. Y eso, afirma, es secundario.
En “la escuela del Concilio Vaticano II” (y concretamente en el decreto Ad gentes, sobre las misiones) aprendemos que el impulso para la evangelización surge del amor de Dios Padre por todos, porque nadie está excluido. Es deber de la Iglesia continuar la misión de Cristo e ir por su mismo camino de pobreza, obediencia, servicio e inmolación hasta la muerte, camino que termina en la resurrección.
Por tanto, el celo apostólico no es entusiasmo, sino gracia de Dios y servicio. Y eso nos corresponde a todos los cristianos, no solo a los que predican. Por eso: “Si no evangelizas, si no das ejemplo, si no das ese testimonio del Bautismo que has recibido, de la fe que el Señor te ha dado, no eres un buen cristiano”. Lo que hemos recibido debemos darlo a los demás, con sentido de responsabilidad, aunque sea a veces por caminos difíciles.
Esto se expresa también en la “búsqueda creativa de nuevos modos de anunciar y dar testimonio, de nuevos modos de encontrar a la humanidad herida que Cristo asumió sobre sí. En definitiva, nuevos modos de prestar servicio al Evangelio y de prestar servicio a la humanidad”.
El miércoles siguiente (cfr. Audiencia general 15-III-23), Francisco insistió en la declaración del concilio: “La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado” (Decreto sobre el apostolado de los laicos, 2). Esto es, en la Iglesia, para todos y responsabilidad de todos, cada uno según su condición y dones propios. También, por tanto, es deber de los laicos, que son hechos partícipes de la mediación sacerdotal, profética y real de Cristo.
Todos tenemos la vocación de servir a los demás, y para eso debemos tratar de dialogar, para comenzar, entre nosotros, sabernos escuchar y huir de la vanidad de los puestos.
La Evangelii nuntiandi, carta magna de la evangelización
La carta magna de la evangelización es la exhortación apostólica de san Pablo VI Evangelii nuntiandi (EN)de 1975. El Papa profundizó en ese texto en su audiencia del 22 de marzo.
Pablo VI señala que la evangelización es más que una simple transmisión doctrinal y moral: es ante todo testimonio. Son célebres algunas afirmaciones del Papa Montini: el mundo necesita “evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente” (EN, 76). “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan […], o, si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio” (EN, 41).
Tal es, siguiendo el testimonio de Cristo y unidos a Él, el primer medio de la evangelización (cfr. ibid.) y condición esencial para su eficacia (EN, 76), para que el anuncio del Evangelio sea fecundo. Testimonio, dice Francisco, es “transmitir a Dios que se hace vida en mí”.
El Papa observa que el testimonio incluye la fe profesada, es decir, la fe que transforma nuestras relaciones, criterios y valoraciones. “El testimonio, por tanto, no puede prescindir de la coherencia entre lo que se cree y lo que se anuncia y lo que se vive”. Por eso lo opuesto al testimonio es la hipocresía. De ahí que nos pregunte: ¿crees lo que anuncias? ¿Vives lo que crees? ¿Anuncias lo que vives?
En ese sentido, el testimonio de vida cristiana implica el camino de santidad, basado en el bautismo: “Pablo VI enseña que el celo por la evangelización brota de la santidad, mana del corazón lleno de Dios. Alimentada por la oración y sobre todo por el amor a la Eucaristía, la evangelización a su vez hace crecer en santidad al pueblo que la realiza” (EN, 76). Al mismo tiempo, sin santidad la palabra del evangelizador “difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda” (ibid.).
Es importante también la conciencia de que los destinatarios de la evangelización no son solo los demás, sino también nosotros mismos. Por eso dice Pablo VI que “la Iglesia como tal también debe comenzar por evangelizarse a sí misma” (EN, 15).
Esto significa, señala Francisco, “recorrer un camino exigente, un camino de conversión, de renovación”, sin refugiarse en el “siempre se ha hecho así”. Para ello hay que entrar en diálogo con el mundo contemporáneo, tejer relaciones fraternas, buscar espacios de encuentro, realizar buenas prácticas de hospitalidad, acogida, reconocimiento e integración del otro y de la alteridad, y cuidado de la casa común que es la creación.
Como síntesis de la catequesis, en sus últimas audiencias (del 15 de noviembre al 6 de diciembre), recalcó el Papa cuatro características fundamentales de la evangelizacón: el anuncio de la evangelización es alegría; es alegría para todos; debe serlo hoy (de modo significativo y relevante en las circunstancias actuales); y debe serlo como don del Espíritu Santo. “De hecho –advierte el obispo de Roma-, para ‘comunicar a Dios’ no bastan la alegre credibilidad del testimonio, la universalidad del anuncio y la actualidad del mensaje. Sin el Espíritu Santo todo celo es vano y falsamente apostólico: sería solo nuestro y no traería fruto”.