Desde hace dos décadas las autoridades de Kazajistán vienen organizando, cada 3 años, el congreso de líderes religiosos. Llama la atención que 10 años después de su independencia Kazajistán decidiera, como ha expresado Francisco en su balance del viaje, “poner las religiones en el centro del compromiso para la construcción de un mundo en el que nos escuchamos y nos respetamos en la diversidad”. Y ha dejado claro que “eso no es relativismo, no: es escuchar y respetar”, a la vez que se rechazan fundamentalismos y extremismos (Audiencia general 21-IX-2022).
A juicio del Papa, este congreso ha sido un paso adelante en el camino iniciado por los santos Juan XXIII y Pablo VI, junto con “grandes almas de otras religiones” como Gandhi, y “tantos mártires hombres y mujeres de todas las edades, lenguas y naciones, que han pagado con la vida la fidelidad al Dios de la paz y de la fraternidad” (ibíd.). Y no sólo en momentos extraordinarios, sino en el esfuerzo diario de contribuir a mejorar el mundo para todos. De hecho, Kazajistán fue descrito por Juan Pablo II como “tierra de mártires y creyentes, tierra de deportados y héroes, tierra de pensadores y artistas” (Discurso durante la ceremonia de bienvenida, 22-IX-2001).
Una sinfonía de tradiciones culturales y religiosas
Durante el encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático, el Papa destacó la vocación de Kazajistán a ser “país del encuentro”, por su geografía y por su historia (Discurso en la sala de conciertos Qazaq, en Nursultán, 13-IX-2022). Allí viven cerca de 150 grupos étnicos y se hablan más de 80 lenguas. Es una vocación que merece ser animada y sostenida, junto con el fortalecimiento de su joven democracia. En este camino, el país ha tomado ya decisiones muy positivas, como el rechazo a las armas nucleares.
Tomando como símbolo el dombra –un tipo de laúd con dos cuerdas–, el Papa señaló con palabras de Juan Pablo II, que resuenan en el país las notas de dos almas, la asiática y la europea, que tienen una permanente “misión de conexión entre dos continentes” (Discurso a los jóvenes, 23-IX-2001); “un puente entre Europa y Asia”, un “eslabón de unión entre Oriente y Occidente” (Discurso en la ceremonia de despedida, 25-IX-2001). También alabó Francisco el concierto de los grupos étnicos y de las lenguas presentes en Kazajistán, con sus tradiciones culturales y religiosas variadas, que logra componer una gran sinfonía, “un taller multiétnico, multicultural y multirreligioso único”, un “país del encuentro”.
La sana laicidad, condición de ciudadanía libre
De hecho, la constitución del país, al definirlo como laico, prevé la libertad de religión. Esto equivale, dice Francisco, a una sana laicidad, que reconoce “el rol valioso e insustituible de la religión” y se contrapone al extremismo que la corroe. Representa así “una condición esencial para el trato equitativo de cada ciudadano, además de favorecer el sentido de pertenencia al país por parte de todos sus elementos étnicos, lingüísticos, culturales y religiosos”. Por tanto, “la libertad religiosa constituye el mejor cauce para la convivencia civil”.
También se fijaba el Papa en el significado del nombre “kazajo”, que evoca un caminar libre e independiente. La tutela de la libertad implica reconocer los derechos, acompañados de los deberes. Francisco aprovechó para aplaudir la abolición de la pena de muerte –en nombre del derecho de todo ser humano a la esperanza–, junto con la libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión; así como el fortalecimiento de los mecanismos democráticos en las instituciones y al servicio del pueblo, la lucha contra la corrupción y la protección de los más débiles.
Juan Pablo II llegó al país para sembrar esperanza, después de los trágicos atentados de las torres gemelas en Nueva York (2001). “Yo” –aseguró Francisco– “llego aquí mientras está en curso la insensata y trágica guerra originada por la invasión de Ucrania, mientras otros enfrentamientos y amenazas de conflictos ponen en peligro nuestra época”. Y añadió: “Vengo para amplificar el grito de tantos que imploran la paz, camino de desarrollo esencial para nuestro mundo globalizado”. Para esto –consideró– son necesarias la comprensión, la paciencia y el diálogo con todos.
La fraternidad se fundamenta en nuestro ser “criaturas”
En la apertura de la sesión plenaria del Congreso de líderes de religiones mundiales y tradicionales, el Papa se dirigió a los líderes y representantes de las religiones “en nombre de esa fraternidad que nos une a todos, como hijos e hijas del mismo cielo” (Discurso en el Palacio de la Independencia, Nursultán, 14-IX-2022). En su discurso citó abundantemente al poeta más célebre del país y padre de su literatura moderna, Abay Ibrahim Qunanbayuli (1845-1904), conocido popularmente como Abai. “Necesitamos” –afirmó Francisco– “encontrar un sentido a las preguntas últimas, cultivar la espiritualidad; necesitamos, decía Abai, mantener ‘despierta el alma y clara la mente’.
Un mensaje para una convivencia más armoniosa
En nuestros días, apuntaba el Papa, ha llegado la hora de una religiosidad auténtica, libre de fundamentalismos. La hora de rechazar los “discursos que […] han inculcado sospechas y desprecio respecto a la religión, como si fuera un factor de desestabilización de la sociedad moderna”. Concretamente, los discursos provenientes del ateísmo de Estado, con su “mentalidad opresora y sofocante por la cual el simple uso de la palabra ‘religión’ era incómodo”. “En realidad” –observa Francisco–, “las religiones no son un problema, sino parte de la solución para una convivencia más armoniosa”.
En la última parte del discurso señaló cuatro desafíos que las religiones pueden ayudar a vencer: la pospandemia (cuidando especialmente de los más débiles y necesitados); la paz (comprometiéndose en ella en nombre del Creador); la hospitalidad y acogida fraterna (porque todo ser humano es sagrado), especialmente de los migrantes; y al cuidado de la casa común, que es regalo del padre celestial.
Y por si alguien no tuviera claro en qué sentido pueden colaborar en todo esto los creyentes (aportando lo que cada uno tiene de positivo y purificándose de lo negativo), concluye el Papa: “No busquemos falsos sincretismos conciliadores —no sirven—, sino más bien conservemos nuestras identidades abiertas a la valentía de la alteridad, al encuentro fraterno. Sólo así, por este camino, en los tiempos oscuros que vivimos, podremos irradiar la luz de nuestro Creador”.
El Papa anima al “pequeño rebaño” cristiano abierto a todos
En su balance del viaje, señalaba el sucesor de Pedro: “En lo que se refiere a la Iglesia, me ha alegrado mucho encontrar una comunidad de personas contentas, alegres, con entusiasmo. Los católicos son pocos en ese vasto país. Pero esa condición, si se vive con fe, puede dar frutos evangélicos: sobre todo la bienaventuranza de la pequeñez, de ser levadura, sal y luz, contando únicamente con el Señor y ninguna forma de relevancia humana. Además, la escasez numérica invita a desarrollar las relaciones con los cristianos de otras confesiones, y también la fraternidad con todos.
Por tanto, pequeño rebaño, sí, pero abierto, no cerrado, no defensivo, abierto y confiado a la acción del Espíritu Santo, que sopla libremente donde y como quiere”. También recordó a los mártires: “Los mártires de ese Pueblo santo de Dios —porque ha sufrido decenios de opresión atea, hasta la liberación hace 30 años—, hombres y mujeres que han sufrido tanto por la fe durante el periodo de la persecución: asesinados, torturados, encarcelados por la fe” (Audiencia general, 21-IX-2022).
De hecho, en el encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes pastorales (cfr. Discurso en la catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, Nursultán, 14-IX-2022), el obispo de Roma les recordó que la fe se transmite con la vida y con el testimonio. Y para ello no son un obstáculo nuestras debilidades ni nuestra pequeñez, porque tenemos la fuerza de Cristo. Lo que necesitamos no es la ilusoria exhibición de nuestras fortalezas, sino la humildad dejarnos conducir por la gracia de Dios. Los fieles laicos deben ser, dentro de la sociedad, hombres y mujeres de comunión y de paz, rechazando los miedos y las quejas, con la ayuda de pastores cercanos y compasivos.
Ser cristianos significa “vivir sin venenos”
“Con ese pequeño pero alegre rebaño celebramos la Eucaristía, en Nursultán, en la plaza de la Expo 2017, rodeada de arquitecturas muy modernas. Era la fiesta de la Santa Cruz. Y eso nos hace reflexionar. En un mundo en el que progreso y retroceso se cruzan, la Cruz de Cristo sigue siendo el ancla de salvación: signo de la esperanza que no decepciona porque está fundada en el amor de Dios, misericordioso y fiel” (Audiencia general, 21-IX-2022).
En efecto, la homilía de la misa en la fiesta de la exaltación de la Cruz (14-IX-2022) fue toda una lección de teología pastoral sobre el sentido de la Cruz. Recordó Francisco el suceso de las serpientes que mordían a los israelitas durante el camino por el desierto, ycómo Dios le indicó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce para que el que la mirara quedase curado (cfr. capítulo 21 de Nm).
A partir de ahí, distinguió Francisco dos tipos de serpientes: primero, “las serpientes que muerden” (las murmuraciones, el desánimo, la desconfianza ante Dios, la violencia y la persecución atea y, como raíz de todo ello, el pecado). En segundo lugar, “la serpiente que salva”, que prefiguraba a Jesús, clavado sobre la cruz; de modo que “mirándolo a Él, podamos resistir las mordeduras venenosas de las serpientes malignas que nos atacan”. Los brazos de Jesús, extendidos sobre la cruz nos muestran la fraternidad que hemos de vivir entre nosotros y con todos: “el camino del amor humilde, gratuito y universal, sin condiciones y sin peros”.
En Kazajistán las religiones están al servicio de la paz
Finalmente, con motivo de la clausura del congreso, Francisco recordó el lema de su visita, alusivo a los creyentes de todas las religiones: “Mensajeros de la paz y de la unidad”. Y recordó que, tras los sucesos del 11 de septiembre de 2001, Juan Pablo II consideró que “era necesario […] reaccionar juntos ante el clima incendiario que la violencia terrorista quería provocar y que amenazaba con hacer de las religiones un factor de conflicto” (Discurso en el Palacio de la Independencia, Nursultán, 15-IX-2022). Por eso en 2002 convocó a los creyentes en Asís para rezar por la paz (24-I-2002).
Y añadió el Papa Bergoglio: “El terrorismo de matriz pseudorreligiosa, el extremismo, el radicalismo, el nacionalismo alimentado de sacralidad, fomentan todavía hoy temores y preocupaciones en relación a la religión”. “Por eso en estos días ha sido providencial reencontrarnos y reafirmar la esencia verdadera e irrenunciable de la misma”.
¿Y qué ha concluido el congreso en este sentido? En palabras de Francisco: “La Declaración de nuestro Congreso afirma que el extremismo, el radicalismo, el terrorismo y cualquier otra incitación al odio, a la hostilidad, a la violencia y a la guerra, cualquier motivación u objetivo que se propongan, no tienen relación alguna con el auténtico espíritu religioso y han de ser rechazados con la más resuelta determinación (cfr. n. 5); han de ser condenados, sin condiciones y sin peros”.
Política y religión
Kazajistán, situado en el corazón de Asia, ha sido el lugar para aclarar la relación entre política y religión (con su apelación a la trascendencia), entre las autoridades terrenas y la autoridad divina. Entre ellas hay distinción, no confusión ni separación. No haya confusión, porque el ser humano necesita libertad para volar hacia la trascendencia sin estar limitado por el poder terreno; tampoco debe traducirse la trascendencia en poder humano partidista. Al mismo tiempo, no hay separación entre política y trascendencia, puesto que, señaló el Papa, “las más altas aspiraciones humanas no pueden ser excluidas de la vida pública y relegadas al mero ámbito privado”; y por eso los Estados deben proteger la libertad religiosa, también frente a la violencia de extremistas y terroristas.
Recordó que la Iglesia Católica cree en la dignidad de cada persona, creada a imagen de Dios (cfr. Gn 1, 26). Cree también en la unidad de la familia humana sobre la base del mismo origen en Dios creador (cfr. Concilio Vaticano II, Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones con las religiones no cristianas, n. 1). Y considera que el diálogo interreligioso es un camino de paz, no solo posible sino imprescindible, sobre las huellas del camino del hombre, que es el camino de la Iglesia (cfr. Juan Pablo II, enc. Redemptor hominis, 14).
Francisco ha concluido señalando que “el hombre es el camino de todas las religiones”. Los creyentes estamos llamados, también en la pospandemia, a dar testimonio de la trascendencia (ese ir “más allá”, hacia la adoración), de la fraternidad y del cuidado de la creación. Y para ello conviene dejar especialmente paso a las mujeres y a los jóvenes.