San Pablo se opone a la “hipocresía” (Gal 2, 13). En la Sagrada Escritura hay ejemplos donde se combate la hipocresía, como el del anciano Eleazar. Y, sobre todo, las apelaciones de Jesús hacia algunos fariseos.
Amor a la verdad, sabiduría y fraternidad
“El hipócrita” –señala Francisco– “es una persona que finge, adula y engaña porque vive con una máscara en el rostro y no tiene el valor de enfrentarse a la verdad. Por eso, no es capaz de amar de verdad –un hipócrita no sabe amar–, se limita a vivir del egoísmo y no tiene la fuerza de mostrar con transparencia su corazón” (Audiencia general 25-VIII-2021).
Hoy tenemos también muchas situaciones en las que se puede dar la hipocresía, en el trabajo, en la política y también en la Iglesia: “Obrar en contra de la verdad significa poner en peligro la unidad de la Iglesia, por la que el mismo Señor rezó” (ibíd.). La hipocresía es uno de los peligros de aferrarse al formalismo de preferir la antigua Ley a la nueva Ley de Cristo.
El apóstol Pablo desea avisar a los Gálatas de esos peligros en que pueden caer y llega a llamarles “insensatos” (cfr. Ga 3, 1), es decir, faltos de sentido. Son insensatos, explica el Papa, porque se aferran a “una religiosidad basada únicamente en la observancia escrupulosa de preceptos” (Audiencia general, 1-IX-2021), olvidando lo que nos justifica: la gratuidad de la redención de Jesús y que la santidad viene del Espíritu Santo.
Y así, observa Francisco, san Pablo nos invita también a reflexionar: ¿cómo vivimos la fe? ¿Es Cristo con su novedad el centro de nuestra vida o nos conformamos con los formalismos? Y nos exhorta el Papa: “Pidamos la sabiduría de darnos cuenta siempre de esta realidad y de expulsar a los fundamentalistas que nos proponen una vida de ascesis artificial, lejos de la resurrección de Cristo. La ascesis es necesaria, pero la ascesis sabia, no artificial” (ibíd.).
La sabiduría cristiana se enraíza en la novedad de la revelación cristiana. Por el bautismo, somos hechos hijos de Dios. Una vez que “ha llegado la fe” en Jesucristo (Ga 3, 25), se crea la condición radicalmente nueva que nos sumerge en la filiación divina. La filiación de la que habla Pablo ya no es aquella general que implica a todos los hombres y mujeres en cuanto hijos e hijas del único Creador. El apóstol afirma que la fe permite ser hijos de Dios “en Cristo” (v. 26).
He ahí la “novedad”: “Quien acoge a Cristo en la fe, por el bautismo es revestido de Él y de la dignidad filial (cfr. v. 27)”. Y no se trata de un “revestirse” exterior. En la Carta a los Romanos, Pablo llegará a decir que, en el bautismo, morimos con Cristo y fuimos sepultados con Él para poder vivir con Él (cfr. 6, 3-14). “Cuantos lo reciben” –señala Francisco– “se transforman a fondo, en lo más íntimo, y poseen una vida nueva, la que permite dirigirse a Dios e invocarlo con el nombre de ‘Abbà’, es decir, papá” (Audiencia general, 8-IX-2021).
Se trata, pues, de una identidad nueva, que supera las diferencias a nivel étnico-religioso. Por eso, entre los cristianos, ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón y mujer (cfr. Ga 3, 28), sino, en efecto, solo hermanos. Y esto era entonces algo revolucionario y sigue siéndolo. Los cristianos –propone Francisco– hemos de rechazar, primero entre nosotros, las diferencias y discriminaciones, que tantas veces hacemos de modo inconsciente, para hacer concreta y evidente la llamada a la unidad de todo el género humano (cfr. Lumen gentium, 1).
De esta manera vemos cómo el amor a la verdad que la fe cristiana propone se transforma en sabiduría promueve la fraternidad entre todas las personas.
Fe con obras, libertad y apertura a todas las culturas
En la catequesis del 29 de septiembre el sucesor de Pedro explicó el significado de la justificación por la fe y la gracia, como consecuencia de la “iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1990). No somos nosotros los que nos salvamos por nuestros esfuerzos o méritos. Es Jesús quien nos “justifica”. Así es: nos hace justos o santos (pues para la Escritura la justicia y la santidad de Dios se identifican).
Pero de ahí no debemos concluir que para Pablo la Ley mosaica ya no tenga valor; de hecho, permanece como don irrevocable de Dios, es —escribe el Apóstol— santa (Rm 7, 12). También para nuestra vida espiritual –observa Francisco– es esencial cumplir los mandamientos, pero tampoco en esto podemos contar sólo con nuestras fuerzas: es fundamental la gracia de Dios que recibimos de Cristo: “De Él recibimos ese amor gratuito que nos permite, a la vez, amar de forma concreta” (Audiencia general, 29-IX-2021).
De este modo podemos comprender una afirmación del apóstol Santiago que podría parecer lo contrario de lo que dice san Pablo: “Ya veis como el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente […] Porque, así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (St 2, 24.26).
Esto quiere decir que la justificación, que la fe obra en nosotros, pide nuestra correspondencia con las obras. Por eso las enseñanzas de los dos apóstoles son complementarias. Desde ahí, nosotros hemos de imitar el estilo de Dios, que es de cercanía, compasión y ternura: “La fuerza de la gracia necesita combinarse con nuestras obras de misericordia, que estamos llamados a vivir para manifestar lo grande que es el amor de Dios” (ibíd.).
La libertad cristiana es un don que brota de la Cruz: “Precisamente ahí donde Jesús se ha dejado clavar, se ha hecho esclavo, Dios ha puesto la fuente de la liberación del hombre. Esto no deja de sorprendernos: que el lugar donde somos despojados de toda libertad, es decir la muerte, pueda convertirse en fuente de la libertad” (Audiencia general, 6-X-2021). Con plena libertad, Jesús se ha entregado a la muerte (cfr. Jn 10, 17-18) para obtenernos la vida verdadera.
Por tanto,la libertad cristiana se funda en la verdad de la fe, queno es una teoría abstracta, sino la realidad de Cristo vivo, que ilumina el sentido de nuestra vida personal. Mucha gente que no ha estudiado, ni siquiera sabe leer y escribir, pero ha entendido bien el mensaje de Cristo, tiene esa sabiduría que les hace libres.
Este camino cristiano de la verdad y de la libertad, señala Francisco, es un camino esforzado y fatigoso, pero no imposible, porque en él nos sostiene el amor que viene de la cruz, y ese amor nos revela la verdad, nos da la libertad y, con ella, la felicidad.
El miércoles siguiente Francisco mostraba cómo la fe cristiana, que san Pablo predica con el corazón inflamado por el amor de Cristo, no lleva a renunciar a las culturas o las tradiciones de los pueblos; sino a reconocer las semillas de verdad y de bien que en ellas se contienen, las abre al universalismo de la fe y las lleva a plenitud.
Esto es lo que se llama inculturación del Evangelio: “Ser capaces de anunciar la Buena Noticia de Cristo Salvador respetando lo que de bueno y verdadero existe en las culturas”, aunque no sea fácil, por la tentación de imponer el propio modelo cultural (Audiencia general, 13-X-2021). Y su fundamento es la Encarnación del Hijo de Dios, que se ha unido en cierto modo con todo hombre (cf. Gaudium et spes, n. 22).
Por eso, deducía Francisco,el nombre Iglesia católica no es una denominación sociológica para distinguirnos de otros cristianos.“Católico es un adjetivo que significa universal: la catolicidad, la universalidad. Iglesia universal, es decir católica, quiere decir que la Iglesia tiene en sí, en su naturaleza misma, la apertura a todos los pueblos y culturas de todo tiempo, porque Cristo ha nacido, muerto y resucitado por todos” (Audiencia general, ibíd.).
¿Qué significa esto en nuestro momento actual de cultura tecnológica? Que la libertad que nos otorga la fe –proponía– nos pide estar en constante camino, para “inculturar” el Evangelio también en nuestra cultura digital.
Y así vemos cómo la fe cristiana, que vive en las obras, se abre a las culturas con el mensaje del Evangelio, fomenta el diálogo entre ellas y saca lo mejor de cada una.
Servir y madurar bajo la guía del Espíritu Santo
Por el bautismo –insistió después el Papa– “hemos pasado de la esclavitud del miedo y del pecado a la libertad de los hijos de Dios” (Audiencia general, 20-X-2021). Pero según san Pablo, esta libertad no es en absoluto “un pretexto para la carne” (Gal 5,13): una vida libertina, que sigue el instinto y los impulsos egoístas. Al contrario, la libertad de Jesús nos conduce a estar –escribe el Apóstol– al servicio los unos de los otros por amor.
En efecto, cabe notar que la libertad cristiana expresa el horizonte y la meta, el camino y el sentido mismo de la libertad humana: el servicio por amor; porque solo poseemos la vida si la perdemos (cfr. Mc, 8, 35). “Esto” –apunta Francisco– “es Evangelio puro”. Este es “el test de la libertad”.
Y es que, explica el Papa,no hay libertad sin amor. Advierte de qué tipo de amor se trata: “No con el amor intimista, con el amor de telenovela, no con la pasión que busca simplemente lo que nos va bien y nos gusta, sino con el amor que vemos en Cristo, la caridad: ese es el amor verdaderamente libre y liberador” (cfr. Jn 13, 15). Una libertad egoísta, sin fin ni referencias –añade– sería una libertad vacía. En cambio, la libertad verdadera, plena y concreta, siempre nos libera (cfr. 1 Co 10, 23-24).
La libertad tiene sentido cuando elegimos el verdadero bien para nosotros y para los demás. “Solo esta libertad es plena, concreta y nos mete en la vida real de cada día. La verdadera libertad siempre nos libera” (cfr. 1 Co 10, 23-24). Es la libertad que conduce hacia los pobres, reconociendo en sus rostros el de Cristo (cfr. Ga 2, 10). No es, como a veces se dice, la libertad que “acaba donde comienza la tuya”, sino al contrario: la libertad que nos abre a los demás y a sus intereses, que crece cuando crece la libertad de los demás.
Pues bien, propone Francisco: “Sobre todo en este momento histórico, necesitamos redescubrir la dimensión comunitaria, no individualista, de la libertad: la pandemia nos ha enseñado que nos necesitamos los unos a los otros, pero no basta saberlo, hay que elegirlo cada día concretamente, decidir por esa senda”.
Así es. La libertad cristiana no es un don recibido de una vez por todas, sino que requiere nuestra colaboración para desplegarse de un modo dinámico. La libertad nace del amor de Dios y crece en la caridad.
Al contrario de lo que enseña san Pablo –señalaba el Papa la semana siguiente–, hoy “muchos buscan la certeza religiosa antes que al Dios vivo y verdadero, centrándose en rituales y preceptos en lugar de abrazar al Dios del amor con todo su ser”. Es la tentación de los nuevos fundamentalistas, que “buscan la seguridad de Dios y no al Dios de la seguridad” (Audiencia general, 27-X-2021).
Pero solamente el Espíritu Santo, que brota para nosotros de la cruz de Cristo, puede cambiar nuestro corazón y guiarlo, con la fuerza del amor, en el combate espiritual (cfr. Ga 5, 19-21). El apóstol opone las “obras de la carne” (cfr. Ga 5, 19-21), consecuencia de un comportamiento cerrado en los instintos mundanos, a los “frutos del Espíritu” (cfr. Ga 5, 22), que comienzan por el amor, la paz y la alegría.
La libertad cristiana, como indica san Pablo a los Gálatas, pide caminar según el Espíritu Santo (cfr. 5, 16.25). Esto –explicaba el Papa en la penúltima de sus catequesis–, significa dejarse guiar por Él,creer que Dios “es siempre más fuerte que nuestras resistencias y más grande que nuestros pecados” (Audiencia general, 3-XI-2021).
El apóstol usa el plural nosotros para proponer: “caminemos según el Espíritu”(v. 25). “Qué bonito es” –señala Francisco a continuación- “cuando nos encontramos con pastores que caminan con su pueblo y no se separan de él” (ibíd.), que lo acompañan con mansedumbre y solidaridad.
Concluye el Papa sus catequesis con una exhortación a no dejarnos vencer por el cansancio, fomentando una actitud de entusiasmo realista, sabedores de nuestras limitaciones.
Para los momentos de dificultad, dos consejos. Primero, en expresión de san Agustín, “despertar a Cristo” que a veces parece dormir en nosotros como en la barca (cfr. Discursos 163, B 6): “Debemos despertar a Cristo en nuestro corazón y solo entonces podremos contemplar las cosas con su mirada, porque Él ve más allá de la tormenta. A través de su mirada serena podemos ver un panorama que, solos, ni siquiera logramos imaginar” (Audiencia general 10-XI-2021).
Segundo, no cansarnos de invocar al Espíritu Santo con la oración “Ven, Espíritu Santo”, como hicieron María y los discípulos.
Así, el servicio por amor hacer plena la libertad bajo la guía del Espíritu Santo. Y esa libertad se acompaña de alegría y madurez.