En su homilía durante la misa de clausura del 52 Congreso eucarístico internacional (Budapest, 12-IX-2021), tomando pie del evangelio del día (cfr. Mc 8, 29), Francisco interpeló a los presentes en nombre del Señor: “Pero yo, ¿quién soy de verdad para ti?”. Una pregunta que pide una respuesta personal, una respuesta de vida. Y de esta respuesta –les decía– nace la renovación del camino de los discípulos, que es un camino de generosidad.
Eucaristía y anuncio, discernimiento y camino
Ese proceso tuvo lugar a través de tres pasos.
1) El anuncio de Jesús. Como representante de los discípulos, Pedro responde “¡Tú eres el Mesías!”. Pero sorprendentemente, Jesús ordena “que no dijeran nada a nadie de Él” (v. 30). ¿Por qué –se pregunta el Papa– semejante prohibición? Y responde: “Por una razón precisa, decir que Jesús es el Cristo, el Mesías, es exacto pero incompleto. Existe siempre el riesgo de anunciar un falso mesianismo, un mesianismo según los hombres y no según Dios”.
También por eso, a partir de aquel momento, Jesús comienza a revelarles su “identidad pascual”, que pasa a través de la humillación de la cruz (cfr. Mc8, 31 y 32). Y aquí viene el primer mensaje del Papa ese día: “La Eucaristía está ante nosotros para recordarnos quién es Dios. No lo hace con palabras, sino de forma concreta, mostrándonos a Dios como Pan partido, como Amor crucificado y entregado […] en la sencillez de un Pan que se deja partir, distribuir y comer. Está ahí para salvarnos. Para salvarnos, se hace siervo; para darnos vida, muere”. Y si mantenemos el asombro ante lo que el hace Jesús, nos abrimos al discernimiento con Él.
2) El discernimiento con Jesús. La cruz no está de moda, pero nos esclarece la diferencia entre “dos lógicas”: la lógica de Dios (de la humildad, del sacrificio y la generosidad) y la lógica de la mundanidad (apegada al honor y los privilegios, el prestigio y el éxito).
Nos puede pasar también a nosotros lo que le pasó a Pedro (que estaba apegado a “su” Jesús, pero no al verdadero Jesús): que llevemos “aparte” al Señor, que lo pongamos en un rincón del corazón, incluso que nos sintamos buenos, pero sin dejarnos conquistar por la lógica del verdadero Jesús, que nos pide purificar nuestra religiosidad ante su cruz, ante la Eucaristía. Por eso nos viene muy bien –la necesitamos– la adoración ante la Eucaristía. Segundo mensaje: “Dejemos que Jesús, Pan vivo, sane nuestras cerrazones y nos abra al compartir, nos cure de nuestras rigideces y del encerrarnos en nosotros mismos, nos libere de las esclavitudes paralizantes, de defender nuestra imagen, nos inspire a seguirlo adonde Él quiera conducirnos. No donde yo deseo”. Y así llegamos al tercer paso.
3) El camino con Jesús. Jesús le recrimina a Pedro, pero es para ayudarle a que rectifique (cambiando “su Jesús” por el verdadero Jesús) y le siga bien. “El camino cristiano no es una búsqueda del éxito, sino que comienza con un paso hacia atrás, con un descentramiento liberador, con el quitarse uno del centro de la vida”.
Entonces es cuando se puede caminar en pos de Jesús. Es decir, avanzar con su misma confianza (hijo amado de Dios), para servir y no ser servido (cfr. Mc 10, 45), ir al encuentro de los demás, en este mismo Cuerpo (¡la Iglesia!) que formamos con ellos por la Eucaristía. Para eso hemos de dejar que la Eucaristía nos transforme, como a los santos.
Tercer mensaje del día: “Como ellos, no nos contentemos con poco, no nos resignemos a una fe que vive de ritos y de repeticiones, abrámonos a la novedad escandalosa de Dios crucificado y resucitado, Pan partido para dar vida al mundo. Entonces viviremos en la alegría; y llevaremos alegría”.
En efecto, y así tenemos el mensaje central del Papa en este viaje: la Eucaristía nos transforma para que sepamos reconocer al Señor, discernir nuestro camino en pos de Él y servir a los demás.
Libertad, creatividad y diálogo
En su encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas en Bratislava (13-IX-2021), el Papa partió del pasaje de los Hechos de los apóstoles 1, 12-14, señalando que también nosotros hemos de caminar juntos según ese estilo: en la oración y en un mismo espíritu, acogiendo las preguntas y anhelos de los demás, evitando la autorreferencialidad, la preocupación excesiva por nosotros mismos, por nuestras estructuras, por cómo nos mira la sociedad. Concretó su enseñanza en tres palabras.
1) Primera palabra: libertad. Evocando la dura historia de Eslovaquia, señalaba Francisco. La libertad es necesaria, pero no es algo fácil y estático, es un camino fatigoso. No basta, explicaba, una libertad exterior, sino que la libertad llama a “ser responsables de las propias decisiones, a discernir, a llevar adelante los procesos de la vida en primera persona”. Y esto es arduo, esto nos da miedo, porque (como la travesía por el desierto después de la salida de Egipto) es un camino difícil.
También nosotros podemos tener la tentación de rechazar el riesgo de la libertad. Y evoca el relato de El Gran Inquisidor según Dostoyevski. Sintetiza el Papa: “Cristo regresa de incógnito a la tierra y el inquisidor le reprocha que haya dado la libertad a los hombres”.
Es la tentación de pensar que “es mejor tener todo predefinido —las leyes que deben observarse, seguridad y uniformidad—, más que ser cristianos responsables y adultos que piensan, interrogan la propia conciencia y se dejan cuestionar”.
Se trata –continuaba– de la tentación, en la vida espiritual y eclesial, “de buscar una falsa paz que nos deja tranquilos, en vez del fuego del Evangelio que nos inquieta, que nos transforma”. Pero entonces la Iglesia correría el riesgo de convertirse en un lugar rígido y cerrado, en una especie de desierto. Y esto, desde luego, no es atractivo, especialmente para las nuevas generaciones.
Por eso, les aconsejaba el Papa a los educadores y formadores eclesiales no tener miedo de formar a las personas en la libertad interior y la confianza en Dios. Les invita a rechazar una religiosidad rígida, preocupada por defender la propia imagen.
2) Segunda palabra: creatividad. Y aquí Francisco proponía dejarse iluminar por los santos Cirilo y Metodio, faros luminosos en la evangelización de Europa. Como ellos, también nosotros estamos llamados a inventar, en las culturas, un “nuevo alfabeto” para anunciar y transmitir el mensaje cristiano, para la inculturación de la fe. “Y esto” –señaló literalmente– “es quizá la tarea más urgente de la Iglesia en los pueblos de Europa”.
El sucesor de Pedro fotografía la realidad del país que le acoge, de una manera que se aplicar a otros muchos otros lugares de Europa y Occidente: “Tenemos de trasfondo una rica tradición cristiana, pero hoy, en la vida de muchas personas, esta permanece en el recuerdo de un pasado que ya no habla ni orienta ya las decisiones de la existencia. Ante la pérdida del sentido de Dios y de la alegría de la fe, no sirve lamentarse, atrincherarse en un catolicismo defensivo, juzgar y acusar al mundo malo, no; es necesaria la creatividad del Evangelio”, sabiendo que “el gran creativo” es el Espíritu Santo, que es quien nos impulsa a ser creativos.
Insiste el Papa: Cirilo y Metodio desplegaron y sembraron esta “creatividad nueva”, también con las dificultades e incomprensiones que encontraron. En el evangelio Jesús señala que el labrador siembra, después se va a su casa y duerme, sin querer controlar demasiado la vida, dejando que la semilla crezca, porque si no, acaba matando la planta.
3) Tercera palabra: diálogo. Junto con la formación en la libertad interior y la creatividad, es necesario el diálogo, asumiendo la fatiga de una búsqueda religiosa, también con el que no cree.
Sabe bien Francisco dónde está. Por eso recorre el camino de un buen educador en la perspectiva de la fe cristiana: “La unidad, la comunión y el diálogo siempre son frágiles, especialmente cuando en el pasado hay una historia de dolor que ha dejado cicatrices. El recuerdo de las heridas puede hacer caer en el resentimiento, en la desconfianza, incluso en el desprecio, induciendo a levantar barreras ante el que es distinto de nosotros. Pero las heridas pueden ser accesos, aberturas que, imitando las llagas del Señor, dejan pasar la misericordia de Dios, su gracia que cambia la vida y nos transforma en agentes de paz y de reconciliación”.
He aquí, por tanto, la propuesta del Papa para los educadores católicos de Eslovaquia (en armonía con cuanto les ha dicho también en sus encuentros ecuménicos e interreligiosos): un “camino en la libertad del Evangelio, en la creatividad de la fe y en el diálogo que brota de la misericordia de Dios”.
Amor, cruz y alegría
En diálogo con los jóvenes en Košice, Eslovaquia (14-IX-2021), el Papa Bergoglio respondió a tres preguntas con un lenguaje directo, atractivo y a la vez exigente.
A la primera, sobre el amor en la pareja, les respondió claramente: “El amor es el sueño más grande de la vida, pero no es un sueño de bajo costo. Es hermoso, pero no es fácil, como todas las grandes cosas de la vida. Es el sueño, pero no es un sueño fácil de interpretar. […] No banalicemos el amor, porque el amor no es sólo emoción y sentimiento, esto en todo caso es al inicio. El amor no es tenerlo todo y rápido, no responde a la lógica del usar y tirar. El amor es fidelidad, don, responsabilidad”.
Añadió que, hoy, la verdadera revolución consiste en rebelarse contra la cultura de lo provisional, ir más allá del instinto y del instante, amar para toda la vida y con todo nuestro ser. No estamos aquí para ir tirando, sino para hacer de nuestra vida algo heroico. “En las grandes historias” –les señaló– “siempre hay dos ingredientes: uno es el amor, el otro es la aventura, el heroísmo”. Por eso no hay que dejar pasar la vida como los episodios de una telenovela.
Y argumentaba: “Por eso, cuando sueñen con el amor, no crean en los efectos especiales, sino en que cada uno de ustedes es especial, cada uno de ustedes. Cada uno es un don y puede hacer de la propia vida un don. Los otros, la sociedad, los pobres los esperan. Sueñen con una belleza que vaya más allá de la apariencia, más allá del maquillaje, más allá de las tendencias de la moda”.
Francisco les anima a formar una familia, a compartir la vida con otra persona sin avergonzarse de la propia fragilidad. Porque el amor es amar al otro como es, y eso es hermoso. “Los sueños que tenemos nos hablan de la vida que anhelamos. Los grandes sueños no son el coche potente, la ropa de moda o el viaje transgresor”. Les aconseja no escuchar a los manipulares de felicidad, que les hablan de sueños y en cambio les vende espejismos.
El Papa les habla a los jóvenes, en su lenguaje, de vivir una vida única e irrepetible, una aventura y una historia fascinante. “No se trata de vivir sentados en el banquillo para reemplazar a otro. No, cada uno es único a los ojos de Dios. No se dejen ‘homologar’; no fuimos hechos en serie, somos únicos, somos libres, y estamos en el mundo para vivir una historia de amor, de amor con Dios, para abrazar la audacia de decisiones fuertes, para aventurarnos en el maravilloso riesgo de amar”. Audacia es, en efecto, sinónimo de verdadera juventud.
También les aconseja no olvidar sus raíces, que están en sus padres y sobre todo en sus abuelos. Hoy corremos el riesgo de llenarnos de mensajes virtuales y de perder las raíces reales. “Desconectarnos de la vida, fantasear en el vacío no hace bien, es una tentación del maligno. Dios nos quiere bien plantados en la tierra, conectados a la vida, nunca cerrados sino siempre abiertos a todos. Enraizados y abiertos”.
Les pide no dejarse llevar por el principio de “que cada uno se ocupe de lo suyo”, por la tristeza y el pesimismo, porque estamos hechos para elevar la mirada hacia el cielo y hacia los demás.
Al llegar aquí respondió a una segunda pregunta sobre cómo superar los obstáculos del camino hacia la misericordia de Dios. Francisco les aconsejó levantarse siempre y acudir a la confesión de los pecados. Pero sin poner en el centro los pecados, como castigados que deben humillarse, sino como hijos que corren a recibir el abrazo del Padre, la misericordia de Dios que perdona siempre en el sacramento de la alegría. Al que siente vergüenza, Francisco le dice que eso es bueno, porque es un signo de que no estamos conformes con nosotros mismos, de que podemos superarnos con la ayuda de Dios. Y al que le falta confianza en Dios, le anima a celebrar esa fiesta que en el cielo se hace cada vez que alguien se confiesa.
La última pregunta era sobre cómo animar a los jóvenes para no tengan miedo de abrazar la cruz. Y el Papa contesta que la cruz no se puede abrazar sola, porque el dolor por sí mismo no salva a nadie. “Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús renace la alegría, renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz”. Francisco se despidió de los jóvenes deseándoles esa alegría y que la lleven a sus amigos.