Para tiempos de crisis, los cristianos acudimos a la fe, que tiene que ver con la confianza; y esto se traduce en que, como Jesús, hemos de cuidar de los demás y del mundo que nos rodea.
Con esta propuesta, Francisco se sitúa en plena continuidad con los comienzos de su pontificado, en el camino de su undécimo aniversario. Entonces (13-V-2013) perfiló su programa a la sombra de san José, cuya misión, fruto de su fe, no fue otra que custodiar los dones de Dios y servir a su plan amoroso de salvación.
En las semanas pasadas, tras su viaje a Marsella, el 4 de octubre el Papa inauguró los trabajos de la Asamblea sinodal sobre la sinodalidad en su primera fase. El mismo día vio la luz la exhortación apostólica Laudate Deum sobre la crisis climática. A mitad de mes firmó la exhortación apostólica C’est la confiance, en el 150 aniversario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús.
Marsella: el “estremecimiento” de la fe vivida
El Papa fue a Marsella para participar en la celebración de los Encuentros Mediterráneos, en la que obispos y alcaldes del área llevan adelante un proceso para fomentar un mundo más humano, donde tenga lugar la esperanza y la fraternidad. En el trasfondo está la compleja cuestión de los migrantes que llegan -o mueren-, por ejemplo, atravesando el Mediterráneo.
El viaje lo clausuró en el estadio Vélodrome, con la Misa donde planteó que “necesitamos un estremecimiento” como el de Juan Bautista en el seno de su madre Isabel, al recibir la visita de María que llevaba consigo al Mesías.
“Este estrecimiento”, señaló el sucesor de Pedro, “es lo contrario de un corazón aburrido, frío, acomodado a una vida tranquila, que se blinda en la indiferencia y se vuelve impermeable, que se endurece, insensible a todo y a todos, aun al trágico descarte de la vida humana, que hoy es rechazada en tantas personas que emigran, así como en tantos niños no nacidos y en tantos ancianos abandonados” (homilía 23-IX-2023). Un resumen del mensaje del Papa en Marsella podría ser: hay que optar por la fraternidad frente a la indiferencia.
El Sínodo desde la confianza
Las dos intervenciones del Papa (una homilía y un discurso al principio de la Asamblea sinodal de octubre), marcaron el tono de los trabajos de esas semanas.
La homilía del 4 de octubre arrancó contemplandola oración de Jesús al Padre: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt 11, 25). Esa oración representa la mirada de Jesús, en medio de las dificultades que se encuentra (las contradicciones, las acusaciones, la persecución).
Experimenta una verdadera “desolación pastoral”, pero no se desanima: “En el momento de la desolación, por tanto, Jesús tiene una mirada que alcanza a ver más allá: alaba la sabiduría del Padre y es capaz de discernir el bien escondido que crece, la semilla de la Palabra acogida por los sencillos, la luz del Reino de Dios que se abre camino incluso durante la noche”.
Participar de la mirada de Jesús
Desde esa mirada de Jesús, y sendas referencias a san Juan XXIII (cfr. Alocución en el comienzo del Concilio Vaticano II, 11-X-1962) y a Benedicto XVI (cfr. Meditación al comienzo del sínodo sobre la nueva evangelización, 8-X-2012), Francisco declara: “Esta es la principal tarea del Sínodo: volver a poner a Dios en el centro de nuestra mirada, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia”. Y todo ello a impulsos del Espíritu Santo.
Solo así, añade, podremos ser, como proponía san Pablo VI, una Iglesia que “se hace coloquio” (encíclica Ecclesiam suam, n. 34), “que no impone cargas sino un yugo suave” (Mt 11, 30).
En tercer lugar, esa mirada de Jesús, que bendice y acoge, y que queremos hacer nuestra, “nos libra de caer en algunas tentaciones peligrosas”. Tres tentaciones señala Francisco: la rigidez, la tibieza y el cansancio. Frente a ellas, la mirada de Jesús nos vuelve “humildes, vigorosos y alegres”, capaces en medio de las divisiones y conflictos fuera y dentro de la Iglesia, que hay que “reparar” y “purificar”, como hizo san Francisco de Asís. No en sí misma, se entiende, que es santa e intocable por su lado divino, sino en nosotros. “Porque todos nosotros somos un Pueblo de pecadores perdonados -ambas cosas: pecadores y perdonados-, siempre necesitados de volver a la fuente, que es Jesús, y emprender de nuevo los caminos del Espíritu para que llegue a todos su Evangelio”.
El Espíritu Santo, protagonista de la armonía
En el discurso del mismo día 4 de octubre, Francisco comenzó señalando por qué había escogido el tema de la sinodalidad para este sínodo (un tema nada fácil). Fue uno de los temas que deseaban los obispos del mundo, junto con el de los sacerdotes y la cuestión social.
Después de recordar, como tantas veces estos meses pasados, lo que “no” es un sínodo (ni un parlamento ni una reunión de amigos), subrayó un tema muy querido para Él: en el Sínodo hay un protagonista principal que no somos ninguno de nosotros, el Espíritu Santo.
“No olvidemos, hermanos y hermanas, que el protagonista del Sínodo no somos nosotros: es el Espíritu Santo. Y si el Espíritu está entre nosotros para guiarnos, será un buen Sínodo. Si entre nosotros hay otras maneras de avanzar por intereses humanos, personales, ideológicos, no será un Sínodo, será una reunión más parlamentaria, que es otra cosa. El Sínodo es un camino que hace el Espíritu Santo”.
Él nos une en armonía, la armonía de todas las diferencias. Si no hay armonía, no hay Espíritu: es Él quien la hace”.
El Espíritu Santo es como una madre que guía y consuela; como el posadero al que el buen samaritano confió a aquel hombre que había quedado apaleado en el camino (cfr. Lc 10, 25-37). El discernimiento sinodal consiste precisamente en aprender a escuchar las voces diferentes del Espíritu. En rechazar las tentaciones de la crítica “bajo la mesa” y de la mundanidad espiritual. En priorizar no el hablar, sino el escuchar. Escuchar en esta “pausa” que la Iglesia entera hace durante este mes, como un sábado santo a la escucha de lo que el Espíritu Santo nos quiera hacer ver.
Laudate Deum, sobre la crisis climática
La confianza en Dios, propia de la fe (de ahí el término “fiel” = el que tiene confianza), nos da también la capacidad de confiar en quienes nos rodean. Y nos lleva a cuidar lo que pertenece al bien común, comenzando por la dignidad humana y el cuidado de la Tierra para todos.
La exhortación Laudate Deum (LD) es una continuación de la encíclica Laudato si’ (LS)sobre el cuidado de la casa común (2015).
Un drama moral
En el marco de la Doctrina social de la Iglesia, el Papa parte, también aquí, de la mirada asombrada de Jesús ante las maravillas de la creación de su Padre: “Mirad los lirios del campo…” (Mt 6, 28-29). Ahora, por contraste y en muchos casos, se trata de un verdadero drama moral que implica diversos casos de lo que se denomina “pecado estructural” (cfr. encíclica Sollicitudo rei socialis, 36; Catecismo de la Iglesia Católica, 1869).
Francisco afirma rotundamente la existencia de la crisis climática global (nn. 5-19) en la que las causas humanas, si no son las únicas, cuentan notablemente, por más que a veces se niegue o se dude en la opinión pública; también afirma que algunos daños y riesgos serán irreversibles quizá durante cientos de años. Y que más vale prevenir una catástrofe que lamentarla por negligencia. “Se nos pide nada más que algo de responsabilidad ante la herencia que dejaremos tras nuestro paso por este mundo” (n. 18). Además, como ha puesto de manifesto la pandemia del covid-19, todo está conectado y nadie se salva solo.
Lamenta el paradigma tecnocrático que sigue avanzando detrás de la degradación del ambiente. Se trata de un modo de pensar “como si la verdad, el bien y la realidad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico” (LS 105); como si todo se resolviera mediante un crecimiento infinito o ilimitado (LS 106). Por eso es necesario repensar nuestro uso del poder (LS 24 ss.), su sentido y sus límites, máxime en ausencia de una ética sólida y una espiritualidad verdaderamente humana.
Falta de una política internacional eficaz
De ahí pasa, en un tercer punto, a denunciarla debilidad de la política internacional (LS 34 ss) y el papel de las conferencias sobre el clima con sus avances y fracasos. Las negociaciones no avanzan a causa de los países que ponen sus intereses nacionales por delante del bien común global (LS 169), con lo que eso supone de “falta de conciencia y de responsabilidad” (LD 52).
El quinto apartado lo dedica el Papa a las expectativas ante la COP28 de Dubái (Emiratos Árabes Unidos), prevista para celebrarse del 20 de noviembre al 12 de diciembre de 2023. “Necesitamos superar la lógica de aparecer como seres sensibles y al mismo tiempo no tener la valentía de producir cambios sustanciales” (LD 56).
El sexto y último punto del documento expone las “motivaciones espirituales” (nn. 61 ss.) “que brotan de la propia fe”, sobre todo para los fieles católicos, a la vez que alienta que se haga lo mismo para los otros creyentes. El reconocimiento de Dios como creador, el respeto por el mundo, la sabiduría que de ahí dimana y el agradecimiento por todo ello se condensan en la actitud misma de Jesús, cuando contemplaba la realidad creada e invitaba a sus discípulos a cultivar actitudes semejantes (cfr. n. 64). Además, el mundo será renovado en relación con Cristo resucitado, que envuelve a todas las criaturas y las orienta a un destino de plenitud, de modo que hay mística en las realidades más pequeñas y que “el mundo canta un Amor infinito: ¿cómo no cuidarlo?” (n. 65).
Ante el paradigma tecnocrático, la cosmovisión judeocristiana invita a sostener un “antropocentrismo situado”, es decir, que la vida humana se sitúa en el contexto de todas las criaturas que conforman una “familia universal” (LS 89, LD 68).
La propuesta del Papa para los fieles católicos es clara: individualmente, reconciliarnos con el mundo que nos alberga, embellecerlo con la propia aportación. Al mismo tiempo, fomentar adecuadas políticas nacionales e internacionales. En todo caso, lo que importa -afirma Francisco- es “recordar que no hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades, y no hay cambios culturales sin cambios en las personas” (LD 70). Y en esto caben importantes signos culturales -que pueden incentivar los procesos de transformación a nivel social y político- a nivel personal, familiar y comunitario: “El esfuerzo de los hogares por contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia, va creando una nueva cultura” (LD 71). Así se podrá avanzar “en la senda del cuidado mutuo”.
C’est la confiance: el “secreto” de santa Teresita
La exhortación C’est la confiance (abreviamos como CC) sobre la confianza en el Amor misericordioso de Dios, en el 150 aniversario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (15-X-2023), propone literalmente el mensaje de santa Teresita: “La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor” (n. 1). Y añade Francisco: “Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos” (CC 2).
La “atracción” de Jesús
El primer apartado, “Jesús para los demás”, destaca dos luces que brillan en la relación de Teresita con Jesús.
Primero, sualma misionera, porque, como en todo encuentro auténtico con Cristo, su experiencia de fe la convocaba a la misión. “Teresita pudo definir su misión con estas palabras: ‘En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar’” (CC 9).
Además, ella entiende que Jesús, al atraerla hacia sí, atrae hacia Él también a las almas que ella ama, sin tensiones ni esfuerzos. Esto sucede sobre la base de la gracia del Bautismo y por la acción del Espíritu Santo, que, efectivamente, nos libera de la autorreferencialidad, de una santidad centrada en uno mismo.
El segundo apartado, “el caminito de la confianza y del amor”, expresa el mensaje de esta gran santa, que comprendió lo que Dios pide a los “pequeños”. Un mensaje también conocido como “el camino de la infancia espiritual”. Se trata de un camino que, como bien señala el Papa, todos pueden vivir, y que, cabría añadir, ha encontrado otras formas y expresiones en santos como Carlos de Foucauld y Josemaría Escrivá.
Más allá de todo mérito, el abandono cotidiano
Y explica Francisco llegando al núcleo teológico de su documento: frente a una idea pelagiana de santidad (cfr. Gaudete et exsultate, nn. 47-62), “Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia” (CC 17).
¿Qué pide Jesús de nosotros? No pide grandes hazañas, sino “únicamente abandono y gratitud”. Esto no significa, por nuestra parte, admitir cierto conformismo o quietismo, sino que, apunta el Papa con referencia a la santa, “su confianza sin límites alienta a quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores a dejarse llevar y transformar para llegar alto” (CC 21).
Como vamos viendo, esta confianza y abandono no se refieren únicamente a la propia santificación y a la salvación, sino que abarcan la vida entera, liberándola de todo temor: “La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz” (CC 24). Es el “santo abandono”.
En medio de la oscuridad, una firmísima esperanza
Esta confianza, incluso en medio de la oscuridad espiritual más absoluta, la vivió Teresita identificándose personalmente con la oscuridad que Jesús quiso experimentar en el calvario por los pecadores. Ella “se siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a la mesa con los pecadores (cfr. Mt 9,10-13). Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión amorosa con el Señor” (CC 26).
La mirada en la infinita misericordia de Dios, junto con la conciencia del drama del pecado (recoge el Papa el relato de la santa en relación con la condena del criminal Henri Pranzini) construyen el trampolín desde el que Teresita formula su mensaje.
Amor y sencillez en el corazón de la Iglesia
El tercer apartado de la exhortación formula densamente ese mensaje: “Seré el amor”. Ella, observa el sucesor de Pedro, es un ejemplo de cómo el amor a Dios es a la vez eclesial y personalísimo, de corazón a corazón. “En el corazón de la Iglesia, mi Madre”, -decidió-, “yo seré el amor”. Y añade Francisco: “Tal descubrimiento del corazón de la Iglesia es también una gran luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo” (CC 41).
Precisamente “de este modo llegaba a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el don total para los demás” (CC 44). Y esto expresa “el corazón del Evangelio” (CC 48).
Concluye el Papa señalando que “todavía necesitamos recoger esta intuición genial de Teresita y sacar las consecuencias teóricas y prácticas, doctrinales y pastorales, personales y comunitarias. Se precisan audacia y libertad interior para poder hacerlo” (CC 50).