¿En qué se parece un ser vivo a una catedral? La tradición cristiana ha comparado la vida cristiana a un organismo vivo y también a una catedral. En los dos casos se logra una armonía, sin desaparecer la tensión entre los distintos elementos que constituyen ambas realidades.
Por eso cabría decir: la vida cristiana, apoyada en las virtudes, es como una “catedral viva”: un edificio espiritual que cada cristiano contribuye, con toda su vida, a edificar en sí mismo y en los demás; y que se alza lleno de belleza, para gloria de Dios y una vida más plena de los hombres.
El miércoles 22 de mayo concluyó la catequesis del Papa sobre los vicios y las virtudes, comenzada el 27 de diciembre del año pasado. En total han sido veintiún miércoles casi sin interrupción. Francisco desarrolló sus enseñanzas en dos grandes partes.
Por seguir con nuestra metáfora, en la primera parte advierte de posibles deformaciones o defectos de esa “catedral viva” (los vicios); en la segunda parte presenta la belleza y armonía de algunos elementos principales (las virtudes).
El combate contra los vicios capitales
Los dos primeros miércoles los dedicó a introducir el tema destacando dos aspectos claves en la vida cristiana. En primer lugar, guardar el corazón (cfr. Audiencia general 27-VII-2023).
El libro del Génesis (cap. 3) presenta la figura de la serpiente, seductora y dialéctica, con su tentación acerca del árbol de la ciencia del bien y del mal. Se trataba de una medida de prudencia que Dios había utilizado con el hombre y la mujer, para preservarlos de la presunción de omnipotencia: una amenaza peligrosa y siempre actual.
Pero entraron en diálogo con el diablo, cosa que nunca hay que hacer. “El diablo es un seductor. Nunca dialogar con él, porque es más inteligente que todos nosotros y nos lo hará pagar. Cuando llegue la tentación, nunca dialogues. Cierra la puerta, cierra la ventana, cierra tu corazón”. Ser custodios del corazón, señala el Papa, es una gracia, una sabiduría y un tesoro que hay que pedir.
En segundo lugar, el combate espiritual (cfr. Audiencia general 3-I-2024). “La vida cristiana –enuncia Francisco– exige un continuo combate”, para conservar la fe y enriquecer sus frutos en nosotros. Ya antes del bautismo los catecúmenos reciben una unción que los ayuda y fortalece para esa lucha: “Un cristiano debe luchar: su existencia, como la de todos los demás, tendrá también que bajar a la arena, porque la vida es una sucesión de pruebas y tentaciones”.
Pero las tentaciones no son algo malo de por sí. El mismo Jesús se puso en fila con los pecadores para ser bautizado por Juan en el Jordán. Y quiso ser tentado en el desierto para darnos ejemplo y asegurarnos que está siempre a nuestro lado.
“Por eso –señala el sucesor de Pedro– es importante reflexionar sobre los vicios y las virtudes”. Esto “nos ayuda a superar la cultura nihilista en la que los contornos entre el bien y el mal permanecen borrosos y, al mismo tiempo, nos recuerda que el ser humano, a diferencia de cualquier otra criatura, siempre puede trascenderse a sí mismo, abriéndose a Dios y caminando hacia la santidad”.
Concretamente, “el combate espiritual nos conduce a mirar desde cerca aquellos vicios que nos encadenan y a caminar, con la gracia de Dios, hacia aquellas virtudes que pueden florecer en nosotros, llevando la primavera del Espíritu a nuestra vida”.
En estrecha relación con lo que la catequesis cristiana llama pecados capitales, el obispo de Roma se detuvo en algunos vicios (cfr. Audiencias generales, del 10 de enero al 6 de marzo); la gula, que debe ser vencida con la sobriedad; la lujuria, que devasta las relaciones entre las personas y socava el auténtico sentido de la sexualidad y el amor; la avaricia, que se opone a la generosidad especialmente con los más necesitados; la ira, que destruye las relaciones humanas hasta perder la lucidez, mientras que el Padrenuestro nos invita a perdonar como somos perdonados; la tristeza del alma que se cierra en sí misma, sin recordar que un cristiano encuentra siempre la alegría en la resurrección de Cristo; la pereza, sobre todo en forma de acedia (que incluye la falta de fervor en la relación con Dios); la envidia y la vanagloria, que se curan con el amor a Dios y al prójimo; y, finalmente, la soberbia, a la que se opone la humildad.
El actuar virtuoso
Tras la catequesis sobre los vicios vino la catequesis sobre las virtudes, comenzando por una consideración general sobreel actuar virtuoso(Audiencia general, 13-III-2024). “El ser humano –explicaba el Papa– está hecho para el bien, que le realiza verdaderamente, y también puede practicar este arte, haciendo que ciertas disposiciones se hagan permanentes en él”. Estas son las virtudes. El término latino Virtus subraya la fortaleza que supone toda virtud. El griego areta señala algo que resalta y suscita admiración.
Las virtudes han permitido a los santos ser plenamente ellos mismos, realizar la vocación propia del ser humano. “En un mundo deformado, debemos recordar la forma en la que hemos sido plasmados, la imagen de Dios que está impresa para siempre en nosotros”.
La virtud requiere una lenta maduración, porque es una “disposición habitual y firme a hacer el bien” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1803), fruto del ejercicio de la verdadera libertad en cada acto humano. Para adquirir la virtud, lo primero que necesitamos es la gracia de Dios; también, la sabiduría que es un don del Espíritu Santo, que implica apertura mental, aprender de los errores, buena voluntad (capacidad de elegir el bien, mediante el ejercicio ascético y rehuyendo los excesos).
Un excelente libro sobre las virtudes es el de Guardini, publicado en español como Una ética para nuestro tiempo, en un mismo volumen con otra obra suya, La esencia del cristianismo, Madrid 2006, pp. 207 ss.
Explicaba el sucesor de Pedro: “Retomando los autores clásicos a la luz de la revelación cristiana, los teólogos imaginaron el septenario de las virtudes –las tres teologales y las cuatro cardinales– como una suerte de organismo viviente en el que cada virtud ocupa un espacio armónico. Hay virtudes esenciales y virtudes accesorias, como pilares, columnas y capiteles. Quizá nada como la arquitectura de una catedral medieval puede dar la idea de la armonía que existe en el ser humano y de su continua tensión hacia el bien” (Audiencia general, 20-III-2024).
El Papa analiza las virtudes tal como se presentan podríamos decir fenomenológicamente o se describen según la sabiduría humana; profundiza en ellas con la luz del Evangelio, con referencia al Catecismo de la Iglesia Católica; y, sin olvidar los obstáculos que hoy podemos encontrar en el camino hacia esas virtudes, señala los medios para lograrlas o acrecentarlas.
Francisco expuso las virtudes cardinales según el orden tradicional: la prudencia (cuya exposición complementó con la paciencia), la justicia, la fortaleza y la templanza. Esto tuvo lugar en las audiencias generales desde el 20 de marzo al 17 de abril.
Es prudente –señaló– quien sabe “custodiar la memoria del pasado” y la vez sabe prever, pensando en el futuro, para obtener los medios que necesita el fin que se propone. En el Evangelio hay muchos ejemplos de prudencia (cfr. Mt 7, 24-27; Mt 25, 1-3).
Y el Señor anima combinar la sencillez y la astucia cuando dice:“Yo os envío como ovejas entre lobos; sed entonces prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas” (Mt 10,16). E interpreta el Papa: “Es como si dijera que Dios no sólo quiere que seamos santos, sino que quiere que seamos ‘santos inteligentes’, porque sin prudencia ¡equivocarse de camino es cuestión de un momento!”.
La justicia, sostuvo, debe caracterizar nuestra vida cotidiana e informar nuestro lenguaje con sencillez, sinceridad y agradecimiento. Lleva a venerar y respetar las leyes, a buscar el bien para todos y, por tanto, a vigilar el propio comportamiento, para pedir perdón o sacrificar un bien personal si es necesario. Busca el orden y aborrece el favoritismo. Ama la responsabilidad y es ejemplar.
Respecto a la fortaleza, observó: “En nuestro cómodo Occidente, que ha ‘aguado’ un poco todo, que ha convertido el camino de la perfección en un simple desarrollo orgánico, que no necesita luchar porque todo le parece igual, sentimos a veces una sana nostalgia de los profetas. (…) Necesitamos que alguien nos levante del ‘blando lugar’ en el que nos hemos acomodado y nos haga repetir con decisión nuestro ‘no’ al mal y a todo lo que conduce a la indiferencia.(…); ‘sí’ al camino que nos hace progresar, y para ello debemos luchar”.
Explicó la virtud cardinal de latemplanza como dominio de sí mismo, que lleva a la madurez personal y social.
La vida de la gracia según el Espíritu
Enseña Francisco que las virtudes cardinales no han sido sustituidas por el cristianismo, pero sí han quedado enfocadas, purificadas e integradas en la fe cristiana en lo que llamamos “la vida de la gracia según el Espíritu” (cfr. Audiencia general, 24-IV-2024).
Para ello con el bautismo se nos infunde las semillas de tres virtudes que llamamos teologales, porque se reciben y se viven en relación con Dios (vida de la gracia): la fe, la esperanza y la caridad (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1813).
“El riesgo de las virtudes cardinales –señaló el Papa– es generar hombres y mujeres heroicos en el hacer el bien, pero que actúan solos, aislados”. “En cambio –replicó–, el gran don de las virtudes teologales es la existencia ‘vivida en el Espíritu Santo’. El cristiano nunca está solo. Hace el bien no por un esfuerzo titánico de compromiso personal, sino porque, como humilde discípulo, camina detrás del Maestro Jesús. Él va delante en el camino. El cristiano posee las virtudes teologales, que son el gran antídoto contra la autosuficiencia”.
Precisamente para evitar esto, son de gran ayuda las virtudes teologales: porque todos somos pecadores y nos equivocamos muchas veces; porque “la inteligencia no siempre es lúcida, la voluntad no siempre es firme, las pasiones no siempre se gobiernan, la valentía no siempre vence el miedo”. “Pero si abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo, el Maestro interior, Él reaviva en nosotros las virtudes teologales. Así, cuando perdemos la confianza, Dios aumenta nuestra fe; cuando nos desalentamos, despierta en nosotros la esperanza; y cuando nuestro corazón se enfría, Él lo enciende con el fuego de su amor”. La fe –dirá el miércoles siguiente– nos permite ver incluso en la oscuridad; la caridad nos da un corazón que ama incluso cuando no es amado; la esperanza nos hace intrépidos contra toda esperanza.
Francisco expuso las virtudes teologales en las audiencias generales del 1 al 15 de mayo.
Señaló que un gran enemigo de la fe es el miedo (cfr. Mc 4, 35-41) que se vence confiando en nuestro Padre del cielo. La esperanza es la respuesta al sentido de la vida, y se apoya también en la fuerza de la resurrección de Cristo, que capacita para tener un corazón joven como el de Simeón y Ana. La caridad, a diferencia del amor que está en boca de muchos influencers, tiene que ver con el verdadero amor a Dios y al prójimo: “No el amor que sube, sino el que baja; no el que quita, sino el que da; no el que aparece, sino el que está oculto”.“El amor es la ‘puerta estrecha’ por la que debemos pasar para entrar en el Reino de Dios. Porque al atardecer de la vida no seremos juzgados por el amor genérico, sino juzgados precisamente por la caridad, por el amor que hemos dado concretamente” (cfr. Mt 25,40).
Finalmente,el Papa dedicó una audiencia a lahumildad (cfr. Audiencia general, 22-V-2024). “La humildad conduce todo a la justa dimensión: somos criaturas maravillosas, pero limitadas, con méritos y defectos” (cfr. Gen 3, 19). A los cristianos, la ciencia nos ayuda a asombrarnos ante el misterio que nos rodea y nos habita, sin soberbia ni arrogancia.
Modelo de humildad, concluyó, es sobre todo María, como manifiesta en su canto Magnificat.