Enseñanzas del Papa

El Papa en junio. Hemos sido “rezados” por Jesús

Ha terminado la catequesis que el Papa ha dedicado a la oración desde el 6 de mayo del año pasado hasta el 16 de junio del presente. Ha sido un total de 38 audiencias generales.

Ramiro Pellitero·1 de julio de 2021·Tiempo de lectura: 5 minutos

Siguiendo las huellas del Catecismo de la Iglesia Católica, en esta serie de audiencias Francisco ha desarrollado diversos aspectos de la oración, subrayando su necesidad para el cristiano, cuyo corazón tiene nostalgia del encuentro con Dios.

Oración y creación

La oración a gritos de Bartimeo es un ejemplo de cómo la oración es una “relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero” (Catecismo, 2559), que surge de la fe y del amor. El hombre reza porque tiene nostalgia del encuentro con Dios (cfr. Audiencia general, 13-V-2020). 

La oración del cristiano nace de la revelación de Dios en Jesús. “Ese es el núcleo incandescente de toda oración cristiana. El Dios del amor, nuestro Padre que nos espera y nos acompaña” (Ibid.). De ahí brota la admiración ante la belleza y el misterio de la creación, que lleva “la firma de Dios”, junto el agradecimiento y la esperanza, también ante las dificultades. 

La oración en el Antiguo Testamento

El libro del Génesis testimonia la extensión del mal por el mundo, pero también la oración de los justos al Dios de la vida. Por eso la oración que se enseña para que la hagan los niños es una semilla de vida. Refiere el Papa el caso de un jefe de gobierno ateo, que encontró a Dios porque recordó que “la abuela rezaba”.  

La oración de Abraham acompaña su historia personal de fe.La “lucha” de Jacob con Dios le revela la fragilidad humana, le cambia el corazón y le da un nuevo nombre (Israel). Moisés, con su vida de oración, llega a ser el gran legislador, liturgo y mediador, “puente” e intercesor ante Dios por su pueblo, pero siempre humilde. David será pastor y del rey, santo y pecador, víctima y verdugo; la oración, hilo conductor de su vida, le da nobleza y le pone en las manos de Dios. Elías nos enseña la necesidad del recogimiento y la primacía de la oración para no equivocarnos en la acción  

La gran escuela de oración en el Antiguo testamento son los salmos, Palabra de Dios que nos enseña a hablar con Él. Los salmos muestran que la oración es la salvación del ser humano, siempre que sea una oración verdadera, que nos lleve al amor de Dios y de los demás. Por eso, no reconocer la imagen de Dios en los demás es un “ateísmo práctico”, un sacrilegio, una abominación, una grave ofensa que no puede llevarse ante el altar (cfr. Audiencia general, 21-X-2020). Esto es un acento muy propio de Francisco, en la línea de los Padres de la Iglesia.

Jesús y la oración, la Virgen y la Iglesia

Jesús era hombre de oración. Reza en su bautismo, abriendo la brecha de su única oración filial en la que nos quiere introducir, acoger, a partir de Pentecostés. Ante todo con su perseverancia en la oración, Jesús es maestro de oración. Sin ella nos falta como el oxígeno para para ir adelante. Hemos de orar con valentía y humildad, también en la noche de la fe y del silencio de Dios. También el Espíritu Santo reza siempre en nuestros corazones.

En la oración de la Virgen María destaca su docilidad y disponibilidad a los planes divinos (cfr. Lc 2, 19). Y con ella y tras ella, la Iglesia, comunidad cristiana, persevera en oración, junto con las otras tres “coordenadas” (la predicación, la caridad y la Eucaristía, cfr. Hch 2, 42), que garantizan el discernimiento de la acción del Espíritu Santo para el anuncio y el servicio.

Dimensiones de la oración

Como decía Péguy, la esperanza del mundo reside en la bendición de Dios (cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud, 1911). Y la mayor bendición de Dios es su propio Hijo. Los frutos de la bendición de Dios –señala con experiencia Francisco–se pueden experimentar incluso en una prisión o en un centro de desintoxicación. Todos debemos dejarnos bendecir y bendecir a los demás (un tema recurrente en la predicación del Papa).

El modelo para nuestra oración de petición y de súplica es el Padrenuestro, de modo que llegamos a participar de la misericordia y la ternura de Dios. La acción de gracias se dilata en el encuentro con Jesús (cfr. Lc 17, 16), especialmente en la Eucaristía, cuyo significado es precisamente acción de gracias. Aun en medio de la dificultad que encuentra su misión, Jesús nos enseña la oración de alabanza, quebrota de su corazón al contemplar cómo su Padre favorece a los pequeños y a los sencillos (cfr. Mt 11, 25). Esa alabanza nos sirve a nosotros, especialmente en los momentos oscuros, porque nos llena de esperanza y nos purifica, como manifiesta san Francisco en su “cántico al hermano sol” o “cántico de las criaturas”. 

Los apoyos, el camino y las formas de la oración

La oración con las Sagradas Escrituras nos ayuda a acoger la Palabra de Dios para hacerla carne en nuestra vida, por la obediencia y la creatividad. Igualmente el Concilio Vaticano II enseñó la importancia de la liturgia para oración y para la vida cristiana llamada a ser un sacrificio espiritual (cf. Rm 12, 1), una ofrenda a Dios y un servicio a los demás y al mundo, una levadura del Reino. Y esto, aunque seamos frágiles.

“La oración nos abre de par en par a la Trinidad” (Audiencia general, 3-III-2021). Y si Jesús es el redentor, el mediador, María es quien nos señala al mediador (Odighitria). La oración del cristiano es oración en comunión con María. 

La buena oración nunca es una oración “solitaria” sino difusiva en la comunión de los santos, que incluye los santos de todos los días, santos escondidos o “santos de la puerta de al lado”, con los que nos une una “solidaridad misteriosa”.

Y la Iglesia entera es maestra de oración: en la familia, la parroquia y las demás comunidades cristianas. Todo en la Iglesia nace y crece en la oración, también las necesarias reformas. La oración es aceite para la lámpara de la fe. Solo con la oración se mantiene la luz, la fuerza y el camino de la fe. 

En cuanto a las formas de oración, la oración vocal es un “elemento indispensable de la vida cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2701), particularmente el Padrenuestro. Y no solo para los más pequeños y sencillos, sino para todos. Cuando pasan los años, la oración es como el ancla de la fidelidad. Como aquel peregrino ruso, que aprendió el arte de la oración repitiendo la misma invocación: “¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de nosotros, pecadores!”

La meditacióncristiana se aplica preferentemente a los misterios de Cristo y busca el encuentro con Él, con la ayuda imprescindible del Espíritu Santo. Llega a ser oración contemplativa cuando el que reza, como el santo cura de Ars, se siente mirado por Dios. También la oración es combate, a veces duro, largo y oscuro, que ha de vencer ciertos obstáculos (desaliento, tristeza y decepción; distracciones, aridez y pereza), con vigilancia, esperanza y perseverancia. Aunque en ocasiones puede parecer que Dios no nos concede lo que pedimos, no hemos de perder la certeza de ser escuchados (cfr. Audiencia general, 26-V-2021) como se ve en el caso de aquel obrero que fue en tren hasta el santuario de Luján para pedir toda la noche por su hija enferma, que se curó milagrosamente. 

Hemos sido “rezados” por Jesús 

En definitiva, Jesús es modelo y alma de toda oración (Audiencia general, 2-VI-2021). Hemos de sabernos siempre sostenidos por su oración, en favor nuestro ante el Padre.

Por nuestra parte, debemos perseverar en la oración, sabiendo compaginarla con el trabajo. Una oración que alimente nuestra vida y se alimente de ella, y que mantenga encendido el fuego del amor que Dios espera del cristiano. 

Laoración pascual de Jesús por nosotros (cfr. Audiencia general, 16-VI-2021), en el contexto de su pasión y muerte (en la última cena, en el huerto de Getsemaní y en la cruz). nos enseña no solo la importancia de nuestra oración, sino también que “hemos sido rezados” por Jesús. “Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte y resurrección todo ha sido ofrecido por nosotros”. Y de ahí ha de brotar nuestra esperanza y nuestra fortaleza para ir adelante, dando con toda nuestra vida gloria a Dios.

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