Enseñanzas del Papa

Amar y servir más y mejor

En junio el Papa ha continuado su catequesis sobre la oración. Mientras muchos países se preparaban para la vuelta a la normalidad tras la fase aguda de la pandemia de Covid-19, ha despedido el mes de mayo con una carta a los sacerdotes de Roma en la solemnidad de Pentecostés. Entre las homilías de las grandes fiestas, destacamos las correspondientes a Pentecostés y al Corpus Christi. 

Ramiro Pellitero·1 de julio de 2020·Tiempo de lectura: 5 minutos

La carta a los sacerdotes de Roma (31 de mayo de 2020) está impregnada de enseñanzas sobre el ministerio sacerdotal, en buena parte extraídas de la experiencia de la pandemia y con vistas a la nueva etapa post-pandemia. 

Para “más amar y servir”

Cabe exponerlas en cuatro pasos, introducidos todos ellos por un mensaje central: “La nueva fase nos pide sabiduría, previsión y cuidado común, de manera que todos los esfuerzos y sacrificios hasta ahora realizados no sean en vano”.

1) Mantener la esperanza viva y operativa. La esperanza es don y tarea y, por tanto, pide una colaboración sustancial por nuestra parte. También la primera comunidad apostólica vivió “momentos de confinamiento, aislamiento, miedo e incertidumbre” entre la muerte de Jesús y su aparición como Resucitado (cf. Jn 20, 19). En nuestro caso, observa Francisco, “vivimos comunitariamente la hora del llanto del Señor” cuando nos tocó “la hora también del llanto del discípulo” ante el misterio de la Cruz y del mal.

2) Discernir para entregar y compartir.En nuestra cultura adormecida por el estado de bienestar se puso de manifiesto –señala el Santo Padre– “la falta de inmunidad cultural y espiritual ante los conflictos”. También ahora hemos de vencer las tentaciones que van desde conformarnos con actividades paliativas ante las necesidades de nuestros hermanos, hasta refugiarnos en nostalgias de tiempos pasados, pensando que “ya nada será lo mismo”

Pero el Resucitado no esperó a situaciones ideales. Jesús ofreció sus manos y su costado llagado como camino de resurrección. De ahí que el Papa nos anime a ver las cosas como son, a dejarnos consolar por Jesús, compartir el sufrimiento ajeno, sentir a los otros como carne de nuestra carne, no temer tocar sus heridas, compadecernos y experimentar así que las distancias se borran. En suma: “Saber llorar con los demás, esto es santidad” (exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 76) y para eso hemos recibido el Espíritu Santo (cfr. Jn 20, 22).

3) Además, la fe nos permite una imaginación realista y creativa. Si la situación que acabamos de pasar nos ha enfrentado con la realidad, no tengamos miedo de seguir haciéndolo ante las necesidades de nuestros hermanos: “La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final” (Gaudete et exsultate, 109).

4) Asumir la responsabilidad con generosidad, es lo que nos pide ahora el Resucitado: no dar la espalda a nuestro pueblo, sino acompañarle y curarle, con valentía y compasión, evitando todo escepticismo y fatalismo.  

“Pongamos en las manos llagadas del Señor” –nos aconseja el Papa–, “como ofrenda santa, nuestra propia fragilidad, la fragilidad de nuestro pueblo, la de la humanidad entera”

Y así el Señor nos transformará como al pan en sus manos, nos bendecirá y nos entregará a su pueblo para que llenen de esperanza el mundo. De nosotros depende también el “más amar y servir”. 

Vencer el narcisismo, el victimismo y el pesimismo

En su homilía de Pentecostés (31-V-2020), Francisco nos ha invitado a saber recibir el don del Espíritu Santo:don de la unidad que reúne a la diversidad. 

Al escoger a los apóstoles, Jesús no los uniformó ni los convirtió en ejemplares producidos en serie. Luego, con la venida del Espíritu Santo, su unción realiza ese don de la unión en la diversidad. Lo que nos une es la realidad y la conciencia de ser hijos amados de Dios y no la pretensión de que los demás tengan las mismas ideas que nosotros.

Por eso tampoco hemos de dejarnos llevar por quienes sociológicamente nos clasifican, a los cristianos, en grupos y tendencias, quizá para bloquearnos. “El Espíritu” –señala el sucesor de Pedro– “abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, Él lleva más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada”. Así somos capaces de crecer dándonos: “no preservándonos, sino entregándonos sin reservas”.  

¿Qué es lo que nos impide darnos?, se pregunta el Papa. Y responde que “tres son los principales enemigos del don […], siempre agazapados en la puerta del corazón: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo”. El narcisismo lleva a pensar solo en uno mismo, sin ver las propias fragilidades y errores. El victimismo lleva a quejarse siempre, pero quejarse sobre todo de los demás, porque no nos entienden y nos contrarían. El pesimismo lleva a pensar que todo está mal que es inútil entregarse.

Se trata de tres dioses o mejor tres ídolos, que Francisco caracteriza con trazos rápidos: “En estos tres —el ídolo narcisista del espejo, el dios espejo; el dios-lamentación: ‘me siento persona cuando me lamento’; el dios-negatividad: ‘todo es negro, todo es oscuridad’— nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros”.

Y nos invita a rezar para pedir que seamos curados de estos tres enemigos: “Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos. Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén”.

La Eucaristía: “memorial” de Dios que nos sana

La homilía en el Corpus Christi (14-VI-2020) contiene una profunda enseñanza sobre la Eucaristía como “memorial”: memorial de la Pascua del Señor, y también memorial de nuestra fe de nuestra esperanza y de nuestro amor. “Memorial de Dios” que nos sana, dice el Papa. Y por ello cabría decir memorial del corazón, dando al termino corazón todo su sentido bíblico, pues “un hombre vale lo que vale su corazón” (san Josemaría Ecrivá).

En primer lugar, la Eucaristía “sana la memoria huérfana”. Es decir, “la memoria herida por la falta de afecto y las amargas decepciones recibidas de quien habría tenido que dar amor pero que, en cambio, dejó desolado el corazón”. La Eucaristía nos infunde un amor más grande, el amor mismo de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En segundo lugar, la Eucaristía sana nuestra memoria negativa. Esa “memoria” que “siempre hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que estamos equivocados”.

Jesús viene para decirnos que no es así. Que somos valiosos para él, que ve siempre lo bueno y lo bello en nosotros, que desea nuestra compañía y nuestro amor. “El Señor sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones”. Y –con buenos ejemplos en esta época de pandemia– explica el Papa cómo “sana” la Eucaristía: “contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de negatividad. Con Jesús podemos inmunizarnos contra la tristeza”. 

Tercero, la Eucaristía sana nuestra memoria cerrada, que nos hace temerosos y suspicaces, cínicos o indiferentes, arrogantes…, egoístas. Todo eso, observa el sucesor de Pedro, “es un engaño, pues solo el amor cura el miedo de raíz y nos libera de las obstinaciones que aprisionan”. Jesús viene a liberarnos de esas corazas, bloqueos interiores y parálisis del corazón.

La Eucaristía nos ayuda a levantarnos para ayudar a los demás, que tienen hambre de comida, de dignidad y de trabajo. Nos invita a establecer auténticas cadenas de solidaridad. Además de unirnos personalmente con Cristo, nos capacita para edificar el misterio de comunión que es la Iglesia y participar de su misión (ver también el Angelus del mismo día, 14 de junio).

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