Enseñanzas del Papa

Comunicar y compartir la esperanza

El Papa Francisco anima a los comunicadores de todo el mundo a recordar la esencia de la vocación del periodista para devolver a la comunicación su sentido original.

Ramiro Pellitero·2 de marzo de 2025·Tiempo de lectura: 7 minutos

¿Cuáles han sido el primer mensaje y el primer gran acontecimiento del Año Santo? El Papa los dedicó al mundo de la comunicación. Sucedió poco antes de su ingreso en el hospital.

Como ha sido frecuente, caben dos lecturas de sus enseñanzas. Primera, la de sus interlocutores inmediatos, no solo los presentes en la plaza de san Pedro, sino en este caso todos los comunicadores profesionales. Segunda, la de todos los cristianos, e incluso todas las personas, llamadas a comunicar, en este Año jubilar, especialmente la esperanza.

Comunicadores de esperanza

En su mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones (fechado el 24-I-2025, la Jornada se celebrará el 1 de junio) y en el marco del año jubilar, Francisco invita especialmente a los profesionales de este campo a ser comunicadores de esperanza.

¿Cómo?: “Comenzando por una renovación de su trabajo y misión según el espíritu del Evangelio”.

En la introducción de su mensaje, Francisco echa una mirada a cómo se presenta hoy la comunicación (a menudo llena de prejuicios y provocadora de odio y de heridas). Y señala, como otras veces, “la necesidad de ‘desarmar’ la comunicación, de purificarla de la agresividad”.Desarmar la comunicación es un presupuesto para poder comunicar propiamente. 

En segundo lugar, explica, hoy no debemos reducir la comunicación a un slogan, que amenaza con hacer “prevalecer el paradigma de la competencia, de la contraposición, de la voluntad de dominio y posesión, de manipulación de la opinión pública”.

Existe también un tercer fenómeno preocupante: la “dispersión programada de la atención”. Es decir, el hecho de que los sistemas digitales nos perfilan según las leyes del mercado, y van modificando nuestra percepción de la realidad. Nos vuelven individualistas desinteresados por el bien común e incapaces de escuchar para comprender al otro.Sus rostros se difuminan y podemos fácilmente convertirlos en “enemigos”. Mientras tanto, ante esa distorsión de la realidad, se dificulta la esperanza. 

El sucesor de Pedro cita aquí a Bernanos: “Solo esperan los que han tenido el valor de desesperar de las ilusiones y de las mentiras en las que encontraban una seguridad que tomaban falsamente por esperanza. […] La esperanza es un riesgo que correr. Incluso es el riesgo de los riesgos” (La libertad, ¿para qué? Madrid 1989, 91-92).

Pero, advierte el Papa, para los cristianos la esperanza –virtud escondida, constante y paciente– es imprescindible. 

¿Y por qué? Porque, como decía Benedicto XVI, es una virtud “performativa”, es decir, capaz de cambiar la vida: “Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (enc. Spe salvi, n. 2).

A continuación, el mensaje de Francisco sugiere tres caminos para la comunicación sobre todo la de los cristianos, pero de diversos modos también para otros muchos: dar razón de nuestra esperanza; esperar juntos; no olvidar el corazón. El primero, tomado de san Pedro; el segundo, desarrollado por Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi (2007); el tercero, vinculado al magisterio de Francisco, sobre todo en su encíclica Dilexit nos (“Nos amó”, 2024).

Dar razón de nuestra esperanza

Dar razón con mansedumbre de la esperanza que hay en nosotros”, propone el Papa, siguiendo la primera carta de Pedro (cfr. 3, 15-16). En ella, Francisco ve la relación entre la esperanza, el testimonio y la comunicación cristiana. Fundados en Cristo resucitado, hemos de dar –con delicadeza y respeto– razón de nuestra esperanza. Cristo vive con nosotros a través del Espíritu Santo que nos ha dado y nos llega a cada uno por el bautismo. 

En esa carta de san Pedro, Francisco detecta tres mensajes: 

Primero, en cuanto al fundamento de nuestra esperanza. Lo que hace posible y realista la esperanza es que Cristo vive y el Espíritu Santo actúa en nosotros la vida y la fuerza de Cristo. 

Segundo, en cuanto a nuestra responsabilidad: hemos de estar dispuestos (y la manera de entender esta “disposición” por parte del Papa es muy exigente) a dar esa “razón” de nuestra esperanza. Es exigente porque no significa solo hablar; sino reflejar “la belleza de su amor, una forma nueva de vivir todas las cosas”. Y esto es así porque “es el amor vivido el que suscita la pregunta y exige la respuesta: ¿por qué viven así?, ¿por qué son así?”.

Tercer mensaje, en cuanto al modo de dar razón de nuestra esperanza. Dice san Pedro: “con delicadeza y respeto”. Y añade Francisco: con mansedumbre y proximidad, como compañeros de camino, siguiendo el ejemplo de Jesús con los discípulos de Emaús. 

Por eso –señala el Papa con el lenguaje de los tejedores de sueños–, sueño con una comunicación que sepa hacernos compañeros de camino de tantos hermanos y hermanas nuestros, para reavivar en ellos la esperanza en un tiempo tan atribulado”. Esa comunicación debe ser “capaz de hablar al corazón, no de suscitar reacciones pasionales de aislamiento y de rabia, sino actitudes de apertura y amistad”; de “apostar por la belleza y la esperanza aun en las situaciones aparentemente más desesperadas;capaz de generar compromiso, empatía, interés por los demás”; “que nos ayude a reconocer la dignidad de cada ser humano y [a] cuidar juntos nuestra casa común” (enc. Dilexit nos, 217).

Y prosigue insistiendo en la relación entre comunicación y esperanza: “Sueño con una comunicación que no venda ilusiones o temores, sino que sea capaz de dar razones para esperar”(y evoca el estilo de Martin Luther King). Pero eso nos pide curarnos de la autorreferencialidad y de los discursos inútiles. Así podremos lograr que los otros puedan sentirse incluidos en la esperanza que proponemos y ser “peregrinos de la esperanza”, como dice el lema del Jubileo.

La esperanza se vive juntos

El jubileo proclama la esperanza como un proyecto a la vez personal y comunitario. Caminamos –vivimos– juntos y juntos traspasamos la Puerta Santa. 

Y por ello el jubileo, apunta Francisco, tiene muchas implicaciones sociales. Nos interpelan los detenidos en las cárceles, los que sufren o están marginados. 

A los comunicadores, como parte de los que trabajan por la paz que “serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9) el jubileo nos pide una “comunicación atenta, tranquila, reflexiva, capaz de indicar caminos de diálogo”.

Por ello el sucesor de Pedro les anima a contar “historias de bien” escondidas entre los pliegues de la crónica; como imitando a los buscadores de oro que criban la arena para buscar la minúscula pepita. “Es hermoso encontrar estas semillas de esperanza y darlas a conocer”.

La esperanza es tarea del corazón

La esperanza –observa el Papa– se vive desde el corazón. Esto quiere decir “ser mansos y no olvidar nunca el rostro del otro; hablar al corazón”. No dejarse llevar por las reacciones instintivas, sino “sembrar esperanza siempre, aun cuando sea difícil, aun cuando cueste, aun cuando parezca no dar fruto”. 

La esperanza lleva a intentar practicar una comunicación que sepa “sanar las heridas de nuestra humanidad”. 

Aquí Francisco da una clave central: la confianza del corazón. Pues, en efecto, la esperanza tiene que ver esencialmente con la confianza (con la fe, ya a nivel humano) y con el amor. La confianza-esperanza, llamémosle así, en que el futuro será mejor para los hijos, para los niños, para los pobres. 

Nadie niega que se trata de un reto, pero nos hace mucha falta: “una comunicación no hostil, que difunda una cultura del cuidado, que construya puentes y atraviese los muros visibles e invisibles de nuestro tiempo”; un “contar historias llenas de esperanza, teniendo en cuenta nuestro destino común y escribiendo juntos la historia de nuestro futuro”. Y como el Papa habla para cristianos (aunque no exclusivamente), concluye que esa comunicación es posible contando con la gracia de Dios que el Jubileo nos ayuda a recibir en abundancia.

La vocación de los periodistas

El 25 de enero tuvo lugar el Jubileo de los comunicadores, primer acontecimiento del Año Santo.

En su discurso, que no llegó a leer pero remitió a los participantes, Francisco comenzó recordando a aquellos que han perdido la vida en el servicio a esta tarea –solo en el último año, más de 120– y a los que están en la cárcel por haber sido fieles a la profesión de informar –más de 500. Para estos pidió la liberación, y ha defendido la libertad de prensa y de pensamiento junto con el derecho a una información veraz.

La vocación y la misión de los periodistas –señaló luego– es fundamental en nuestra sociedad. En la comunicación importa no solo lo que se narra –los hechos– sino cómo se realiza, para alimentar la esperanza, crear puentes y abrir puertas, y no lo contrario. 

Coraje y liberación del corazón

A continuación, Francisco profundizó, en su diálogo con los informadores, a partir de dos preguntas que estos le han dirigido. 

En primer lugar, el coraje: “ese impulso interior, esa fuerza que surge del corazón y que nos permite afrontar las dificultades y los retos sin dejarnos abrumar por el miedo”. 

La palabra “coraje” –añade el Papa– podría recapitular todas las reflexiones de las Jornadas mundiales de las comunicaciones sociales de los últimos años. 

Al llamamiento para la liberación de los periodistas detenidos, añade ahora Francisco el llamamiento de la “liberación de la fuerza interior del corazón”

Exhorta el Papa a aprovechar el Jubileo para renovar o redescubrir este coraje. ¿En qué consiste? 

Pongamos de nuevo en el centro del corazón el respeto por lo más elevado y noble de nuestra humanidad, evitemos llenarlo de lo que se pudre y lo pudre. Las elecciones que cada uno de nosotros hace cuentan, por ejemplo, para expulsar esa ‘podredumbre cerebral’ causada por la adicción al continuo scrolling, ‘deslizamiento’, en las redes sociales, elegida por el Diccionario de Oxford como palabra del año”. 

Y se pregunta el Papa: “¿Dónde encontrar la mejor cura para esta enfermedad sino trabajando, todos juntos, en la educación, especialmente en la de los jóvenes?” 

Para ello –propone– necesitamos una “alfabetización mediática”, es decir: una educación en el pensamiento crítico y en el discernimiento, de modo que crezcamos personalmente y participemos activamente en nuestras comunidades.

Necesitamos empresarios valientes, ingenieros informáticos valientes, para que no se corrompa la belleza de la comunicación. Los grandes cambios no pueden ser el resultado de una multitud de mentes dormidas, sino que comienzan con la comunión entre corazones iluminados”.

Como san Pablo, que se convirtió a raíz de un encuentro con la luz de Cristo resucitado camino de Damasco y la posterior explicación que le dio Ananías, también el trabajo de la comunicación puede prestar ese servicio: “Encontrar las palabras adecuadas para esos rayos de luz que pueden tocar el corazón y hacernos ver las cosas de otra manera”.

Contar y compartir la esperanza

San Pablo cuenta tres veces el acontecimiento de su conversión en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Con motivo de este Jubileo, exhorta el sucesor de Pedro a los comunicadores: 

Cuenten también historias de esperanza, historias que alimenten la vida. Que su arte de contar historias (storytellling) sea también arte de contar historias de esperanza  (hopetelling). Cuando cuenten el mal, dejen espacio para la posibilidad de remendar lo que está desgarrado, para que el dinamismo del bien pueda reparar lo que está roto. Siembren interrogantes”.

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