Enseñanzas del Papa

Esperanza y realismo en el camino

Tres temas cabe destacar entre las enseñanzas del Papa durante el mes de noviembre: la esperanza del Cielo, y sus consecuencias; la disposición para la fraternidad y la paz; la atención a los pobres y más necesitados. 

Ramiro Pellitero·4 de diciembre de 2022·Tiempo de lectura: 8 minutos
esperanza

La primera de ellas está ligada a las celebraciones propias de este mes de noviembre; la segunda, a su visita apostólica a Baréin; la tercera, a la Jornada mundial de los pobres.

Espera y sorpresa del Cielo 

La homilía del Papa en la misa por los cardenales y obispos difuntos a lo largo del año (2-XI-2022) se centró en dos palabras: espera y sorpresa.

La espera, explicó, expresa el sentido de la vida cristiana que va hacia el encuentro con Dios y la redención de nuestro cuerpo, resucitado y renovado (cf. Rem 8, 23). Allí el Señor, como dice bellamente el profeta Isaías, “aniquilará la muerte para siempre” y “enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Es 25, 7). Y eso, observa Francisco, es bello. En cambio, es feo cuando esperamos que nos enjugue las lágrimas alguien o algo que, por no ser Dios, no puede hacerlo. O peor aún, cuando ni siquiera tenemos lágrimas. ¿Qué quiere decir esto?

En primer lugar, conviene examinar el contenido de nuestra espera. A veces nuestros deseos no tienen que ver con el Cielo. “Porque corremos el riesgo de aspirar continuamente a cosas que pasan, de confundir deseos con necesidades, de anteponer las expectativas del mundo a la espera de Dios”. Eso es como “perder de vista lo que importa para ir tras el viento”, y sería “el error más grande de la vida”. Por eso nos conviene preguntarnos: “¿Soy capaz de ir a lo esencial o me distraigo con tantas cosas superfluas? ¿Cultivo la esperanza o sigo quejándome, porque le doy demasiado valor a tantas cosas que no cuentan y que luego pasarán?”.

La capacidad para tener lágrimas

La segunda observación (la capacidad para tener lágrimas) se puede ver en relación con la compasión y misericordia. Francisco lo explica con la sorpresa que encontramos en el Evangelio: “En el tribunal divino, el único mérito y acusación es la misericordia hacia los pobres y los descartados: ‘Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis’, sentencia Jesús (Mt 25, 40). El Altísimo parece estar en los más pequeños. Quien habita en los cielos vive entre los más insignificantes del mundo. ¡Qué sorpresa!”.

¿Y por qué será así?, cabría preguntar. Y cabría responder como lo hace Francisco: porque Jesús ha nacido y vivido pobre y humilde (desprendido de su condición divina) y se nos ha entregado gratuitamente (sin ningún mérito previo por nuestra parte). Y así nos revela la medida del valor de nuestra vida: el amor, la misericordia, la generosidad. 

Consecuencia, ahora, para nosotros: “Entonces, para prepararnos, sabemos qué hacer: amar gratuitamente y a fondo perdido, sin esperar nada a cambio, a los que están incluidos en su lista de preferencias, a los que no pueden devolvernos nada, a los que no nos atraen, a los que sirven a los pequeños”. Cuando llegue el juicio final, nos encontraremos, pues, con esa “sorpresa”, que deberíamos haber conocido, por ser cristianos. Por tanto, nos aconseja Francisco, “no nos dejemos sorprender nosotros también”. No endulcemos el sabor del Evangelio por conveniencia o comodidad, no lo atenuemos, no diluyamos su mensaje y las palabras de Jesús. 

¿Queremos cosas concretas?“De simples discípulos del Maestro pasamos a ser maestros de la complejidad, que hablan mucho y hacen poco, que buscan respuestas más ante el ordenador que ante el Crucifijo, en Internet en vez de en los ojos de los hermanos y hermanas; cristianos que comentan, debaten y exponen teorías, pero no conocen ni siquiera a un pobre por su nombre, no han visitado a un enfermo en meses, nunca han alimentado o vestido a alguien, jamás han hecho amistad con un indigente, olvidando que ‘el programa del cristiano es un corazón que ve’ (Benedicto XVI, Deus caritas esto, 31)”.

En definitiva, ante la pregunta: ¿Y cuándo te vimos…?, la respuesta es: ahora, cada día. Así lo explica el sucesor de Pedro. La respuesta más personal, la que espera el Señor de cada uno no son las aclaraciones y los análisis y las justificaciones (que sin duda son importantes y Él tiene y tendrá en cuenta). Lo más importante está en nuestras manos y cada uno somos responsables. 

Esta es la enseñanza, que nos interpela directamente, combinando la llamada a la esperanza con el realismo: “Hoy el Señor nos recuerda que la muerte viene a hacer la verdad sobre la vida y quita cualquier circunstancia atenuante a la misericordia. Hermanos, hermanas, no podemos decir que no sabemos. No podemos confundir la realidad de la belleza con el maquillaje hecho artificialmente”.

En último término, la medida de nuestra vida no es otra que el amor, entendido a fondo y con verdad, como Jesús lo vive y revela: “El Evangelio explica cómo vivir la espera: vamos al encuentro de Dios amando porque Él es amor. Y, en el día de nuestra despedida, la sorpresa será feliz si ahora nos dejamos sorprender por la presencia de Dios, que nos espera entre los pobres y heridos del mundo. No tengamos miedo de esa sorpresa: vayamos adelante en las cosas que nos dice el Evangelio, para ser juzgados como justos al final. Dios espera ser acariciado no con palabras, sino con hechos”.

Dilatar los horizontes de la fraternidad y de la paz

El viaje apostólico de Francisco al reino de Baréin (del 3 al 6 de noviembre) tenía como objetivo, según declaró el Papa al hacer su balance tres días después de volver (cfr. Audiencia general,9-XI-2022), dilatar los horizontes de la fraternidad y de la paz en nuestro mundo. Y se preguntaba, también ese día, por qué visitar un pequeño país con una mayoría musulmana, si hay muchos países cristianos… Y respondía con tres palabras: diálogo, encuentro y camino.

Diálogo, porque ese lugar -que avanza en la paz, a pesar de estar compuesto de muchas islas- muestra que el diálogo es el oxígeno de la vida. Y ello pide renunciar al egoísmo de la propia nación, la apertura a las demás, la búsqueda de la unidad (cfr. Gaudium et spes, 82) para avanzar, con la guía de los líderes religiosos y civiles, en los grandes temas que tenemos planteados a nivel universal: “el olvido de Dios, la tragedia del hambre, la protección de la creación, la paz”. Ese era el sentido del foro que el Papa fue a clausurar, titulado Oriente y Occidente por la convivencia humana. El diálogo debe fomentar el encuentro y rechazar la guerra. Francisco se refirió una vez más a la situación en Ucrania, como uno entre otros conflictos que no se pueden resolver mediante la guerra. 

No puede haber diálogo sin encuentro. El Papa se encontró con líderes musulmanes (el Gran Imán de Al-Azhar), con los jóvenes del colegio Sagrado Corazón, con el Consejo musulmán de ancianos, que promueve las relaciones entre las comunidades islámicas, en nombre del respeto, la moderación y la paz, oponiéndose al fundamentalismo y a la violencia.

Y así este viaje se inscribe en un camino. El camino que comenzó san Juan Pablo II cuando fue a Marruecos (en agosto de 1985), para ayudar al diálogo entre creyentes cristianos y musulmanes, que promueve la paz. El lema del viaje era: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. El diálogo, explica el Papa, no diluye la identidad propia, sino que la exige y la supone. “Si no tienes identidad, no puedes dialogar, porque ni siquiera entiendes lo que eres”.Francisco impulsó el diálogo en Baréin también entre cristianos, en su encuentro con cristianos de diversas confesiones y ritos en la catedral de Nuestra Señora de Arabia (4-XI-2022).

Y el diálogo lo necesitamos también los católicos entre nosotros. Así quedó claro en la misa celebrada en el estadio nacional (5-XI-2022) donde el Papa les habló de “amar siempre” (también a los enemigos) y “amar a todos”. Y también en el encuentro de oración en la iglesia del Sagrado Corazón de Manama (6-XI-2022), donde les habló de alegría, de unidad y de “profecía” (implicarse con los problemas de los demás, dar testimonio, llevar la luz del mensaje evangélico, buscar la justicia y la paz).

En su valoración del viaje, el Papa llamó de nuevo a “dilatar horizontes”: los horizontes de la fraternidad humana y de la paz. ¿Cómo hacerlo en concreto? Mediante la apertura a los demás, ampliando los propios intereses, dándose más a conocer. “Si te dedicas a conocer a los demás, nunca te sentirás amenazado. Pero si tienes miedo de los demás, tú mismo serás una amenaza para ellos. El camino de la fraternidad y de la paz, para avanzar, necesita de todos y cada uno. Yo doy la mano, pero si no hay otra mano al otro lado, no sirve de nada”.

El templo, el discernimiento y los pobres

Han transcurrido cinco años desde que Francisco instituyó la Jornada Mundial de los Pobres. En esta ocasión (cfr. Homilía, 13-XI-2022, y Mensaje para esta jornada, publicado el 13 de junio pasado), el Papa se refirió a la realidad del templo de Jerusalén, que muchos admiraban en su esplendor (cfr. Lc 21, 5-11). Ese templo, en la perspectiva cristiana, era prefiguración del verdadero templo de Dios, es decir, Jesús como cabeza de la Iglesia (cfr. Jn 2, 18-21).

Es algo que nos afecta personalmente. Porque ese trasfondo de la historia de la salvación y de la fe cristiana debe ser traducido en concreto, en el aquí y ahora de nuestra vida, mediante el discernimiento. Para mostrarlo, en esta ocasión el Papa se ha fijado en dos exhortaciones del Señor: “no os dejéis engañar”, y “dar testimonio”. 

Discernimiento para no dejarse engañar

Los oyentes de Jesús se preocupaban por cuándo y cómo se producirían los espantosos acontecimientos que les estaba anunciando (entre ellos la destrucción del templo). Tampoco nosotros, aconseja Francisco, hemos de dejarnos llevar por “la tentación de leer los hechos más dramáticos de manera supersticiosa o catastrófica, como si ya estuviéramos cerca del fin del mundo y ya no valiera la pena empeñarnos en nada bueno”. Jesús nos dice, en palabras del Papa: “Aprended a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, seguros de que estando cerca de Dios ni un cabello de vuestra cabeza perecerá” (Lc 21, 18).

Además, aunque la historia está llena de situaciones dramáticas, guerras y calamidades, eso no es el fin, ni es para paralizarse por el miedo o el derrotismo de quien piensa que todo está perdido y es inútil esforzarse. El cristiano no se deja atrofiar por la resignación ni por el desánimo. Ni siquiera en las situaciones más difíciles, “porque su Dios es el Dios de la resurrección y de la esperanza, que siempre nos levanta: con Él siempre se puede mira arriba, recomenzar y volver a empezar”. 

Ocasión de testimonio y trabajo

Y por eso la segunda exhortación de Jesús, después de “no os dejéis engañar”, está en positivo. Dice: “Esto os servirá de ocasión para dar testimonio” (v. 13).Se detiene el Papa en esa expresión: ocasión de dar testimonio. La ocasión significa tener la oportunidad de hacer algo bueno a partir de las circunstancias de la vida, aun cuando no sean las ideales. 

“Es un arte hermoso, típicamente cristiano: no ser víctimas de lo que sucede -el cristiano no es víctima y la psicología victimista es mala, nos hace daño-, sino aprovechar la oportunidad que se esconde en todo lo que nos pasa, el bien que se puede, ese poco bien que se pueda hacer, y construir incluso a partir de situaciones negativas”

Típica de Francisco es la afirmación, que repite aquí, de que toda crisis es una posibilidad y ofrece oportunidades de crecimiento (está abierta hacia Dios y los demás). Y que el mal espíritu intenta que la crisis se transforme en conflicto (algo cerrado, sin horizonte y sin salida). De hecho, al examinar o “releer” nuestra historia personal nos damos cuenta de que, con frecuencia, los pasos más importantes los hemos dado dentro de ciertas crisis o pruebas, donde no controlábamos del todo la situación.

Por ello, ante las crisis y conflictos que presenciamos -en relación con la violencia, el cambio climático, la pandemia, el paro laboral, las migraciones forzosas, la miseria, etc.- cada día, no podemos malgastar o derrochar el dinero, desperdiciar nuestra vida, sin tomar coraje y seguir adelante.

“Al contrario, demos testimonio” de que se puede construir un mundo algo más fraterno, seamos más valientes para ponernos al lado de los débiles, afrontemos esta historia que nos toca vivir (Aquí podemos ver una llamada a las obras de misericordia, al trabajo bien hecho, con espíritu de servicio, a la búsqueda de la justicia en nuestras relaciones con los demás, al mejoramiento de nuestra sociedad). “Siempre debemos repetirnos esto, especialmente en los momentos más dolorosos: Dios es Padre y está a mi lado, me conoce y me ama, vela sobre mí, no se duerme, me cuida y con Él no se perderá ni un cabello de mi cabeza”.

Pero no se queda ahí la cuestión (porque la fe se vive en las obras): “¿Y yo cómo respondo a esto? […] Al ver todo eso, ¿qué siento yo, como cristiano, que debo hacer en este momento?”. Alude Francisco a una vieja tradición cristiana, presente también en los pueblos de Italia: en la cena de Navidad, dejar un lugar vacío para el Señor que puede llamar a la puerta en la persona de un pobre necesitado. Pero, observa, ¿mi corazón tendrá un lugar libre para esa gente, o estaré muy ocupado con los amigos, los eventos y las obligaciones sociales?

“No podemos quedarnos” -concluye- “como aquellos de los que habla el Evangelio, admirando las hermosas piedras del templo, sin reconocer el verdadero templo de Dios, el ser humano, el hombre y la mujer, especialmente el pobre, en cuyo rostro, en cuya historia, en cuyas llagas está Jesús. Lo dijo Él. No lo olvidemos nunca”.

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